segunda-feira, 19 de agosto de 2013

Salvadora, la Venus Roja y Evita. 2ª parte**



Lea la 1ª parte en: http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com.br/2013/08/salvadora-la-venus-roja.html

Salvadora Medina Onrubia. 2ª parte

Pero no fue solo con el gobierno dictatorial de Félix Uriburu que los Botana –y sobre todo Salvadora Medina Onrubia- tuvieron serios problemas. Al llegar el GOU al poder y derrocar al conservador catamarqueño Castillo, se fueron al diablo todos los diques que separaban al diario “Crítica” de sus enemigos filofascistas, que detestaban a la elite de escritores y artistas que los Botana habían congregado en el diario, y que exigían que el periódico más popular de Argentina tomara una posición favorable al Eje nazi-fascista, o al menos que se declarase neutral. 

El GOU, Grupo de Oficiales Unidos, era una logia de tendencia nacionalista, creada en el ejército en 1943, que ese mismo año dio un golpe de estado contra el presidente Ramón Castillo, culminando la "Década Infame". Los militares golpistas gobernaron hasta febrero de 1946, y su principal objetivo era sostener la neutralidad argentina durante la 2ª guerra mundial mientras evitaban que el movimiento obrero se inclinara hacia la izquierda socialista o anarquista.

Salvadora y Eva

Al irrumpir en 1945 el peronismo en la escena nacional, desaparece del contexto político y sindical argentino el movimiento anarquista como una fuerza real, y Salvadora Medina Onrubia se une a la lucha feminista por las conquistas civiles. La escritora le recordará esta militancia –que ella había practicado una década antes- a la mismísima Eva Perón, cuando la figura de la mujer del presidente empieza a eclipsar a las feministas que lucharon desde principios del siglo por el derecho al voto de la mujer.
En junio de 1947 Salvadora publica en “Crítica” una carta a Eva Perón. Su intención era hacer una defensa de la primera dama después de su cuestionada gira por Europa. La carta, redactada a pedido del propio Perón, debería haber agradado a Evita, y tal vez podría haber servido para que el gobierno respaldase económicamente al diario. “La carta, en vez de halagarla, disgusta a Evita” dice Emma Barrandeguy, su secretaria, en el libro citado en la primera parte de este relato. Más tarde, Salvadora ironiza: “Lo trágico del caso es que después de todo ese tumulto, mi defensa (…) causó a la señora un ataque de histeria feroz (…) Y entonces de verdad arremetió contra mí.”

Cuando leemos el texto de la carta, sin embargo, es fácil entender por qué Eva Duarte no se siente a gusto con ella. La dueña del diario “Crítica” trata de establecer un paralelo entre su propia militancia anarquista y la lucha política y social de la primera dama; y además, la aconseja en un tono paternalista (o maternal), de experiencia y autoridad que no logra disimular por debajo de sus palabras cuidadosas de respeto y de ternura. Días después de publicada la carta a Evita, llega al diario Cipolletti, el secretario de la presidencia, con un paquete de materias que deberían ser publicadas contra varias damas de la alta sociedad, y Salvadora se niega. El diario termina siendo expropiado y agregado a la  cadena de medios de la prensa oficialista del peronismo. Los activos físicos de “Crítica” son liquidados, y Salvadora Medina debe empezar a tramitar una pensión para poder mantenerse.

Muchos años después, en su libro “Crítica y su verdad”, Salvadora Medina será muy dura en sus opiniones sobre Evita: “Una criatura hembra que surgió de la nada y que no respondía precisamente a ninguno de los conceptos de las mujeres que luchábamos por nuestros derechos. Y quemaron incienso ante esa pobre criatura.” El concepto criatura hembra y la mención a la falta de correspondencia entre Eva Perón y lo que se supone que se esperaba de una feminista, hacen ver que Salvadora toma como suyos los prejuicios que la oligarquía había hecho caer sobre ella misma, la “Venus Roja”, y más tarde sobre la propia Evita. ¿Quién más, sino la misma Salvadora, podría saber lo que era ser una criatura hembra en medio de la sociedad conservadora y machista de la Argentina de principios del siglo XX, y además surgir de la nada?

