domingo, 25 de agosto de 2013

Iara y Lamarca.



La amiga y las opciones difíciles

“—Judía, revolucionaria, feminista, y psicóloga, Iara, que fue el gran amor de Lamarca, es otra de las leyendas de la guerrilla brasileña. El compromiso que Iara asumió con la misma rebeldía de toda su generación, la distinguió por su pasión también a favor de las libertades más íntimas y personales— comenta el Chacho Rubio. —Los Iavelberg  eran campesinos rumanos; y los Roth, orgullosos ciudadanos de Budapest, el centro culto y politizado del antiguo imperio austro-húngaro. Ambas familias tenían una por la otra, desde siempre, un rencoroso desprecio, a pesar de que tanto unos como los otros habían padecido los mismos horrores bajo el nazismo; y lo mismo los Roth que los Iavelberg habiendo logrado huir de Europa, llegaron a Brasil aterrados y muertos de hambre. Iara, la mayor de los Iavelberg-Roth -una jovencita paulistana de la clase media, caprichosa, inteligente, y dicen que muy linda- se distinguía en la Escuela Israelita del tradicional Cambuci por su cordialidad y las buenas notas que sacaba. Estudiaba con ahínco, y la psicología le permitió ampliar sus miras; pero, aunque Brasil se sacudía con las luchas políticas y sociales de aquél tiempo tan duro, ella sólo se ocupaba en vestirse bien, ir al cine, y mantener efímeros romances. Era ardiente y provocativa, y a quien quisiera oírla le hacía saber que a ella, para disfrutar los placeres no le hacía falta el amor— le guiña un ojo a Fressie, provocándolo, se levanta para calentar agua, y sigue el relato, Juancito.
––Cuando el golpe de marzo del 64 lo sacó a João Goulart, las grandes industrias, los jefes de la iglesia y los latifundistas, saludaron con euforia a la “revolución” que venía para salvarlos del peligro rojo–– sigue Carlitos, ––Iara, como muchos jóvenes brasileños de su época, inició la dura marcha de la radicalización política que cambiaría totalmente su vida. Y del eclectisismo, la vanidad y la indiferencia, pasó al cuestionamiento y a la acción.

 23 de abril de 2006, tres y cinco de la tarde

Sigo en el taxi; abro la valija y me quedo mirando el embotellamiento de autos, con el cuaderno en mano. Leo que, igual que en Argentina, una parte de la izquierda brasileña criticaba la política conciliadora de los comunistas del “partidão”. Para romper con el reformismo del PCB, los jóvenes optaban por la vía armada, la única que parecía una resistencia real a la dictadura militar para transformar la sociedad. Uno de los primeros grupos nacidos en la búsqueda de alternativas fue el Polop, Política Operária, fundado por intelectuales como Theotônio dos Santos y Ruy Mauro Marini.
En la misma época, mi viejo se había juntado en Córdoba al grupo de Carlitos Fressie, el Chacho Rubio, Juancito, el gordo Lowe y el Indio; una amalgama tenaz de alegría, inteligencia, compromiso revolucionario e irreverencia; todo mezclado, como en la poesía de Nicolás Guillén: estudiaban y cuestionaban los dogmas del marxismo, leían a Isaac Deutsch y a Gramsci, participaban en las luchas sindicales y universitarias, con sensibilidad y espíritu crítico al extremo de caricaturizar los propios errores y defectos, discutir a muerte una posición hoy y repensarla mañana. Habían fundado un grupo político activísimo, que debe haber sido una marca en la vida del viejo, que ahora escribe sus textos desordenados y los mezcla en sus largos meses de letargo en una cama de hospital, donde sus camaradas, algunos vivos y actuantes, otros muertos hace años en el calor de la lucha, lo visitan y lo distraen. Leo más:
                                                                                                                                                     
