El general en su inodoro
"Los que conciben al diablo como partidario del mal y al ángel como combatiente del bien aceptan la demagogia de los ángeles. La cuestión es evidentemente más compleja."
De El libro de la risa
y el olvido, de Milan Kundera.
La enfermera entró a la celda y vio la cama vacía. La puerta
del baño, entreabierta, dejó ver el cuerpo del anciano, sentado en el inodoro,
con la cabeza apoyada en las rodillas y el pantalón del piyama caído hasta los
pies.
Desde el marco de la puerta la enfermera vio, atónita, que la
piel del anciano exgeneral estaba oscura, cuarteada y seca como la de una
momia. Se imaginó enseguida que el viejo dictador preso estuviera descompuesto.
Fue acercándose despacio al inodoro y le tocó el hombro con cuidado.
Lo que ocurrió entonces, nunca más va a salir de la memoria
de Flor, la joven enfermera del sistema carcelario de Buenos Aires que recién
había empezado a servir en el penal de Marcos Paz, donde el anciano cumplía una
condena a prisión perpetua. Apenas apoyó la mano derecha en el hombro del
general Videla, el cuerpo todo del prisionero se deshizo, desintegrándose en
poco menos de cuatro o cinco segundos. Una nube de polvo, fino como el talco,
se levantó hacia la ventanilla estrecha del baño de la celda.
Menos de un kilo de pequeños escombros –según la pericia
policial y médica- sobró alrededor del inodoro. Este era el triste fin del
tirano que inauguró una dictadura que durante siete años, de 1976 a 1983,
aterrorizó al pueblo argentino. ¿Y cómo fue que el cuerpo del tirano se
desintegró, sin dejar más que una nube de polvo y centenas de pedacitos
minúsculos, de menos de 6 o 7 gramos cada uno?
Buenos Aires, mayo de
1973
Las manifestaciones populares del dia 25 llegaban a las
puertas de las cárceles, exigiendo que los presos políticos, rehenes de la
dictadura saliente –la de 1966 a 1973- fueran liberados de inmediato.
El general Jorge Videla se retorcía de odio y acariciaba
nervioso el bigotazo negro, autoritario, al ver por televisión las imágenes de
la Casa Rosada: uniformes de sus oficiales escupidos; Lanusse, el general
traidor que llamó a elecciones y dejó que volviera el peronismo al gobierno de las
manos del Tío Cámpora; el presidente cubano Dorticós y el socialista, casi
comunista Allende. No, no faltaba nada en la escena para que Videla imaginase
el futuro inmediato: ataques del ERP a los cuarteles, participación de los
jóvenes montoneros de la JP en todos los niveles del gobieno popular de
Cámpora.
Desde gobernadores como Obregón Cano en Córdoba, Alberto
Martínez Baca en Mendoza, y Bidegain en Buenos Aires, hasta decenas de
diputados y senadores de la Tendencia Revolucionaria, vinculda a JP y
Montoneros. Era un infierno, pensaba Videla.
-Y yo te puedo ayudar a
resolverlo; rápido, muy rápido- tronó la voz cavernosa, pocos centímetros
atrás del general. Valiente, decidido, entrenado para las duras batallas contra
las hordas populares, Videla escondió el terror. Mandinga ni notó la gota de
sudor frio que bajó por el cuello y le humedeció la camisa blanca, cuando el
general giró y lo encaró con firmeza marcial y la fría mirada de guerrero.
-¿Y quién es Ud.?¿Qué viene a ofrecerme
así, de golpe? ¿Lo conozco?-
-No te me hagás el
macho que acá quién manda soy yo, y yo mismo hago las preguntas- le
contestó el Malo, mientras lo levantaba por el cuello hasta la altura del marco
de la puerta del escritorio, y le dejaba el uniforme arrugado y la corbata
torcida, sumiendo al orgulloso general en el más profundo rencor. Rojo de
vergüenza y de odio, rezando a su Santa Virgen de Luján para que lo sacara del
trance, le pide Videla al Mandinga que
le haga su propuesta y que, por favor, lo ponga otra vez en el piso.
-Bueno, te dejo bajar y
pensar. Pero no te demores demasiado. Te voy a hacer una oferta que no vas a
poder rehusar. Pero no te olvides jamás, acá el que da las ordenes soy yo- le
dice el Diablo y lo baja lentamente a Videla, que trata de rehacerse,
avergonzado pero aliviado porque comprueba que no hay testigos. Nadie lo ha
visto, y su imagen de general recto, valiente y decidido no sufrirá recortes,
ni podrá ser manchada por el humillante incidente.
-Lo escucho- dice
con firme voz de mando, recordando la máxima preferida de su brillante carrera
militar: “subordinación y valor”...para servir a la patria.
-Te voy a dar poder de
mando. Todas las tropas de la nación y sus grupos paramilitares y
parapoliciales. Y además, el miedo y la obsecuencia de todos los políticos y
caciques corruptos o a ser corrompidos; obispos besamanos y cardenales
genuflexos, gerentes y directores de grandes empresas nacionales y de
respetables oligopolios; periodistas chupamedias y presentadoras de programas
del mediodía; escritores que nunca verán el premio Nobel y claro...hasta el mismísimo
Massera, arrogante, putañero y ambicioso. Todos van a obedecerte y temerte- sacó
Mandinga un cigarro encendido del bolsillo y le dio una chupada larga y
hedionda, tirándole despacio todo el humo a la cara.