Y además, ¿qué problema veía Salvadora como luchadora anarquista entre su militancia feminista antigua y el “no responder a ninguno de los conceptos” que le achacaba a Evita? ¿No era ella misma la mujer que manejaba un rollsroyce, y seguía siendo consecuente con sus principios libertarios? Porque también Eva Perón fue el blanco de críticas obscenas y denigrantes. “Esa mujer” fue cuestionada por su origen de clase, porque no pertenecía a las clases dirigentes. Por oponerse a la hipocresía de la moral burguesa –Evita era hija “natural”, además de ser artista, y unirse a Perón antes del casamiento. Pero también por su carácter enérgico y por la exageración de los elementos “negativos” que le son tradicionalmente atribuidos a las mujeres: la frivolidad, el amor al lujo, los celos y la envidia exagerados, un carácter explosivo, caprichoso, en fin, “irracional”.

Salvadora se resiste con firmeza, sobre todo durante la época en que dirige “Crítica”, a los cuestionamientos, tan parecidos a los que se hacen a Evita: su origen pobre, su condición de madre soltera, su unión libre con Natalio Botana, en un primer momento y hasta que naciera el tercer hijo (uma mujer) de la pareja; y después, luego de la muerte del periodista, por su modo de asumir el mando en la dirección de “Crítica”. Pero por ser madre, a diferencia de Eva, Salvadora también es el centro de las críticas por causa de sus predicados domésticos –o por la falta de ellos. Pero siempre hay una cuestión política que supera este universo de críticas a la mujer con poder. Ambas, Evita y Salvadora, son rebeldes, agresivas, indómitas. Y también son fuertemente “sexuadas” y femeninas. Salvadora representa un momento de éxito en la lucha de las mujeres contra la opresión machista, y es un ejemplo excepcional del lugar que la mujer logra ocupar en Argentina, ya en la primera mitad del siglo XX. Cuando joven, Salvadora participa en un proyecto colectivo frustrado de eliminación de la opresión de clases –el anarquismo- pero al final, logra para sí misma un ascenso temporal, un goce del poder.

Décadas después, ya en la segunda mitad del conturbado siglo XX, en la carta enviada por la también escritora Fina Warschaver a Helvio Botana, hijo de Salvadora, el 26 de julio de 1972, podemos leer: “La muerte de Salvadora Medina Onrubia, por tantos años ausente de la noticia periodística, me trajo, junto con el sentimiento de su pérdida, como intelectual y como mujer que había sabido iniciar en el país el movimiento por los derechos femeninos, un cúmulo de recuerdos tanto más entrañables cuando que están ligados a la época de mi juventud. Me inicié en la acción revolucionaria allá por el año 1935, bajo la advocación del Movimiento Femenino Antiguerrero, que organizaba un Congreso Nacional al cual Salvadora dio su decidido apoyo. Ella habló en el acto inaugural y, además, varias reuniones preparatorias se hicieron en su casa que nos facilitó generosamente. Cuando muchos rehuían el compromiso. Por esa época, creo, se estrenó “Las descentradas”, que me causó fuerte impacto. Siempre sentí muy profundamente el problema de la desigualdad de la mujer en la sociedad y, sobre todo, los prejuicios que, por aquel entonces, convertían su vida en un verdadero infierno. Es por ello que recuerdo con particular simpatía la labor realizada por Salvadora en este aspecto y como ahora resurge el movimiento feminista en el mundo, ella tendrá sin duda un lugar en el recuerdo de el.
“Si le relato todo esto es porque pienso que, tal vez, le guste conocer algo de lo mucho que su madre realizó. Generalmente se ignora lo hecho por la generación anterior, lo que significaba entonces afrontar la burla del público, sobre todo de los hombres, cuando en alguna esquina de Buenos Aires, subíamos a un pequeño estrado de madera y empezábamos a hablar mientras un escalofrío nos recorría la espalda. ¡Hubo que vencer tantos prejuicios! Una muchacha tenía que estar a las nueve de la noche en su casa y sentarse a la mesa con sus padres. Todo esto pertenece al pasado pero no deja de ser cierto que abrir un camino de liberación es más duro y difícil que seguirlo luego. Nosotros, y entre todas, Salvadora, lo hemos abierto.”

