sábado, 7 de fevereiro de 2015

La Hormiguita. Parte 2. Delia del carril y Neruda



El 18 de Julio de 1936 comienza la Guerra Civil Española, en la cual fue asesinado García Lorca, lo que causó profundo impacto en el ánimo y en la poesía de Pablo Neruda. Es por entonces que inicia “España en el corazón” Su actitud de compromiso con la república derrotada ló lleva a ser destituido de su cargo consular. Se va a Valencia y luego a París, desde donde organiza y dirige, con Naney Cunard, la publicación “Los poetas del mundo defienden al pueblo español”.
Pero no es de Neruda que vamos a hablar, y sí de Delia, su mujer. 
J.V.

La Hormiguita. Parte 2.

En las páginas que van de la 33 hasta la 37 de los "Testimonios sobre Delia del Carril", que hojeé con extrema curiosidad en el Boletín Primavera de 1991, que me prestaron en la Fundación Pablo Neruda, me entero de algo que ya me había sospechado muchos años atrás, cuando recién llegué a Brasil, leyendo en las entrelíneas de "Confieso que he vivido", la autobiografía del escritor chileno. Y es que Luis Enrique Délano, -el marido de la autora de las 4 páginas a las que me refiero-, fue nombrado secretario de la Cónsul General de Chile en Madrid, en 1935, que era nada menos que la autora que ganó el otro Premio Nobel chileno de literatura, la querida Gabriela Mistral. La poetisa, que vivía sin sueldo ni apoyos de ningún tipo en España, tuvo la muy mala suerte de perder una larga carta personal en la que se quejaba de su vida y de la gente española –que fue publicada en la prensa chilena-, lo que le trajo como consecuencia el traslado inmediato a Portugal y la ira de los españoles.
Todos sabemos bien que aquella fue una época hermosa en la historia contemporánea de España. Era el pequeño Siglo de Oro, así llamado porque la República había desatado de algún modo -que no tenía que ver solo con lo político o cultural, pero sobre todo con lo social- todas las amarras de la vida, y era una fuente de estímulos para una generación brillante de intelectuales y de artistas de todos los géneros y estilos. Algo parecido al clima de renacimiento que había tomado la Berlín del tiempo de la República de Weimar, en medio de conflictos sociales y soluciones provisorias que también en la Alemania de los años 1919 y 1933 terminó en una durísima derrota del pueblo, de sus partidos de izquierda y las artes populares con la asunción del nazismo.
El chileno Morla Lynch, que oficiaba de primer Consejero de la embajada de su país, tenía la rara virtud de lograr juntar en su casa madrileña a las grandes figuras de la literatura y la plástica. Sus reuniones -que todavía se llamaban tertulias- eran de un atractivo irresistible; y es que allí se leían libros -poemas o novelas inéditos- y se adelantaban las obras de teatro y ensayos que de algún modo irían a exponer las grandes ideas de la época. 
La vida social era una fiesta, como contaría más tarde Hemingway cuando pinta un clima parecido en la que era la capital de la literatura norteamericana hacia 1920, La multitud de invitados y curiosos en la casa de Morla Lynch repetia esa generación perdida, no era más que un grupo de jóvenes artistas con todas las secuelas de haber sobrevivido a la 1ª Gran Guerra, el hecho histórico más grande de la época. Allí se la encuentra por primera vez a Delia del Carril, una chilena que parecía conocer a todo el mundo de las artes y las letras, y que era cortejada por muchos escritores, poetas y pintores que luego serían famosos. Ella se dejaba querer y es que por aquel entonces estaba de cabeza dedicada a una solidaridad sin límites con los muchos artistas que pasaban por serios aprietos económicos.
Delia se empeñaba en juntarles algún dinero, ropas y remedios.  Por eso fue que alguien la bautizó entonces como "La Hormiga" y seguro que no fue Neruda el autor del apodo porque ya la llamaban así antes de que el poeta chileno apareciera por Madrid, cuando la capital castellana todavía era una fiesta a la moda Hemingway.