                                                                                      San Pablo, Brasil, 10 de agosto de 1979
“––Iara entró al Polop en la escuela de psicología, e igual a miles de jóvenes en toda Latinoamérica, casi sin darse cuenta se zambulló en el torbellino social y político que vivían sus países. Empezó a hacer psicoterapia y a dar clases en la facultad; siempre hallaba un buen tema de debate: la moral burguesa, los celos, la competencia individualista, la virginidad o el amor; y por eso sus clases se llenaban de jóvenes. Aunque trataba de cumplir sus tareas militantes, tenía poca base teórica, y evitaba los temas más ideológicos. Además, era insumisa, se aburría y le huía a las reuniones por motivos que entonces parecían fútiles, pero que veinte años más tarde, sus amigos y compañeros irían a considerar bastante razonables–– agrega Carlitos.
––Según dirían después los más cercanos entre sus camaradas de militancia, la riqueza existencial de Iara nunca podría encuadrarse “en un grupo reducido y centralizador”; y por eso le criticaban tanto sus gustos y su liberalismo, su modo de hablar y de gastar el tiempo en ropas, peluquero y maquillaje–– se ríe Juan, y se acuerda de las largas discusiones de moral, después de la salida del Malena, antes de formar los grupos socialistas de base.

––Iara nunca aceptó el moralismo perimido de aquella juventud que maduró a la fuerza, y subestimaba lo personal y todo lo que fuera subjetivo–– agrega Juan. ––Iara decía que la militanciareprimía con perversión la afectividad”––alza la voz y se anima en su defensa de la brasileña. ––¡Una perversión!  ¿Oís? Según ella, los afectos se mezclan en todo, con lo ideológico y político. “Creer que basta con luchar es el colmo del espontaneísmo y el voluntarismo. Yo me siento como una marciana al insistir en el valor de lo íntimo y de las confidencias”, decía siempre–– y Carlitos les daba la razón a Juan y a Iara, ahora que los duros años 70 ya empiezan a pasar a la historia, y se puede reflexionar sobre la rigidez de ciertos conceptos que también los jóvenes argentinos defendíamos en aquellos años.


En el IV Congreso del Polop, a las mujeres les tocó ejecutar las llamadas “tareas militantes de infraestructura”, que eran arreglar camas, hacer compras y cuidar a los chicos y la cocina; y Iara, una vez más, como en tantas otras ocasiones, alzó la voz contra el machismo de sus compañeros— dice Carlos. —El congreso debatió el carácter de la revolución en Brasil y las formas de lucha; pero una fracción se escindió y con otros discidentes, crearon la VPR. Y aunque, como siempre, tenía grandes dudas y cuestionamientos, Iara entró a la Vanguardia Popular Revolucionaria — agrega.


Atreverse a luchar es empezar a atreverse a vencer

–Uma coisa é absoluta, inexorável: você é minha mulher e isso é o mais lindo que me aconteceu na vida. Se é antidialético crêr no absoluto, no eterno, sou, nesse caso um antidialético ferrenho. Saudade imensa, muito amor; sou só teu. (Hay algo que es absoluto e inexorable: sos mi mujer, y éso es lo mejor que me ocurrió en la vida. Si es antidialéctico creer en lo absoluto, en lo eterno, soy en éste caso, un antidialéctico feroz. Nostalgia inmensa, mucho amor; soy tuyo, solamente.)
En el calor de enero de 1969, en uno de los tantos baldíos de un barrio de las afueras de São Paulo, unos jóvenes retocaban con pintura verde oliva un camión viejo; esto le llamó la atención a un chico que, sin querer, terminó desencadenando una sucesión de hechos que, con la sincronía perfecta que siempre acompaña a la mala suerte, lo que ahora se denomina “la Ley de Murphy”, culminó en un verdadero desastrecuenta Fuenzalida, y Carlitos lo escucha con atención, sentado en un rincón del cuarto del sanatorio.

Al ver al curioso acercándoseles, uno de los pintores perdió la calma y le pegó un cachetazo al chico; sí, un bofetón así, a lo bestia, como se hacía antes con los críos cuando molestaban. El niño salió llorando del baldío y le contó a la madre lo que le había pasado, y ella se fue corriendo a la comisaría a hacer la denuncia; enseguida llegó un agente con la mera intención de intimidarlo al joven, pero le llamó la atención y se sorprendió al ver el color con el que los muchachos estaban cubriendo el vehículodice Fuenzalida.
—El camión había quedado igualito a los del ejército; como hombre de pocas luces que era, pero lleno de sospechas y bien entrenado que estaba, el policía salió a pedir refuerzos, y en pocas horas los jóvenes caían presos. Durante días sostuvieron que eran contrabandistas, pero luego, la tortura les arrancó la verdad: el ejército acababa así de frustrar un audaz golpe guerrillero para tomar el arsenal del Regimiento de Infantería de Quitaúnale da una última chupada al mate, se lo devuelve a Juancito, que limpia la bombilla con una servilleta, y prosigue su relato, Carlitos Fressie.
Si la acción les hubiera salido bien, la VPR se hubiera alzado con 360 fusiles ametralladoras del tipo FAL, 60 fusiles automáticos pesados, tres decenas de ametralladoras, y doscientas o trescientas armas cortas y municioneslee Carlitos Fressie en el viejo ejemplar del “O Cruzeiro”.  Pero además, la caída de los militantes los puso a Lamarca y al sargento Rodrigues del regimiento en cuestión, como cómplices del frustrado operativo, en la disyuntiva de huir y pasarse de inmediato a la clandestinidad, o a exponerse a volver al cuartel antes que los detenidos contasen todo, y llevarse cuantas armas pudierancompleta Cacho Fuenzalida. —Sin pensarlo demasiado, eligieron la segunda opción, la más arriesgada— se ríe Carlitos.