Reconocimiento final de Salvadora

Pero, ¿por qué tardó tanto en otorgársele a Salvadora el lugar que ya le había reconocido la poetisa Emma Barrandeguy, que fuera su secretaria en su obra “Salvadora Medina Onrubia, Una mujer de Crítica”, de 1990, poniéndola a la par de autoras como Victoria Ocampo y Alfonsina Storni? Entre 1924 y 25, las tres escritoras publican casi al mismo tiempo “Ocre”, de Alfonsina Storni, “De Francesca a Beatrice”, de Victoria Ocampo, y “Akasha”, de Salvadora. La erudición aristocrática de la Ocampo, y las sublimes poesías de Alfonsina Storni, son contemporáneas de una Salvadora que irrumpe a la escena para burlarse del pudor que la moral de aquellos años pacatos le exigían a la mujer. Consigue transmitir en sus textos todo el ideario político y social anarquista que mantendrá a lo largo de su larga existencia, siempre con una irónica inteligencia y una valentía audaz al extremo.

Pero volvamos al conflicto de Salvadora con Eva Perón. Sabemos que escribe la famosa carta a pedido del propio Perón, como una defensa de Eva ante las burlas y otras agresiones que la oligarquía le enrostra durante su gira por la España de Franco y a la vuelta al país.

¿Y qué decía, al final, la carta de Salvadora a Evita?

La carta en su parte final, recomendaba: “Nunca mires, Evita, las miserias del suelo. Lucha y sirve a tu ideal desde el lugar que el destino –que es el aspecto exterior de las fuerzas que rigen y ordenan el mañana del mundo– sabe por qué ha preparado para ti, porque no sirves al azar. Sabe, Evita, que la jornada de servicio es corta y preciosa y que el derecho a servir exige y demanda las facultades íntegras de cada ser. No te gastes mirando el suelo. Trabaja. Sirve. Da con ese tu seguro don sereno y eficaz, de saber dar. Y ten por cierto que no estás sola, ni en el sentido de poder material, ni en el otro, en el espiritual; que quien sirve con fe, amor y desinterés a un gran ideal de superación es, a su vez, servido”.

La intención de Salvadora fue, sin ninguna duda,  transmitirle a Eva Duarte el espíritu de lucha que ella siempre había demostrado como anarquista, feminista, madre soltera y escritora. La chusma más cercana al poder, sin embargo, y con toda la perversidad de los aduladores, interpretó la repetición del verbo “servir” como una supuesta intención retorcida de Salvadora de llamarla a la primera dama con el apelativo peyorativo de “sirvienta”. ¿Podría, una personalidad del calibre y la biografía de Salvadora, menospreciar a Eva Duarte?

Es que, cuando se conoce la militancia política de Salvadora, su ideología anarquista, y su ética de solidaridad libertaria; cuando se lee con atención lo novedoso de sus textos, y se estudia el altruismo con que se entregó a sus hijos y nueras, amigos, y a los anarquistas compañeros de lucha –sus “corbatas voladoras”, como ella los llamaba– podemos entender la carta a Evita desde un ángulo más correcto: nada que se parezca al desprecio puede deducirse de ella. Pero finalmente, el mensaje fue terriblemente malinterpretado por Eva, y terminó siendo motivo suficiente para que el gobierno decidiera la expropiación bajo la farsa de una venta humillante.

Pero volvamos todo al principio, a lo que contábamos en la primera parte de este relato, cuando en el año de 1914 la joven y linda pelirroja entra a la redacción del diario “Crítica” con su obra de teatro “Almafuerte” debajo del brazo, dispuesta a pedir ayuda a Natalio Botana para llevarla a escena. Tiene un poco más de veinte años, los últimos de ellos fogueados en las feroces luchas callejeras y las huelgas obreras de la época.

