La amiga y las opciones
difíciles
“—Judía,
revolucionaria, feminista, y psicóloga, Iara, que fue el gran amor de Lamarca,
es otra de las leyendas de la guerrilla brasileña. El compromiso que Iara
asumió con la misma rebeldía de toda su generación, la distinguió por su pasión
también a favor de las libertades más íntimas y personales—
comenta el Chacho Rubio. —Los Iavelberg eran campesinos rumanos; y los Roth,
orgullosos ciudadanos de Budapest, el centro culto y politizado del antiguo imperio
austro-húngaro. Ambas familias tenían una por la otra, desde siempre, un
rencoroso desprecio, a pesar de que tanto unos como los otros habían padecido
los mismos horrores bajo el nazismo; y lo mismo los Roth que los Iavelberg habiendo
logrado huir de Europa, llegaron a Brasil aterrados y muertos de hambre. Iara,
la mayor de los Iavelberg-Roth -una jovencita paulistana de la clase media,
caprichosa, inteligente, y dicen que muy linda- se distinguía en la Escuela Israelita
del tradicional Cambuci por su cordialidad y las buenas notas que sacaba.
Estudiaba con ahínco, y la psicología le permitió ampliar sus miras; pero,
aunque Brasil se sacudía con las luchas políticas y sociales de aquél tiempo
tan duro, ella sólo se ocupaba en vestirse bien, ir al cine, y mantener
efímeros romances. Era ardiente y provocativa, y a quien quisiera oírla le
hacía saber que a ella, para disfrutar los placeres no le hacía falta el amor— le
guiña un ojo a Fressie, provocándolo, se levanta para calentar agua, y sigue el
relato, Juancito.
––Cuando el
golpe de marzo del 64 lo sacó a João Goulart, las grandes industrias, los jefes
de la iglesia y los latifundistas, saludaron con euforia a la “revolución” que
venía para salvarlos del peligro rojo–– sigue
Carlitos, ––Iara, como muchos jóvenes
brasileños de su época, inició la dura marcha de la radicalización política que
cambiaría totalmente su vida. Y del eclectisismo, la vanidad y la indiferencia,
pasó al cuestionamiento y a la acción.
23 de abril de 2006, tres y cinco de la tarde
Sigo en el taxi; abro la valija y me quedo mirando el
embotellamiento de autos, con el cuaderno en mano. Leo que, igual que en
Argentina, una parte de la izquierda brasileña criticaba la política conciliadora
de los comunistas del “partidão”. Para romper con el reformismo del PCB, los
jóvenes optaban por la vía armada, la única que parecía una resistencia real a
la dictadura militar para transformar la sociedad. Uno de los primeros grupos
nacidos en la búsqueda de alternativas fue el Polop, Política Operária, fundado por intelectuales como Theotônio
dos Santos y Ruy Mauro Marini.
En la misma época, mi viejo se había juntado en Córdoba al
grupo de Carlitos Fressie, el Chacho Rubio, Juancito, el gordo Lowe y el Indio;
una amalgama tenaz de alegría, inteligencia, compromiso revolucionario e
irreverencia; todo mezclado, como en la poesía de Nicolás Guillén: estudiaban y
cuestionaban los dogmas del marxismo, leían a Isaac Deutsch y a Gramsci, participaban
en las luchas sindicales y universitarias, con sensibilidad y espíritu crítico
al extremo de caricaturizar los propios errores y defectos, discutir a muerte
una posición hoy y repensarla mañana. Habían fundado un grupo político
activísimo, que debe haber sido una marca en la vida del viejo, que ahora escribe
sus textos desordenados y los mezcla en sus largos meses de letargo en una cama
de hospital, donde sus camaradas, algunos vivos y actuantes, otros muertos hace
años en el calor de la lucha, lo visitan y lo distraen. Leo más:
San Pablo,
Brasil, 10 de agosto de 1979
“––Iara
entró al Polop en la escuela de psicología, e igual a miles de jóvenes en toda
Latinoamérica, casi sin darse cuenta se zambulló en el torbellino social y
político que vivían sus países. Empezó a hacer psicoterapia y a dar clases en
la facultad; siempre hallaba un buen tema de debate: la moral burguesa, los
celos, la competencia individualista, la virginidad o el amor; y por eso sus
clases se llenaban de jóvenes. Aunque trataba de cumplir sus tareas militantes,
tenía poca base teórica, y evitaba los temas más ideológicos. Además, era
insumisa, se aburría y le huía a las reuniones por motivos que entonces
parecían fútiles, pero que veinte años más tarde, sus amigos y compañeros irían
a considerar bastante razonables–– agrega
Carlitos.
