quinta-feira, 8 de agosto de 2013

El general en su inodoro

 


El general en su inodoro

"Los que conciben al diablo como partidario del mal y al ángel como combatiente del bien aceptan la demagogia de los ángeles. La cuestión es evidentemente más compleja."
De El libro de la risa y el olvido, de Milan Kundera.

La enfermera entró a la celda y vio la cama vacía. La puerta del baño, entreabierta, dejó ver el cuerpo del anciano, sentado en el inodoro, con la cabeza apoyada en las rodillas y el pantalón del piyama caído hasta los pies.
Desde el marco de la puerta la enfermera vio, atónita, que la piel del anciano exgeneral estaba oscura, cuarteada y seca como la de una momia. Se imaginó enseguida que el viejo dictador preso estuviera descompuesto. Fue acercándose despacio al inodoro y le tocó el hombro con cuidado.

Lo que ocurrió entonces, nunca más va a salir de la memoria de Flor, la joven enfermera del sistema carcelario de Buenos Aires que recién había empezado a servir en el penal de Marcos Paz, donde el anciano cumplía una condena a prisión perpetua. Apenas apoyó la mano derecha en el hombro del general Videla, el cuerpo todo del prisionero se deshizo, desintegrándose en poco menos de cuatro o cinco segundos. Una nube de polvo, fino como el talco, se levantó hacia la ventanilla estrecha del baño de la celda.

Menos de un kilo de pequeños escombros –según la pericia policial y médica- sobró alrededor del inodoro. Este era el triste fin del tirano que inauguró una dictadura que durante siete años, de 1976 a 1983, aterrorizó al pueblo argentino. ¿Y cómo fue que el cuerpo del tirano se desintegró, sin dejar más que una nube de polvo y centenas de pedacitos minúsculos, de menos de 6 o 7 gramos cada uno?

Buenos Aires, mayo de 1973

Las manifestaciones populares del dia 25 llegaban a las puertas de las cárceles, exigiendo que los presos políticos, rehenes de la dictadura saliente –la de 1966 a 1973- fueran liberados de inmediato.

El general Jorge Videla se retorcía de odio y acariciaba nervioso el bigotazo negro, autoritario, al ver por televisión las imágenes de la Casa Rosada: uniformes de sus oficiales escupidos; Lanusse, el general traidor que llamó a elecciones y dejó que volviera el peronismo al gobierno de las manos del Tío Cámpora; el presidente cubano Dorticós y el socialista, casi comunista Allende. No, no faltaba nada en la escena para que Videla imaginase el futuro inmediato: ataques del ERP a los cuarteles, participación de los jóvenes montoneros de la JP en todos los niveles del gobieno popular de Cámpora.

Desde gobernadores como Obregón Cano en Córdoba, Alberto Martínez Baca en Mendoza, y Bidegain en Buenos Aires, hasta decenas de diputados y senadores de la Tendencia Revolucionaria, vinculda a JP y Montoneros. Era un infierno, pensaba Videla.

-Y yo te puedo ayudar a resolverlo; rápido, muy rápido- tronó la voz cavernosa, pocos centímetros atrás del general. Valiente, decidido, entrenado para las duras batallas contra las hordas populares, Videla escondió el terror. Mandinga ni notó la gota de sudor frio que bajó por el cuello y le humedeció la camisa blanca, cuando el general giró y lo encaró con firmeza marcial y la fría mirada de guerrero.

-¿Y quién es Ud.?¿Qué viene a ofrecerme así, de golpe? ¿Lo conozco?-

-No te me hagás el macho que acá quién manda soy yo, y yo mismo hago las preguntas- le contestó el Malo, mientras lo levantaba por el cuello hasta la altura del marco de la puerta del escritorio, y le dejaba el uniforme arrugado y la corbata torcida, sumiendo al orgulloso general en el más profundo rencor. Rojo de vergüenza y de odio, rezando a su Santa Virgen de Luján para que lo sacara del trance, le pide Videla  al Mandinga que le haga su propuesta y que, por favor, lo ponga otra vez en el piso. 

-Bueno, te dejo bajar y pensar. Pero no te demores demasiado. Te voy a hacer una oferta que no vas a poder rehusar. Pero no te olvides jamás, acá el que da las ordenes soy yo- le dice el Diablo y lo baja lentamente a Videla, que trata de rehacerse, avergonzado pero aliviado porque comprueba que no hay testigos. Nadie lo ha visto, y su imagen de general recto, valiente y decidido no sufrirá recortes, ni podrá ser manchada por el humillante incidente.

-Lo escucho- dice con firme voz de mando, recordando la máxima preferida de su brillante carrera militar: “subordinación y valor”...para servir a la patria.