-Pero exactamente de
acá a 30 años voy a venir a llevarte- le rugió el Diablo, cubriéndolo con una
nuba azulada de azufre, y Videla tuvo que hacer un enorme esfuerzo para
mantener firme los esfíncteres y no ensuciarse el uniforme.
-Acepto. Subordinación
y valor, para servir a la patria- dijo con voz firme y marcial el joven
general, y sonrió con su mejor sonrisa de pantera rosa, pensando en las glorias
del futuro, y olvidándose por un momento de Alejandro, su hijo oligofrénico,
abandonado en el manicomio de la Colonia de Montes de Oca, a fines de los años
60, el depósito de enfermos mentales más espantoso de la gloriosa república que
dentro de poco irá a comandar con mano de hierro. Se pasó la mano por la
frente, apartartando la nube del incómodo recuerdo y se concentró en lo que
interesaba: el poder. Poder total y absoluto.
-A fines de este año,
el comandante Anaya te va a nombrar Jefe del Estado Mayor del Ejército; el 22 de enero de 1975 la presidenta y
los ministros van a aprobar el operativo Independencia; después, por un decreto
secreto del 5 de febrero la operación recibirá 40 millones de pesos del
presupuesto del Ejército para 1975. Vas a montar un comando táctico en Faimallá
y desplegar cuatro fuerzas tareas del Ejército, de 260 hombres cada una. Y en agosto de 1975, la presidenta Isabel Martínez de Perón te va a designar
Comandante en Jefe del Ejército. Tendrás en manos el decreto de Isabelita que
te dará las tropas para invadir Tucuman. Vas a cercar los pueblitos, arrestar a
los azucareros, torturar a los changuitos que apoyan a Santucho. Y vas a
aniquilar a la Compañía del Monte del ERP. ¿Qué te parece, che Videla?- le larga el Mandinga, sin el menor
respeto por sus medallas y méritos de guerrero.
Fin de año de 2012
Pasaron casi treinta años desde aquellos tiempos gloriosos
del comandante en jefe, futuro dictador, dueño de la vida y de la muerte de 22
millones de argentinos. Pero como todo pasa, cayó al final la última dictadura en
1983 y Videla fue juzgado y hallado totalmente responsable de numerosos
homicidios calificados, 504 privaciones ilegales de la libertad, aplicación de
torturas, robos agravados, falsificación de documento público, usurpación,
reducción a servidumbre, extorsión, secuestros, supresión de documentos, secuestros
de menores, y tormentos seguidos de muerte. Aunque el fallo fue confirmado por
la Corte Suprema de Justicia de la Nación en 1986, el represor sólo quedó cinco
años de prisión porque en 1990 el presidente Menem lo indultó y lo excarceló.
En 1998 la Justicia decidió que los robos de bebés a
embarazadas cautivas en centros clandestinos de detención eran crímenes de lesa
humanidad y que no prescribían. Volvió Videla a la prisión, y por su edad se le
concedió el arresto domiciliario.
Diez años después, cuando el gobierno decide promover los
juicios por delitos de lesa humanidad, Videla perdió el beneficio y fue llevado
a la cárcel de Campo de Mayo. En 2010 fue juzgado en Córdoba y el 22 de
diciembre el tribunal lo sentenció a prisión perpetua en cárcel común junto al
ex comandante de Córdoba, Luciano Menéndez.
El 5 de julio pasado de 2012, el ex dictador fue condenado a
50 años de cárcel por el robo de bebés. La pena se sumó a las anteriores en un
juicio que investigó 35 casos de robos de niños nacidos en cautiverio.
Videla, que el 24 de marzo de 1976 había encabezado el golpe sangriento
que derrocó a la presidenta Estela Martínez de Perón, disolvió los partidos
políticos y cerró el congreso nacional, vio pasar muy rápido los años. Pasaron
exactamente treinta, y a fines de 2012 el Mandinga, que siempre da un aviso previo
al cumplimiento de sus sentencias o pactos, se le apareció al general para prevenirlo:
-Dentro de siete u ocho
meses voy a pasar a buscarte para cobrar tu deuda conmigo. No te olvidés. Y
acordáte también, che Videla- le largó el Diablo al dictador, sin ninguna
ceremonia ni el menor respeto por sus canas- acordate cómo voy a venir; siempre llego por las cloacas, así que
dejáme el camino libre.
En los meses siguientes a la visita del Mandinga, Videla siguió
defendiendo la legitimidad de sus acciones, dando entrevistas a la prensa
extranjera y asegurando que solo hubo ocho mil desaparecidos y nos los 30 mil que
aseguran las Madres de la Plaza de Mayo. Denunció con vigor senil lo que llamaba
el “totalitarismo” del gobierno elegido por el pueblo. Y mientras tanto, se las
ingenió para planear una trampa que le permitiera huir del Demonio. Mandó hacer
una pelela o bacinilla de oro. En realidad, la taza orinal era una pieza
enlosada, blanquísima como se merecía y le correspondía a un general de la
nación, aunque se encontrara preso en una cárcel comun y a cadena perpetua.