––Según
dirían después los más cercanos entre sus camaradas de militancia, la riqueza
existencial de Iara nunca podría encuadrarse
“en un grupo reducido y centralizador”; y por eso le criticaban tanto sus
gustos y su liberalismo, su modo de hablar y de gastar el tiempo en ropas, peluquero
y maquillaje–– se ríe Juan, y se acuerda de
las largas discusiones de moral, después de la salida del Malena, antes de
formar los grupos socialistas de base.
––Iara
nunca aceptó el moralismo perimido de aquella juventud que maduró a la fuerza, y
subestimaba lo personal y todo lo que fuera subjetivo–– agrega Juan. ––Iara decía que la militancia “reprimía con perversión la afectividad”––alza la voz y se anima en su defensa de
la brasileña. ––¡Una perversión! ¿Oís?
Según ella, los afectos se mezclan en todo, con lo ideológico y político.
“Creer que basta con luchar es el colmo del espontaneísmo y el voluntarismo. Yo
me siento como una marciana al insistir en el valor de lo íntimo y de las
confidencias”, decía siempre–– y Carlitos
les daba la razón a Juan y a Iara, ahora que los duros años 70 ya empiezan a
pasar a la historia, y se puede reflexionar sobre la rigidez de ciertos
conceptos que también los jóvenes argentinos defendíamos en aquellos años.
—En
el IV Congreso del Polop, a las mujeres les tocó ejecutar las llamadas “tareas militantes de infraestructura”,
que eran arreglar camas, hacer compras y cuidar a los chicos y la cocina; y
Iara, una vez más, como en tantas otras ocasiones, alzó la voz contra el
machismo de sus compañeros— dice Carlos. —El
congreso debatió el carácter de la revolución en Brasil y las formas de lucha;
pero una fracción se escindió y con otros discidentes, crearon la VPR. Y aunque, como
siempre, tenía grandes dudas y cuestionamientos, Iara entró a la Vanguardia Popular
Revolucionaria — agrega.
“Atreverse a luchar es empezar a atreverse a vencer
“–Uma coisa é absoluta, inexorável: você é minha mulher e isso é o mais
lindo que me aconteceu na vida. Se é antidialético crêr no absoluto, no eterno,
sou, nesse caso um antidialético ferrenho. Saudade imensa,
muito amor; sou só teu. (Hay algo que es absoluto e inexorable: sos mi mujer, y éso es lo mejor
que me ocurrió en la vida. Si es antidialéctico creer en lo absoluto, en lo
eterno, soy en éste caso, un antidialéctico feroz. Nostalgia inmensa, mucho
amor; soy tuyo, solamente.)
“—En
el calor de enero de 1969, en uno de los tantos baldíos de un barrio de las
afueras de São Paulo, unos jóvenes retocaban con pintura verde oliva un camión
viejo; esto le llamó la atención a un chico que, sin querer, terminó
desencadenando una sucesión de hechos que, con la sincronía perfecta que
siempre acompaña a la mala suerte, lo que ahora se denomina “la Ley de Murphy”, culminó en un
verdadero desastre— cuenta Fuenzalida, y Carlitos
lo escucha con atención, sentado en un rincón del cuarto del sanatorio.
—Al ver al curioso acercándoseles, uno de los
pintores perdió la calma y le pegó un cachetazo al chico; sí, un bofetón así, a
lo bestia, como se hacía antes con los críos cuando molestaban. El niño salió llorando
del baldío y le contó a la madre lo que le había pasado, y ella se fue corriendo
a la comisaría a hacer la denuncia; enseguida llegó un agente con la mera
intención de intimidarlo al joven, pero le llamó la atención y se sorprendió al
ver el color con el que los muchachos estaban cubriendo el vehículo— dice Fuenzalida.
—El camión había quedado igualito a los del ejército; como
hombre de pocas luces que era, pero lleno de sospechas y bien entrenado que
estaba, el policía salió a pedir refuerzos, y en pocas horas los jóvenes caían
presos. Durante días sostuvieron que eran contrabandistas, pero luego, la
tortura les arrancó la verdad: el ejército acababa así de frustrar un audaz
golpe guerrillero para tomar el arsenal del Regimiento de Infantería de
Quitaúna—
le da una última chupada al mate, se lo devuelve
a Juancito, que limpia la bombilla con una servilleta, y prosigue su relato,
Carlitos Fressie.
