
“El hombre lúcido, -había
escuchado en el avión, en un DVD que no quise ver durante el vuelo a
Córdoba, pero cuyos diálogos había oído con los ojos cerrados- sabe
que la vida es una carga de hechos y emociones,
que vivir y morir son valores de la misma materia, y pesan casi lo
mismo, porque la vida tiene tantos sufrimientos que su interrupción por la
muerte no debería ser necesariamente un mal. Los lúcidos saben que son meros
equilibristas en la cuerda floja de la vida. Y ya sea por accidente, o por la
opción de una existencia más sacrificada o heroica incluso, es posible caerse
al abismo, interrumpiendo de
pronto la función del circo, produciendo un gemido colectivo de estupor
en la platea...y después, el silencio incómodo que precede a todo olvido”.
“Pero el hombre lúcido puede también optar por la vida, y entonces agotará todas las posibilidades, y podrá beberse las bellezas de las calles y los campos; tendrá planes, amores, amigos; y pergeñará ideales, resistiendo al infortunio. Y si lo alcanzara la infelicidad y sus pesares: la nostalgia, el dolor u otro emisario cualquiera de la muerte, sabrá soportarlo con coraje, mansamente; y morirá, de causas naturales, viejo, al lado de hijos y nietos, que sabrán su aventura magnífica. La justa ley de la naturaleza equilibra lo malo en la vida de un hombre, y lo iguala siempre a lo más favorable. Pero al hombre lúcido que optó por la vida, se le permite que tenga el poder magnífico de alterar esa ley durante su existencia, y los sucesos positivos serán siempre más, y muchísimo más significativos que los malos”.
Lo que oí en el avión, según recuerdo haber leído en algún
lugar, es parte de un tratado sobre la lucidez, escrito tal vez en el siglo VI
a.C, en Caldea. Y me recordaba un texto de Xavier Bichat, también
sobre el fin de la vida: “la gran
diferencia entre la muerte por vejez y aquélla que ocurre de súbito, un
accidente, es que en la primera, la vida empieza a apagarse por todas partes, y
termina en el corazón; la muerte ejerce su imperio desde la periferia hacia el
centro”. Y es verdad, pienso: el viejo se muere de tanto haber
vivido, de a poco. Por eso casi siempre muere feliz, lúcido al fin.
JV
Homenaje a un hombre bueno: José Barrionuevo, muerto el 7 de agosto de 2013.
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