quarta-feira, 18 de setembro de 2013

¿Quién sabe lo que es un Somatén?




¿Quién sabe lo que es un Somatén?

Hoy temprano -supongo que era antes de las diez de la mañana porque la claridad se me filtraba a través de los párpados con mucha intensidad- Raquel entró al cuarto de la clínica, muy risueña, y me preguntó -sí, a mí, que estoy inmóvil, suspendido en esta cama desde hace meses- si sabía qué significa la palabra “somatén”.

¿No sabés?— me preguntó, como si ignorase que no puedo contestarle porque este maldito estado de coma emocional me lo impide. —Mirá, Javier, esta palabrita, que parece que proviene del catalán “sometent”, anda apareciendo bastante últimamente en la prensa política— me repite, muy didáctica, mi hermanita.

¿Y qué es el “somatén”? bueno, según el diccionario de la RAE, se trata  de un cuerpo armado irregular. ¿Una guerrilla?; no, según el augusto diccionario, es lo que hoy se llama un grupo parapolicial, o paramilitar, clandestino pero con algún apoyo del estado, un grupo armado que toma a su cargo y por su propia cuenta, sin culpas ni demasiada benevolencia, la tarea de ciertas “acciones especiales”; esto último lo leí en el blog del escritor Jorge Asís— amplía, siempre un dechado de pedagogía, mi hermana Raquel.

En ese mismo momento entra en la habitación Graciela, que primero la mira a Raquel con curiosidad, al ver que me habla como si yo pudiera contestarle, concordar, oponerme, o dialogar con ella; pero enseguida se da cuenta que nuestra hermana está empezando a adherir a las opiniones de Muñeca, y que ellas todas coinciden ahora en la remota posibilidad clínica que Gatica, el médico de guardia, viene sosteniendo: él afirma que yo puedo estar –¡y realmente lo estoy!— vivo por dentro, oyendo, soñando, pensando y sin poder interactuar por causa de una inmovilidad exterior, una especie de “autismo” que me amordaza los gestos, la voz, y me impide realizar cualquier exteriorización posible de mis sentimientos.

 —Un somatén, entonces— sigue Raquel, —es un organismo para neutralizar, y eliminar físicamente, secuestrando o matando a cualquier persona que pueda ser nociva o peligrosa para la sociedad o para el mismo organismo.

En la Argentina de los años setenta, como todos lo saben, abundaban los grupos políticos y sindicales de derecha que consideraban nocivo a otros grupos rivales o enemigos, o al dirigente que se les oponía. Y todo esto lo pienso ahora, tendido en un lecho de hospital, inútil para cualquier movimiento, incapacitado de hablar, llorar, o hacer mis necesidades como me lo habían enseñado cuando largué los pañales. Mientras Cristina, y Raquel conversan sobre lo que aparece hoy en todos los diarios, yo me acuerdo -incluso con detalles inusitados-, las angustias de aquellos lejanos años 70.

Era una época en la que, como lo sabemos bien los que la hemos vivido, o quien la ha estudiado, como dice el escritor Asís, “se imponía el somatén”. No había ninguna apelación moral ni política que pudiera convencer al entorno de Perón e Isabel a optar por otro camino posible: la fracción más fascista y lumpen del justicialismo se aterrorizaba con el avance de la izquierda socialista y la Tendencia Revolucionaria, los militantes de las FAR, FAP y Montoneros llegados a la Juventud Peronista del partido y el gobierno. Temblaban de odio sólo de ver la creciente agitación obrera y popular que confluía desde el Cordobazo con los grupos armados o no, de origen marxista. Los hombres de López Rega y Rucci ya habían usado a la Tendencia, tolerando a Montoneros y JP para hechar a los militares, y ahora debían neutralizarla primero, para poder eliminarla físicamente después.

Victoriano Unzaga había muerto en 1975, poco después de Perón. Y supongo que deba ser de él, de mi abuelo materno, que aprendí a desconfiar del líder justicialista, conductor de centenas de miles de jóvenes de mi edad, y me cerré desde muy chico a cualquier tentativa de seducción peronista por parte de la otra ala de mi familia, la paterna, en la que don Juan Domingo no tenía oposición. Por eso ahora, al oír las noticias, me resulta curioso que después de la detención de Isabel por causa de los crímenes de las Tres A, se dijera que el siniestro organismo –lo que mis hermanas llamarían un auténtico somatén– sólo empezó a actuar después de la muerte de Perón. Y también es muy extraño que se piense que su único inspirador, organizador y conductor haya sido el diabólico ministro López Rega.