Salvadora toma la palabra el 1º de febrero de ese mismo año, desde lo alto de un ventanal en la esquina de México y Paseo Colón, en frente a la Escuela Industrial Otto Krausse,  en un acto de la organización sindical FORA contra las Ley de Residencia creada para expulsar a los “agitadores” extranjeros. Exige la libertad de sus amigos, Barrera y Antelo, anarquistas presos. Dos días después empieza su trabajo de redactora en “La Protesta”, órgano del anarquismo, dirigido por el poeta Alberto Ghilardo, escribiendo a favor de las luchas obreras y por la liberación de los presos políticos.
Botana, escribe en “Crítica”, sobre su ingenuidad de incorporarse a un diario “subversivo” y Salvadora le contesta que un periodista leal a sus ideas no debe “retacear su pluma para defenderlas”.

Pasan otros cinco años y Salvadora sale temprano el 7 de enero de 1919 para ir atrás del cortejo que marcha por la calle Corrientes, acompañando los féretros de los obreros muertos el día anterior en las cercanías de la fábrica Vasena. Llevaba a su hijo Pitón, para que “se enterara de lo que era la lucha social”. El 6 de enero, con un calor de más de 35º, la caballería y los bomberos habían cargado contra los huelguistas, matando cinco obreros e hiriendo a decenas. Comenzaba la “Semana Trágica” argentina.
El día del entierro, en Chacarita, sus amigos la suben a los ataúdes que estaban amontonados y Salvadora toma la palabra, pero es interrumpida por la entrada violenta de la policía y los bomberos. Su amigo anarquista Sebastián Marotta la toma de las piernas y la tira junto a él en la fosa abierta: “Pasaron los caballos sobre nuestras cabezas llenándonos de tierra. No sé cómo Marotta pudo salir y sacarme de la fosa. No encontraba a mi hijo, se me había perdido en el tumulto, pero al llegar a la sede anarquista en México 2070, lo hallamos durmiendo en un banco”, cuenta Salvadora.
¿Cómo podría ser aceptada esta mujer en aquella sociedad pacata y conservadora? Es la época en que sus camaradas anarquistas la empiezan a llamar “la Virgen Roja” por su semejanza física con Louise Michel, la heroina de la Comuna de París, profesora y militante de la Asociación por los Derechos de la Mujer.

Era el mismo año en que otro revolucionario, Hipólito Etchehébère, se asoma al balcón de su casa en Buenos Aires y –según nos lo cuenta Elsa Osorio en su libro “Mika”- ve a la policía montada arrastrando por la calle a los judíos: “Ve hombres trajeados con elegancia, de civil, armados con revólveres, que detienen a las personas”. Son los señoritos de la Liga Patriótica Argentina, grupo de la ultraderecha creado para combatir las huelgas de fines de 1918 y principio de 1919. Incluía organizaciones paramilitares y círculos sociales que actuaban como grupos de choque, hostigando con acciones criminales a los residentes extranjeros, las organizaciones sindicales y a los trabajadores en huelga.

Era la misma época en que Hipólito conoce a Mika –Micaela Feldman, anarquista como Salvadora- y ambos se encuentran en “Insurexit” para discutir la revolución, los principios socialistas y libertarios, y planear las acciones en favor de la clase obrera. Allí Mika -que luego sería “la Capitana” en la guerra civil española, tomando las armas del POUM- irá a conocer a Alfonsina Storni y a otras sufraguistas feministas. Y se encontrarán Mika y Salvadora: “Sentí rechazo por esa pelirroja atractiva, extravagante; me costaba ver en esa mujer, vestida como lo que también era, una rica burguesa, a la anarquista indómita –como decía Alfonsina- que intercambiaba cartas con el presidente Yrigoyen y luchaba por la liberación de Simón Radowitzky, el joven anarquista preso en 1919 por asesinar al jefe de policía, Ramón Falcón”, cuenta la escritora Elsa Osorio en “Mika”.