—Si la acción les hubiera salido bien, la VPR se hubiera alzado con 360
fusiles ametralladoras del tipo FAL, 60 fusiles automáticos pesados, tres decenas
de ametralladoras, y doscientas o trescientas armas cortas y municiones— lee Carlitos Fressie en el viejo ejemplar
del “O Cruzeiro”. —Pero
además, la caída de los militantes los puso a Lamarca y al sargento Rodrigues
del regimiento en cuestión, como cómplices del frustrado operativo, en la
disyuntiva de huir y pasarse de inmediato a la clandestinidad, o a exponerse a
volver al cuartel antes que los detenidos contasen todo, y llevarse cuantas armas
pudieran—
completa Cacho Fuenzalida. —Sin pensarlo
demasiado, eligieron la segunda opción, la más arriesgada— se ríe Carlitos.
—Lamarca hablaba poco, no iba jamás al casino de
oficiales ni comentaba sus opiniones políticas. Como campeón de tiro, y por ser
un militar íntegro, era apreciado por todos sus superiores y subalternos. Era
un soldado tan intachable que incluso, unos pocos días antes de su forzada deserción,
su superior le mandó que instruyera a las empleadas del banco Bradesco a usar
las armas — dice Carlitos Fressie. —Sí, yo
vi la revista “Manchete” con las fotos a todo color en las que el
capitán les muestra a las graciosas bancarias cómo protegerse de los asaltos
organizados por los grupos armados, que eran cada vez más frecuentes por
aquéllos días— concluye Victoriano, y los
ojitos azules se le achican en una sonrisa, irónicos.
—Pero lo que por fin terminó en la deserción, convirtiéndolo
en un mito de la guerrilla, ya tenía su historia previa. Como muchos militares
brasileños, desde 1962 Lamarca leía la prensa clandestina del “Partidão”, el PCB,
y estudiaba el marximo, seriamente persuadido de su opción por la vía armada. Y
tanto lo había madurado que habló con Maria, su mujer, y la envió con los chicos
fuera de Brasil para prevenirlos de las revanchas
que seguramente ocurrirían— sigue
Carlitos Fressie.
—La
Navidad de 1968 fue la última que los Lamarca pasarían todos
juntos, en familia. Unos días después, María y sus hijos viajaron hacia Cuba.
El ex sargento Onofre Pinto, comandante de la VPR , lo había convencido de
que existían todas las condiciones políticas y sociales, para empezar a instalar
el foco rural, para lo cuál necesitaban organizar de inmediato el robo al arsenal— sigue Juancito. —Pero
al salir con las armas del cuartel, Lamarca descubrió con tristeza que el
territorio y las condiciones para el foco aún no estaban listas, y que la VPR en realidad estaba siendo destruída
de a poco, acribillada por las balas de la represión— Carlitos aparta el mate y la pava, guarda los apuntes y se levanta.
—Hacia esa misma época, Iara también se pasó a la
clandestinidad; aprendió a tirar con armas cortas y largas, hizo relevamientos
de terreno y levantó datos para varias acciones armadas de propaganda
revolucionaria, y también se sofocó en las largas horas de tedio que le
representaban el encierro forzado de las reuniones y las esperas de la vida
clandestina—
agrega Juancito.
—Iara no estaba de acuerdo para nada con la acción
de Quitaúna, y pensaba que era una locura mayúscula largarse a la lucha armada
sin tener la más mínima infraestructura; ¿en dónde esconderse después de la operación,
y cómo guardar un camión lleno de armas, por ejemplo, con las que además, no
alcanzaba ni siquiera para empezar el foco? Y tenía razón porque el pequeño
arsenal les había significado, como saldo inmediato, la caída de varios locales
que antes habían sido bastante seguros; y en tal situación, la VPR incluso fue obligada a entregarle
por un tiempo todas las armas y algunos recursos económicos a la ALN de Carlos Marighella— dice Carlitos Fressie.
—Y así, perseguido a muerte por la dictadura y sin
poder abrir de inmediato el foco en el campo que se había propuesto, Lamarca
tuvo que esconderse, no haciendo otra cosa que ejercitarse y estudiar, una
rutina más parecida a la de un preso que a la de un jefe revolucionario. Pero
en esta época tan adversa la conoció a Iara— hace cara de picardía, carraspea y se levanta a calentar la pava del
mate, mi abuelo Victoriano.
—Al principio Iara y Lamarca discutían la política brasileña
y mundial; hablaban de Fidel y Sierra Maestra, o de las luchas en Colombia, la guerrilla
uruguaya Tupamara, el peronismo en Argentina, y sobre la candente realidad local.