Recuerdo que, después de morir Perón, el 1º de julio de 1974, la crisis política tomó los contornos definitivos de una pesadilla. Isabel, cuyo desempeño en otro contexto hubiera sido incluso cómico, le había otorgado la suma del poder al ministro de Bienestar Social, José López Rega, y a las bandas que él comandaba bajo el nombre de Alianza Anticomunista Argentina. Las Tres A habían forzado al exilio y asesinado a políticos, periodistas, intelectuales, sindicalistas y opositores de todos los signos, sobre todo de la izquierda, y a cualquiera que el todopoderoso “sombra” de la presidenta, o alguien de su círculo íntimo, señalara. 

Algunos periodistas y políticos incluso se atreven a nombrar a la mujer de Perón, como responsable por las Tres A. Cuentan mis hermanas que, furiosos, los gremialistas de la derecha justicialista llenaron Buenos Aires y las principales capitales, con miles de carteles en dónde decían muy claro: “No jodan con Perón”; esto quiere decir: ¡es mejor que no investiguen ni se metan con el Viejo!, a ver si por ahí acaban descubriendo otras cosas. Y ya sabemos que cuando la burocracia sindical argentina advierte, en seguida amenaza, chantajea, secuestra y mata; y muchos tiemblan de sólo recordar de qué son capaces los viejos burócratas de los gremios peronistas.

El médico de guardia, el doctor Gatica, se da una vuelta por mi cuarto antes de terminar su turno. Se acerca, saluda y se sienta en el borde de mi cama; no lo veo, claro, pero siento el peso en el colchón, y de a poco mete la cuchara en la charla de mis hermanas:
—Cuando la detuvieron a Isabelita en Madrid, acusada de uno de los muchos crímenes de su responsabilidad en los años anteriores al golpe del 76, me entusiasmé— dice el doctor, —tal vez demasiado, pensando que iban a empezar a hacer justicia—.

No puedo seguirle el hilo al doctor Gatica, que habla bajito. Y como no oigo bien lo que dicen, me desenchufo de a poco de la conversación y me hundo en un ensueño, en el que se mezclan el delirio de la fiebre con los recuerdos muy nítidos del pasado, de un discurso largo, que ahora me veo haciendo en una iglesia, en la que se mezclan algunos fieles y decenas de obreros y estudiantes, jóvenes rebeldes, de pelos largos. Me veo levantando el puño izquierdo un par de veces, mientras aumento el tono de voz, monótono, tal vez excesivamente pedagógico:

—Compañeros: voy a hablar del 25 de septiembre de 1973, cuando todavía estaba caliente el triunfo que unos días antes había hecho presidente a Perón por tercera vez— me veo diciendo a viva voz, desde la extraña tribuna. —Y al enterarse que su fiel José Rucci, secretario general de la CGT, había sido muerto en un atentado, que en aquél momento le fue atribuído al PRT-ERP, y hoy está más que confirmada la autoría  de los Montoneros, el Viejo se puso furioso— afirmo, levantando el tono del discurso y el volumen de la voz.
—Perón no tenía dudas; sabía que  la mano armada de su juventud maravillosa era autora del ataque y, como buen general, empezó a planear en detalles cómo aniquilar a la guerrilla montonera— agito los brazos e imposto la voz.  —Perón declaró a los Montoneros y a la JP, desde entonces,  su gran enemigo— digo alto y en buen tono.

—Quién estaba cerca de Perón lo pudo oír muy claro: era necesario un “somatén”. Y como nadie conocía la palabreja, el general tuvo que explicar que era “una reserva del ejército que actúa por cuenta propia”; le contó a su platea, desolada por la muerte de Rucci, que los catalanes lo usaban ya, al “somatén” digo, en el siglo XI, y que el dictador Primo de Rivera, una de las fuentes filosóficas de Perón, lo había reflotado durante su golpe de estado  en la España de 1923—  sigo mi discurso en el sueño que se mezcla al delirio de la fiebre.

 —En resúmen— sintetiza Raquel, —el somatén es un grupo armado, afín al ejército, y semiautónomo, que persigue al enemigo con un plan cuidadoso e implacable. O en otras palabras: es un organismo muy bien equipado y aceitado, que usa las armas para matar a sus oponentes— completa. —Y ahora ya se sabe que Perón a menudo tenía largas charlas en Madrid con el coronel franquista Herrera Marín— dice el médico, impresionándola a Raquel, —que le propuso un proyecto de represión que se basaba en sus vivencias de la Guerra Civil Española de los años 30— completa el doctor  Ricardo Gatica

—Todo esto, palabras más, o palabras menos, era el esbozo del mapa del infierno, lo que algunos meses después sería la tristemente célebre Triple A, o los “horribles”, cuyo jefe fue el Brujo López Rega, brazo derecho de Perón—  completa mi hermanita y yo pienso que, además, ésas bandas eran tan sólo la antesala del verdadero infierno, el que vino después, el de la dictadura y sus secuestros, su máquina de perseguir,  desaparecer, y matar.
 Me vuelvo a dormir y me imagino ahora al pie del estrado, discutiendo con dos muchachos de la JP: —¡Pero, si medio Buenos Aires sabe que después de la ejecución de Rucci, Perón llamó a todos y cada uno de los jefes del justicialismo y del sindicalismo a una reunión urgente!— les digo.