Lamarca hablaba poco, no iba jamás al casino de oficiales ni comentaba sus opiniones políticas. Como campeón de tiro, y por ser un militar íntegro, era apreciado por todos sus superiores y subalternos. Era un soldado tan intachable que incluso, unos pocos días antes de su forzada deserción, su superior le mandó que instruyera a las empleadas del banco Bradesco a usar las armas dice Carlitos Fressie. —Sí, yo vi la revista “Manchete” con las fotos a todo color en las que el capitán les muestra a las graciosas bancarias cómo protegerse de los asaltos organizados por los grupos armados, que eran cada vez más frecuentes por aquéllos díasconcluye Victoriano, y los ojitos azules se le achican en una sonrisa, irónicos.
Pero lo que por fin terminó en la deserción, convirtiéndolo en un mito de la guerrilla, ya tenía su historia previa. Como muchos militares brasileños, desde 1962 Lamarca leía la prensa clandestina del “Partidão”, el PCB, y estudiaba el marximo, seriamente persuadido de su opción por la vía armada. Y tanto lo había madurado que habló con Maria, su mujer, y la envió con los chicos  fuera de Brasil para prevenirlos de las revanchas que seguramente ocurriríansigue Carlitos Fressie.

La Navidad de 1968 fue la última que los Lamarca pasarían todos juntos, en familia. Unos días después, María y sus hijos viajaron hacia Cuba. El ex sargento Onofre Pinto, comandante de la VPR, lo había convencido de que existían todas las condiciones políticas y sociales, para empezar a instalar el foco rural, para lo cuál necesitaban organizar de inmediato el robo al arsenalsigue Juancito. Pero al salir con las armas del cuartel, Lamarca descubrió con tristeza que el territorio y las condiciones para el foco aún no estaban listas, y que la VPR en realidad estaba siendo destruída de a poco, acribillada por las balas de la represiónCarlitos aparta el mate y la pava, guarda los apuntes y se levanta.

Hacia esa misma época, Iara también se pasó a la clandestinidad; aprendió a tirar con armas cortas y largas, hizo relevamientos de terreno y levantó datos para varias acciones armadas de propaganda revolucionaria, y también se sofocó en las largas horas de tedio que le representaban el encierro forzado de las reuniones y las esperas de la vida clandestinaagrega Juancito.  
Iara no estaba de acuerdo para nada con la acción de Quitaúna, y pensaba que era una locura mayúscula largarse a la lucha armada sin tener la más mínima infraestructura; ¿en dónde esconderse después de la operación, y cómo guardar un camión lleno de armas, por ejemplo, con las que además, no alcanzaba ni siquiera para empezar el foco? Y tenía razón porque el pequeño arsenal les había significado, como saldo inmediato, la caída de varios locales que antes habían sido bastante seguros; y en tal situación, la VPR incluso fue obligada a entregarle por un tiempo todas las armas y algunos recursos económicos a la ALN de Carlos Marighelladice Carlitos Fressie.
Y así, perseguido a muerte por la dictadura y sin poder abrir de inmediato el foco en el campo que se había propuesto, Lamarca tuvo que esconderse, no haciendo otra cosa que ejercitarse y estudiar, una rutina más parecida a la de un preso que a la de un jefe revolucionario. Pero en esta época tan adversa la conoció a Iarahace cara de picardía, carraspea y se levanta a calentar la pava del mate, mi abuelo Victoriano.