Iara, por su lado, le contaba a Lamarca de Freud, el miedo a lo nuevo y desconocido
que hay en cada uno de nosotros, y sobre el rechazo infantil de gran parte de
la izquierda a la psicoterapia. Así fueron llegando las confidencias, él a decirle
cómo extrañaba a sus hijos que estaban en Cuba, y su miedo de no volver a
verlos; ella se animaba a hablar sobre sus muchos amores, y su pasión por la
libertad— cuenta Juancito y me guiña un ojo. —Un
buen día mientras desayunaban, el capitán la besó; pero le pidió disculpas, diciendo
que era un mero acto de debilidad— lo provoca
Carlitos Fressie a Juan, que siempre se inclina por los temas de la psicología
y la moral, y su relación con la política y la acción revolucionaria. —Es
que Lamarca no quería traicionar a Maria, su mujer. Había prometido que en pocos
años, lo que faltaba para triunfar la revolución, volverían a estar juntos— dice Juan, seguro que el tema va a desafiar
al Indio y a Carlos, que ya empiezan a mirarse con picardía y a soltar risitas
provocativas.
—Pero Iara se impuso, discutiéndole a Lamarca que la
clandestinidad les exigía a los revolucionarios una ética nueva, distinta a la moral
en la vida normal de la gente; decía que en el combate revolucionario, con
circunstancias y peligros tan especiales, necesitaban amar intensamente, dar y
recibir cariño para fortalecer su espíritu de lucha; y ella tenía miedo de que
la culpa se impusiera al amor— insistía
Carlitos en provocar el moralismo cristiano de Juancito.
—La VPR los criticó desde
la moral revolucionaria, sobre todo porque Iara traía una fama antigua de mujer
fatal y liberada. Hubo también otros argumentos prácticos, aparte de los
ideológicos, y es que los compañeros creían que la represión podía saber del
romance, y Lamarca, además de traidor al ejército, pasaría a ser tachado de
libertino— agrega ahora Juancito,
como retrucándole a Carlos, y yo me acuerdo del lío que se armó entre nosotros cuando
al Pelado Rafa, que era casado, no se le ocurrió nada mejor que enamorarse de una
compañera, soltera; o cuando Israel Vilhas, también casado, se la chamuyó a la
chiquita de los tupas.
—Pero bueno, el caso es que al final los dos aguantaron
firme todas las críticas y se fueron a vivir juntos, aún en las duras circunstancias
de la época—
dice Juan, y los mira con ironía a sus
compañeros, que siguen provocándolo, haciéndole recordar su pasado de
seminarista y sus largas prédicas en el Malena sobre la moral y ética del Hombre
Nuevo.
—Poco después de pasarse a la clandestinidad con las
armas del cuartel, Lamarca tuvo su primera acción, un temerario asalto
simultáneo a dos bancos: el Itaú y el Mercantil. Él tenía que cubrir a los
militantes que saldrían con el dinero. El capitán estaba parado en la esquina, tenso,
a unos 25 metros ,
cuando vio que un policía alzaba el arma y le apuntaba a un cumpa; y Lamarca le
disparó, certero— dice Victoriano —derribándolo con el impacto. Lamarca corrió
hacia el centro de la calle, con la metralleta en alto, paró el tránsito
disparando ráfagas al aire hasta que todos pudieron subirse al auto que los sacó
del lugar—
agrega Juancito. —Llegó
al escondrijo deprimido, abrumado por la desgracia de la ejecución impensada,
sin alternativa, que además era su primera muerte— se emociona Juancito. —Fue
una tragedia, incluso en la revolución siempre hay que tratar de preservar la
vida— concuerda Fuenzalida, cierra el “Primera
Plana” que trae la nota del “Jornal do Brasil” de Rio de Janeiro, y se levanta.
—Luego del cruento asalto, la prensa le atribuyó
todas las acciones de autoría de la guerrilla que ocurrían, y de pronto la foto
de Lamarca empezó a tapar las paredes de las comisarías y las oficinas públicas— comenta Victoriano, apoyado en el marco de
la ventana que da al Paseo Sobremonte, y se va poniendo el sombrero y la
chalina, agarra el bastón y le da la mano a Eufemia para ayudarla a levantarse. —Se
decidió entonces que, por seguridad, el
capitán debería hacerse una cirugía plástica con alguno de los médicos
simpatizantes de la guerrilla”.
J.V. fragmento de "De Utopías y Amores, de demonios y héroes de la Patria", São Paulo, 2006.