-Te voy a dar poder de mando. Todas las tropas de la nación y sus grupos paramilitares y parapoliciales. Y además, el miedo y la obsecuencia de todos los políticos y caciques corruptos o a ser corrompidos; obispos besamanos y cardenales genuflexos, gerentes y directores de grandes empresas nacionales y de respetables oligopolios; periodistas chupamedias y presentadoras de programas del mediodía; escritores que nunca verán el premio Nobel y claro...hasta el mismísimo Massera, arrogante, putañero y ambicioso. Todos van a obedecerte y temerte- sacó Mandinga un cigarro encendido del bolsillo y le dio una chupada larga y hedionda, tirándole despacio todo el humo a la cara.

-Pero exactamente de acá a 30 años voy a venir a llevarte- le rugió el Diablo, cubriéndolo con una nuba azulada de azufre, y Videla tuvo que hacer un enorme esfuerzo para mantener firme los esfíncteres y no ensuciarse el uniforme.

-Acepto. Subordinación y valor, para servir a la patria- dijo con voz firme y marcial el joven general, y sonrió con su mejor sonrisa de pantera rosa, pensando en las glorias del futuro, y olvidándose por un momento de Alejandro, su hijo oligofrénico, abandonado en el manicomio de la Colonia de Montes de Oca, a fines de los años 60, el depósito de enfermos mentales más espantoso de la gloriosa república que dentro de poco irá a comandar con mano de hierro. Se pasó la mano por la frente, apartartando la nube del incómodo recuerdo y se concentró en lo que interesaba: el poder. Poder total y absoluto.

-A fines de este año, el comandante Anaya te va a nombrar Jefe del Estado Mayor del Ejército; el 22 de enero de 1975 la presidenta y los ministros van a aprobar el operativo Independencia; después, por un decreto secreto del 5 de febrero la operación recibirá 40 millones de pesos del presupuesto del Ejército para 1975. Vas a montar un comando táctico en Faimallá y desplegar cuatro fuerzas tareas del Ejército, de 260 hombres cada una. Y en agosto de 1975, la presidenta Isabel Martínez de Perón te va a designar Comandante en Jefe del Ejército. Tendrás en manos el decreto de Isabelita que te dará las tropas para invadir Tucuman. Vas a cercar los pueblitos, arrestar a los azucareros, torturar a los changuitos que apoyan a Santucho. Y vas a aniquilar a la Compañía del Monte del ERP. ¿Qué te parece, che Videla?- le larga el Mandinga, sin el menor respeto por sus medallas y méritos de guerrero.

Fin de año de 2012

Pasaron casi treinta años desde aquellos tiempos gloriosos del comandante en jefe, futuro dictador, dueño de la vida y de la muerte de 22 millones de argentinos. Pero como todo pasa, cayó al final la última dictadura en 1983 y Videla fue juzgado y hallado totalmente responsable de numerosos homicidios calificados, 504 privaciones ilegales de la libertad, aplicación de torturas, robos agravados, falsificación de documento público, usurpación, reducción a servidumbre, extorsión, secuestros, supresión de documentos, secuestros de menores, y tormentos seguidos de muerte. Aunque el fallo fue confirmado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en 1986, el represor sólo quedó cinco años de prisión porque en 1990 el presidente Menem lo indultó y lo excarceló.

En 1998 la Justicia decidió que los robos de bebés a embarazadas cautivas en centros clandestinos de detención eran crímenes de lesa humanidad y que no prescribían. Volvió Videla a la prisión, y por su edad se le concedió el arresto domiciliario.

Diez años después, cuando el gobierno decide promover los juicios por delitos de lesa humanidad, Videla perdió el beneficio y fue llevado a la cárcel de Campo de Mayo. En 2010 fue juzgado en Córdoba y el 22 de diciembre el tribunal lo sentenció a prisión perpetua en cárcel común junto al ex comandante de Córdoba, Luciano Menéndez.

El 5 de julio pasado de 2012, el ex dictador fue condenado a 50 años de cárcel por el robo de bebés. La pena se sumó a las anteriores en un juicio que investigó 35 casos de robos de niños nacidos en cautiverio.

Videla, que el 24 de marzo de 1976 había encabezado el golpe sangriento que derrocó a la presidenta Estela Martínez de Perón, disolvió los partidos políticos y cerró el congreso nacional, vio pasar muy rápido los años. Pasaron exactamente treinta, y a fines de 2012 el Mandinga, que siempre da un aviso previo al cumplimiento de sus sentencias o pactos, se le apareció al general para prevenirlo:

-Dentro de siete u ocho meses voy a pasar a buscarte para cobrar tu deuda conmigo. No te olvidés. Y acordáte también, che Videla- le largó el Diablo al dictador, sin ninguna ceremonia ni el menor respeto por sus canas- acordate cómo voy a venir; siempre llego por las cloacas, así que dejáme el camino libre.

En los meses siguientes a la visita del Mandinga, Videla siguió defendiendo la legitimidad de sus acciones, dando entrevistas a la prensa extranjera y asegurando que solo hubo ocho mil desaparecidos y nos los 30 mil que aseguran las Madres de la Plaza de Mayo. Denunció con vigor senil lo que llamaba el “totalitarismo” del gobierno elegido por el pueblo. Y mientras tanto, se las ingenió para planear una trampa que le permitiera huir del Demonio. Mandó hacer una pelela o bacinilla de oro. En realidad, la taza orinal era una pieza enlosada, blanquísima como se merecía y le correspondía a un general de la nación, aunque se encontrara preso en una cárcel comun y a cadena perpetua.