En los mismos años, se consumía en la prisión Simón Radowitzky, el joven emigrado polaco que mató al jefe de policía porteño Ramón Falcón en 1907, para vengar la represión del 1º de mayo contra los anarquistas. Estaba encarcelado en el “presidio del fin del mundo”, en la austral Ushuaia, hasta que Salvadora le arrebata el indulto al presidente Hipólito Yrigoyen -según dicen, durante una sesión de espiritismo. Es la misma época en que Salvadora contrata como su secretaria a América Scarfó, la joven viuda del también anarquista Severino Di Giovanni, fusilado en 1930 por Uriburu. Tramar dos fugas del penal de Rawson, donde Simón Radowitzky se moría en vida, y rehusar el indulto del general Félix Uriburu, llamándolo “fantoche con bigotes” desde su celda en la cárcel del Buen Pastor fueron apenas anécdotas fuertes en la vida de Salvadora, por cuya casa pasan, años después, Pablo Neruda y Federico García Lorca, y en el sótano de su casa-quinta el mexicano Siqueiros pinta el famoso mural. Y mientras tanto, escribe una docena de obras de teatro, cuentos, poesía y novela.  Es la misma Salvadora que se hace cargo de los gastos por el transporte del cuerpo de Alfonsina, después de su suicidio; es la mujer del Natalio Botana que asumió la cremación y el traslado de las cenizas de Horacio Quiroga al Uruguay.

Y es el mismo Botana, el “Citizen Kane” rioplatense, que se enamora de ella apenas la ve, bella, anarquista y rebelde. “Almafuerte”, la pieza que Botana le ayuda a Salvadora a estrenar en 1914, es la primera obra de teatro netamente anarquista que se pone en escena en Argentina. “Las descentradas”, de 1928, presentada en el teatro Odeón, es una obra clave del anarcofeminismo y un gran éxito para la época. Elvira, una de sus protagonistas, muestra la alianza entre mujeres de diferente origen que ya no necesitan participar en luchas obreras para cuestionar su propia identidad, la que surge como una necesidad personal y que la lleva a replantearse incluso el valor del matrimonio –el que finalmente rompe-, y el descubrimiento del amor auténtico, que va a experimentar con un amante, y de su relación con las otras mujeres. Este encuadre ideológico marca una novedad, pero sus contemporáneos no lo entendieron totalmente así, lo que muestra el grado de vanguardismo en que Salvadora desarrolló su vida y su prédica.

Salvadora llamaba la atención porque siendo una libertaria manejaba su propio rollsroyce, gesto que podían practicar, sin críticas, otras mujeres de la clase alta. Pero lo que la hacía única, y que no se le perdonó –como luego sucedería con Evita– era que ella no venía de la oligarquía sino de la emergente clase media. Borrada de la historia por la cultura oficial ologárquica, muchas décadas después se la redescubre y sus textos renacen, todavía vigentes y fuertes para la crítica femenina actual.

Tal vez, el más visible de los enfrentamientos entre el peronismo emergente y el anarquismo en retirada, fue la tensa relación entre Evita y Salvadora Medina Onrubia. Salvadora, polémica y conocida intelectual anarquista, fue la mujer con más poder en la Argentina de su tiempo, lo que solo sería superado más tarde por Eva Perón, a quién Salvadora le estableció un patrón. A pesar de las controversias que Salvadora Medina Onrrubia presentan dentro del anarquismo, siempre se destacó su accionar e intervenciones individuales en momentos para las cuales su imagen pública la acreditaba, por ser la dueña de uno de los diarios más importantes del país. Y repito, es el presidente Juan Perón quien le encarga a “Critica” un editorial en defensa de los ataques que recibía Evita por causa de su gira europea. Salvadora escribe: “No es Evita Duarte, es simplemente una mujer que en este momento es símbolo y embajadora ante el mundo, de toda la Argentina, la vejada. Lo que a ella roce y toque, rosa y toca a todas nuestras mujeres que son la Argentina misma que ella representa”. Y le aconseja “Nunca mires, Evita, a las miserias del suelo”.

Continuará. Lea en la 3ª y última parte otros trechos de la carta de Salvadora a Eva Duarte de Perón.

Javier Villanueva. São Paulo, 19 de agosto de 2013.


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