Recuerdo haber leído en algún diario, un poco antes de mi detención a la salida del Congreso del FAS en el Chaco, que en aquél encuentro llamado por el mismísimo Perón, había estado el yerno de López Rega, que después sería presidente interino, Raúl Lastiri, el secretario general del Justicialismo, todos los ministros y gobernadores. No faltó nadie a esta reunión en la que el general le explicó a su alta cúpula que había que “esmerarse  y eliminar a los marxistas infiltrados”, para evitar que destruyeran al Movimiento Justicialista.  La dirección del partido y del gobierno ya estaba completamente “depurada” de aquella juventud a la que alguna vez él mismo había llamado “maravillosa”, y que le había devuelto el poder, y Perón ordenaba a sus hombres de la derecha y del sindicalismo a “participar activamente en las acciones planeadas para llevar adelante la lucha”, y excluir físicamente a la izquierda peronista y a los marxistas. 

—La izquierda del peronismo había sido ingenua en sus bases populares, y maquiavélica en la cabeza de algunos de sus dirigentes, durante su lucha contra la dictadura, y ahora tenían que eliminarla— dice Carlitos y los muchachos de la JP se callan, se miran acongojados, incapaces de explicar lo inexplicable. Y yo me despierto y confirmo que todo sigue igual en el sanatorio, y pasa la enfermera con el té de las cinco, y Muñeca se lo recibe y le devuelve a Cristina una “Primera Plana” vieja y el “Panorama” de la semana pasada, y yo salgo de a poco de la modorra de la fiebre, y me pongo a prestarle atención a lo que hablan o leen, alternándose, mi mujer y mi prima.

La verdadera discípula de Perón

Dice Tomás Eloy Martínez que en 1970, después de hablar en Madrid con Perón, que le dejó grabar partes de la historia de su vida, se animó por fin a hacerle una observación audaz, directa y provocativa: —¿Se da cuenta, general, que Evita está ganándole la batalla de la historia?— me cuenta Muñeca que leyó en la “Primera Plana”.

Y escribe Eloy Martínez que tal como era de esperar, Perón se encrespó. En la grabación se lo oye golpear su escritorio de la quinta 17 de Octubre. Las tazas de café tintinean, las cucharitas vuelan por el aire— lee Muñeca.  Y para que nadie dude del peso histórico de la anécdota, insiste Eloy Martínez, diciendo que el tiempo no ha borrado el disgusto de Perón, que está aún ahí, en las cintas— se ríe Raúl y le devuelve el viejo número del “Primera Plana” que le trajo Muñeca de casa de la Tina.

 —Según sigue contando Tomás Eloy Martínez, el viejo no podía pasar por alto el desafío que su biógrafo le había arrojado: Eva fue producto mío, dijo con voz ronca, cuenta el escritor. Yo la preparé para ser todo lo que fue. En la mujer hay que despertar las dos fuerzas extraordinarias que son la base de su intuición: la sensibilidad y la imaginación. Cuando estos atributos crecen, la mujer se vuelve un instrumento maravilloso de la voluntad del hombre. Claro, es preciso darle también un poquito de conocimiento. De otro modo, no sirve ni para los menesteres— lee el Chacho Rubio, se ríe con ganas del machismo del viejo, y le pasa la revista a Carlitos Fressie.

Cuenta el escritor que, un par de veces en aquéllos  largos días grabándolo a Perón, se había cruzado en Puerta de Hierro con Isabel, de nombre verdadero Estela Martínez, con la que Perón se había casado en 1961 en Madrid.  Se movía con discreción, como un fantasma frágil, escribe Eloy Martinez, -y yo me acuerdo de mi pesadilla de la otra noche, cuando soñé con la fallecida señora Rosa Ovejero, y la vi pasando silenciosa por las paredes, casi flotando-, y las únicas palabras que le oí fueron: ¿Quieren café o té los señores?, siempre con el mismo tono neutral y monocorde— lee Muñeca el texto de E. Martínez.