La bacinilla de oro le permitiría al exdictador hacer sus necesidades sin tener que sentarse en el inodoro y correr el riesgo de encontrárselo al Malo, que seguramente vendría a cualquier momento por las cloacas. Durante meses seguidos logró Videla escapar a su destino con esta artimaña. Hasta que una noche, en medio del sueño, se le apareció nada menos que Julio Cesar. Rubio, alto y esbelto, un verdadero noble de la mejor raza europea, la de los vencedores:

-Jorgito. Mira lo que te he traído de regalo: el trono de los césares- le susurró, conquistador, el noble guerrero. Y a Videla se le abrieron los ojos cansados al ver brillar las lustrosas maderas enbarnizadas y recubiertas por filetes de oro y plata, incrustadas de rubíes y esmeraldas.

-Es tuyo, Jorgito Rafael, siéntate y disfruta de la gloria que te mereces, general salvador de la patria- escucha Videla, y se levanta de la cama humilde de su celda de preso común. Se pone las pantuflas de anciano y se aploma, tembloroso, el viejo guerrero, vencedor de mil batallas contra el pueblo; se le agrandan las pupilas al anciano -valiente comandante que mandaba arrojar a sus prisioneros, atados y narcotizados a las aguas del Río de la Plata- cuando ve el trono de oro. Y piensa Videla que él se merece un trono así, como el del genio militar que conquistó a Roma y a Cleópatra; y se arrepiente profundamente de no haber estado en el lugar del borracho de Galtieri: ¡ah! ¡esos ingleses! Hubieran sabido lo que es un general cristiano, ¡católico, apostólico y romano!

Y se sienta Videla en el trono, y ve el oro y la plata, y las piedras preciosas incrustadas en maderas noble. Pero el trono no es nada más que un viejo inodoro de losa, sin tabla ni nada. Y Julio Cesar es ni más ni menos que el Mandinga, y se estremece el piso de la celda cuando el general se sienta en el inodoro que él ve como si fuera un trono.

Por las cañerías y conductos de desague subterráneo, a pocos metros hacia abajo de la celda del dictador, se oye el ruido sordo de cadenas y barras de fierro chocándose, que suben, embotellando el tránsito de las cloacas; y se clarea de pronto el piso por debajo del inodoro en que Videla está sentado, pensando que se trata de un trono fabuloso; y no entiende el tirano qué es lo que está ocurriendo, hasta que una fuerza brutal lo succiona por dentro, de arriba hacia abajo y se le desgarran las tripas porque un fuego infernal lo quema, y le arranca el hígado, las venas, el páncreas, los ojos, el cerebro y los pulmones. Y se le seca la piel, que se cuartea de a poco, hasta convertirse en un cuero curtido y duro, pero frágil y fino lo suficiente, como para que si alguien lo toca, se deshaga en mil fragmentos.

Y mientras se desintegra y muere, pasa por los ojos del tirano la película de su vida: tuve la fuerza bruta de las tropas de choque, los somatén, los ejércitos invasores, los grupos de secuestros, las picanas y las leyes represivas. ¿Lo entiende, carajo?— se exalta el Malo, pero se fragmenta, se derrite de a poco y se le apaga la voz.

-Yo le voy a hacer que gane Ud. ríos de plata, estancias y ganado, bancos, diarios y emisoras de radio y TV. Que seduzca a las mujeres más famosas, y gaste con ellas fortunas enteras–– le había susurrado el Mandinga al oído, 30 años atrás, le parece recordar a Videla. -¿Yo le voy a hacer que gane Ud. ríos de plata, estancias y ganado, bancos, diarios y emisoras de radio y TV?

Pero el fuego del aliento del Malo le borra todos los recuerdos, lo arrastra hacia el centro de la tierra y, en un minuto, se muere, agoniza, se desintegra el tirano Videla.

Fin

Javier Villanueva, São Paulo, 7 de agosto de 2013. Texto inspirado en una idea y en detalles de relato de Luciano Barrionuevo.

Mientras el hombre bueno luchaba por la vida y le gambeteaba a la Parca, riéndose del dolor, sonriéndoles a los que lo acompañaban, no pudimos dejar de pensar en las antípodas de ese lento apagarse de una vida noble.
Opuesto en 180º al caracter y a las convicciones de nuestro querido viejito enfermo, hubo otro hombre –tenebroso y temible otrora- que se fue del mundo dejando un rastro de dolor y odios.

Mientras el viejito Bueno se agotaba, se le cansaba el corazón y se le apagaba la lucidez, al monstruo malvado la muerte lo acecha y por fin se lo lleva del mundo del modo más vergonzoso: sentado en un inodoro. Preso en una celda común.


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