Al principio Iara y Lamarca discutían la política brasileña y mundial; hablaban de Fidel y Sierra Maestra, o de las luchas en Colombia, la guerrilla uruguaya Tupamara, el peronismo en Argentina, y sobre la candente realidad local. Iara, por su lado, le contaba a Lamarca de Freud, el miedo a lo nuevo y desconocido que hay en cada uno de nosotros, y sobre el rechazo infantil de gran parte de la izquierda a la psicoterapia. Así fueron llegando las confidencias, él a decirle cómo extrañaba a sus hijos que estaban en Cuba, y su miedo de no volver a verlos; ella se animaba a hablar sobre sus muchos amores, y su pasión por la libertad cuenta Juancito y me guiña un ojo. Un buen día mientras desayunaban, el capitán la besó; pero le pidió disculpas, diciendo que era un mero acto de debilidadlo provoca Carlitos Fressie a Juan, que siempre se inclina por los temas de la psicología y la moral, y su relación con la política y la acción revolucionaria. Es que Lamarca no quería traicionar a Maria, su mujer. Había prometido que en pocos años, lo que faltaba para triunfar la revolución, volverían a estar juntosdice Juan, seguro que el tema va a desafiar al Indio y a Carlos, que ya empiezan a mirarse con picardía y a soltar risitas provocativas.
Pero Iara se impuso, discutiéndole a Lamarca que la clandestinidad les exigía a los revolucionarios una ética nueva, distinta a la moral en la vida normal de la gente; decía que en el combate revolucionario, con circunstancias y peligros tan especiales, necesitaban amar intensamente, dar y recibir cariño para fortalecer su espíritu de lucha; y ella tenía miedo de que la culpa se impusiera al amor insistía Carlitos en provocar el moralismo cristiano de Juancito.   

La VPR los criticó desde la moral revolucionaria, sobre todo porque Iara traía una fama antigua de mujer fatal y liberada. Hubo también otros argumentos prácticos, aparte de los ideológicos, y es que los compañeros creían que la represión podía saber del romance, y Lamarca, además de traidor al ejército, pasaría a ser tachado de libertino agrega ahora Juancito, como retrucándole a Carlos, y yo me acuerdo del lío que se armó entre nosotros cuando al Pelado Rafa, que era casado, no se le ocurrió nada mejor que enamorarse de una compañera, soltera; o cuando Israel Vilhas, también casado, se la chamuyó a la chiquita de los tupas.
Pero bueno, el caso es que al final los dos aguantaron firme todas las críticas y se fueron a vivir juntos, aún en las duras circunstancias de la épocadice Juan, y los mira con ironía a sus compañeros, que siguen provocándolo, haciéndole recordar su pasado de seminarista y sus largas prédicas en el Malena sobre la moral y ética del Hombre Nuevo.    
           
Poco después de pasarse a la clandestinidad con las armas del cuartel, Lamarca tuvo su primera acción, un temerario asalto simultáneo a dos bancos: el Itaú y el Mercantil. Él tenía que cubrir a los militantes que saldrían con el dinero. El capitán estaba parado en la esquina, tenso, a unos 25 metros, cuando vio que un policía alzaba el arma y le apuntaba a un cumpa; y Lamarca le disparó, certero—  dice Victoriano derribándolo con el impacto. Lamarca corrió hacia el centro de la calle, con la metralleta en alto, paró el tránsito disparando ráfagas al aire hasta que todos pudieron subirse al auto que los sacó del lugaragrega Juancito. Llegó al escondrijo deprimido, abrumado por la desgracia de la ejecución impensada, sin alternativa, que además era su primera muerte se emociona Juancito. Fue una tragedia, incluso en la revolución siempre hay que tratar de preservar la vidaconcuerda Fuenzalida, cierra el “Primera Plana” que trae la nota del “Jornal do Brasil” de Rio de Janeiro, y se levanta.

Luego del cruento asalto, la prensa le atribuyó todas las acciones de autoría de la guerrilla que ocurrían, y de pronto la foto de Lamarca empezó a tapar las paredes de las comisarías y las oficinas públicascomenta Victoriano, apoyado en el marco de la ventana que da al Paseo Sobremonte, y se va poniendo el sombrero y la chalina, agarra el bastón y le da la mano a Eufemia para ayudarla a levantarse. Se decidió entonces que, por  seguridad, el capitán debería hacerse una cirugía plástica con alguno de los médicos simpatizantes de la guerrilla.

J.V. fragmento de "De Utopías y Amores, de demonios y héroes de la Patria", São Paulo, 2006. 

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