Agrega el periodista que en una de esas pocas ocasiones, el Brujo López Rega “que hasta 1969 había sido una figura invisible en la vida doméstica de la quinta de Puerta de Hierro, y que al año siguiente ejercía un control abusivo sobre todos los movimientos del matrimonio, interrumpió nuestro diálogo exhibiendo una enorme foto de Isabel, en la que ella aparecía llorando durante una ceremonia en la que había representado al marido, días atrás. “Vea, general: esta sí es una mujer hecha y derecha. De acero para obedecer sus órdenes y llena de ternura cuando se le tocan los sentimientos”. Eloy Martínez cuenta que el Brujo impertinente aludía sin tapujos al carácter terco y tenaz de Evita, a la cual Perón acababa de tachar de “fanática y sectaria, incapaz de transar con lo que no es peronistadice el Chacho, hace una mueca, y deja la revista encima del catre de campaña.

Y dicen que para terminar el encuentro con Perón y las entrevistas de 1970 en Puerta de Hierro, el escritor le preguntó al Viejo si él pensaba que Isabel estaba preparada para tareas más arduas que las del exilio. Y Perón le contestó, sin hesitar, porque el Líder podía incluso equivocarse feo, pero no podría nunca darse el lujo de dudar o vacilar, ni parecer ante los otros que le faltara seguridad sobre algo: He tenido muchos discípulos en la vida; ninguno ha llegado tan lejos como Isabel en el aprendizaje de la conducción. En cada tarea que le he encomendado ha hecho las cosas muy bien. Tiene inteligencia e instinto, y a mi lado ha ido adquiriendo una habilidad para mandar mejor que la de los políticos profesionales— cuenta Raúl que leyó en la “Primera Plana” que Cristina trajo ayer.

 Me despierto pero sigo pensando en el sueño; y aunque hoy estoy en coma, acostado en un hospital, sin movimientos y sin poder manifestar mis pensamientos, no me puedo olvidar del tema que trajeron mis hermanas y el doctor al pie de mi cama de enfermo; y no puedo dejar de recordar que Estela Martínez de Perón –la Isabel- y su banda restringieron la libertad de toda la generación de los años 60 y 70, y obligaron a exiliarse a más de un escritor, poeta, cineasta, y actor, a la vez que con los secuestros y atentados contra sindicalistas, políticos y abogados defensores de presos políticos, creaban el clima propicio para el golpe sangriento de Videla en 1976, haciendo el contrapunto dramático con la ceguera política de la izquierda y del peronismo combativo.

 Como lo rumié tantas veces  desde que recuperé mi capacidad de pensar en esta cama hace algunos meses, creo que la democracia que conquistamos después de años de lucha contra la dictadura nos da siempre el derecho de discutir. Estoy inmóvil y sin poder expresarme, pero las largas semanas de letargo me permiten pensar, y sé que lo que es noticia y política hoy, mañana podrá será historia y literatura. Y con ese mismo derecho conquistado podemos y debemos preguntarnos ¿por qué Perón e Isabel tendrían el beneficio de la impunidad si su triste gobierno sirvió de antesala a la peor dictadura que Argentina y América Latina han padecido en toda su historia? ¿Acaso Perón, Isabel y el Brujo les dieron a sus víctimas, a los que fueron eliminados por el “somatén” de las Tres A, el derecho al perdón que los viejos sindicalistas peronistas pretenden regalarle hoy a la ex presidenta?


Javier Villanueva, São paulo, 2006, trecho de “De amores, héroes de la patria y otros demonios”

2 comentários:

  1. Querido amigo, interesante el cuento y muy justas las preciaciones políticas que aparecen, pero con una discutible tesis sobre la historia. Perón llegó a la Argentina con la decisión tomada de someter o liquidar a la "tendencia", y lo dejó claro en Ezeiza cuando los encargados de "su seguridad", designados por él mismo, Osinde y López Rega, balearon y torturaron en el mismo aeropurto a decenas de militantes y gente común que fue a recibirlo, mientras su avión aterrizaba en la base militar de Morón. Ese día comenzó la más feroz represión del estado argentino y sus somaten, que culmina con la última dictadura militar. Todo un símbolo, el general regresa a una base militar con sus pares, y el pueblo es masacrado por sus bandas armadas. A todo esto Lanusse feliz, porque se cumplía su libreto tal como lo cuenta en "Mi testimonio": Perón no podía morir en el exilio y que sus últimas palabras fueran de elogio a la revolución cubana y a las "formaciones especiales" (los grupos armados de la 'izquierda peronista'); no, tenía que hacerlo en el país, con el uniforme de general puesto, y enfrentado a esos grupos que tendían al anticapitalismo.

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  2. Gracias, amigo Miguel. pero no veo dónde levanto tesis sobre la historia que se contradiga un milímetro con lo que me decís. Hace tiempo que había escrito este texto, así que después de tu comentario lo releí, una y dos veces, pero no encuentro en qué punto digo algo diferente a lo que sostenés. Un abrazo.

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