La bacinilla de oro le permitiría al exdictador hacer sus
necesidades sin tener que sentarse en el inodoro y correr el riesgo de
encontrárselo al Malo, que seguramente vendría a cualquier momento por las
cloacas. Durante meses seguidos logró Videla escapar a su destino con esta
artimaña. Hasta que una noche, en medio del sueño, se le apareció nada menos
que Julio Cesar. Rubio, alto y esbelto, un verdadero noble de la mejor raza
europea, la de los vencedores:
-Jorgito. Mira lo que
te he traído de regalo: el trono de los césares- le susurró, conquistador,
el noble guerrero. Y a Videla se le abrieron los ojos cansados al ver brillar las
lustrosas maderas enbarnizadas y recubiertas por filetes de oro y plata,
incrustadas de rubíes y esmeraldas.
-Es tuyo, Jorgito
Rafael, siéntate y disfruta de la gloria que te mereces, general salvador de la
patria- escucha Videla, y se levanta de la cama humilde de su celda de
preso común. Se pone las pantuflas de anciano y se aploma, tembloroso, el viejo
guerrero, vencedor de mil batallas contra el pueblo; se le agrandan las pupilas
al anciano -valiente comandante que mandaba arrojar a sus prisioneros, atados y
narcotizados a las aguas del Río de la Plata- cuando ve el trono de oro. Y piensa
Videla que él se merece un trono así, como el del genio militar que conquistó a
Roma y a Cleópatra; y se arrepiente profundamente de no haber estado en el
lugar del borracho de Galtieri: ¡ah! ¡esos
ingleses! Hubieran sabido lo que es un general cristiano, ¡católico,
apostólico y romano!
Y se sienta Videla en el trono, y ve el oro y la plata, y las
piedras preciosas incrustadas en maderas noble. Pero el trono no es nada más
que un viejo inodoro de losa, sin tabla ni nada. Y Julio Cesar es ni más ni
menos que el Mandinga, y se estremece el piso de la celda cuando el general se
sienta en el inodoro que él ve como si fuera un trono.
Por las cañerías y conductos de desague subterráneo, a pocos
metros hacia abajo de la celda del dictador, se oye el ruido sordo de cadenas y
barras de fierro chocándose, que suben, embotellando el tránsito de las cloacas;
y se clarea de pronto el piso por debajo del inodoro en que Videla está
sentado, pensando que se trata de un trono fabuloso; y no entiende el tirano qué
es lo que está ocurriendo, hasta que una fuerza brutal lo succiona por dentro,
de arriba hacia abajo y se le desgarran las tripas porque un fuego infernal lo quema,
y le arranca el hígado, las venas, el páncreas, los ojos, el cerebro y los
pulmones. Y se le seca la piel, que se cuartea de a poco, hasta convertirse en un
cuero curtido y duro, pero frágil y fino lo suficiente, como para que si
alguien lo toca, se deshaga en mil fragmentos.
Y mientras se desintegra y muere,
pasa por los ojos del tirano la película de su vida: tuve la fuerza bruta de las tropas de choque, los somatén, los
ejércitos invasores, los grupos de secuestros, las picanas y las leyes
represivas. ¿Lo entiende, carajo?— se exalta el Malo, pero se fragmenta, se
derrite de a poco y se le apaga la voz.
-Yo le voy a hacer que
gane Ud. ríos de plata, estancias y ganado, bancos, diarios y emisoras de radio
y TV. Que seduzca a las mujeres más famosas, y gaste con ellas fortunas
enteras–– le había
susurrado el Mandinga al oído, 30 años atrás, le parece recordar a Videla. -¿Yo le voy a hacer que gane Ud. ríos de
plata, estancias y ganado, bancos, diarios y emisoras de radio y TV?
Pero el
fuego del aliento del Malo le borra todos los recuerdos, lo arrastra hacia el
centro de la tierra y, en un minuto, se muere, agoniza, se desintegra el tirano
Videla.
Fin
Javier Villanueva, São Paulo, 7
de agosto de 2013. Texto inspirado en una idea y en detalles de relato de
Luciano Barrionuevo.
Mientras el hombre bueno luchaba por la vida y le gambeteaba a la Parca, riéndose del dolor, sonriéndoles a los que lo acompañaban, no pudimos dejar de pensar en las antípodas de ese lento apagarse de una vida noble.
Opuesto en 180º al caracter y a las convicciones de nuestro querido viejito enfermo, hubo otro hombre –tenebroso y temible otrora- que se fue del mundo dejando un rastro de dolor y odios.
Mientras el viejito Bueno se agotaba, se le cansaba el corazón y se le apagaba la lucidez, al monstruo malvado la muerte lo acecha y por fin se lo lleva del mundo del modo más vergonzoso: sentado en un inodoro. Preso en una celda común.
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