Cuenta Lola Falcon, autora de algunos de los testimonios de estas 4 páginas, y lo confima el poeta español Rafael Alberti, que Delia le preguntó un día a Lola, la esposa de Luis Enrique Délano, al que mencione más arriba -¿Lo conoces tú a ese tal Pablo Neruda?-. Y la verdad, escribe Lola -mujer del secretario de la consulesa Gabriela Mistral- es que no era mucho lo que ella podría contar sobre él en aquel entonces. Recién cuando empezaron a frecuentarse en sus tareas del consulado es que se hicieron amigos.
Neruda, por lo que parece, venía marcado por sus años solitarios en la lejana Asia, entre India e Indonesia. El poeta hablaba poco, y además era muy ordenado y serio en la rutina de sus funciones. Por aquella época lo acompañaba su mujer, la holandesa María Antonieta Hagenaar –la Maruca- que era de alta y desgarbada según el ojo crítico de las mujeres de su entorno, y encima, hablaba muy mal el castellano. Maruca, la holandesa, y el escritor habían tenido una hija. Malva Marina se llamaba la niña, y muy pocos la conocieron porque, como luego se supo, padecía una enfermedad grave e incurable, de nacimiento.
Pablo Neruda y Delia del Carril se conocieron en un restaurante, en uno de los tantos almuerzos que a cada tanto se ofrecían para celebrar el lanzamiento de algún libro, una obra de teatro, algún premio literario o el cumpleaños de una amiga o amigo escritor. No eran todos los que sabían que Delia no era chilena, y si argentina, cuñada del escritor  Ricardo Guiraldes, y que había estudiado pintura en París, además de ser divorciada, lo que no era muy común en aquella época. Nunca hablaba demasiado de sí misma y casi siempre se la veía muy comunicativa y aparentemente alegre.
Fue una vez u otra –dicen los testigos que relatan las páginas del Archivo de la Fundación Neruda- a tomar el té de la tarde con la consulesa Gabriela Mistral, que vivía su época de infierno en Madrid, aunque nadie sabe si la amistad entre ambas mujeres pasaría más allá de las puras formalidades.
Cuentan también que fue una sorpresa para todos, sobre todo en un grupo tan variable de artistas e intelectuales, ver a la Hormiguita vinculada a Neruda sentimentalmente. Y creían al comienzo que debía tratarse solamente de una amistad literaria, pero más tarde, cuando empezaron los bombardeos de los militares sediciosos sobre Madrid, los diplomáticos y parte de su trupe de amigos –entre ellos Pablo Neruda y el marido de la autora de las memorias que leí en la Fundación- tuvieron que trasladarse a Barcelona. Les dieron un salvoconducto a todos, y Delia también se fue a Cataluña junto con el grupo de intelectuales y diplomáticos.
Al llegar a Barcelona, alquilaron un departamento en el que vivían todos juntos, y por cierto un tanto hacinados. Comían en lo que había sido una elegante mesa de billar que, al parecer, había sido de Tulio Maqueira, que fue el primer embajador de Chile en Paraguay, cuyo hijo alcanzaría el grado de Ministro Consejero, el más alto de la carrera diplomática chilena.
El grupo, –generalmente alegre, pero ahora más concentrado por causa de la guerra– cocinaba para unas ocho personas que a veces llegaba hasta más de quince, y entre ellos estaban Manuel Altolaguirre, Santiago del Campo y Raúl González Tuñón. Todos estaban muy inquietos por los acontecimientos, pero todavía con la seguridad de que los republicanos se impondrían a los sublevados fascistas.
Cuentan los comensales del extenso grupo que algunos pocos de ellos recién se dieron cuenta de la relación que iba afianzándose en la pareja de Pablo y Delia, cuando un buen día se encontraron con las chinelas de ambos debajo de una de las camas de la casa. Dicen que todos fueron muy discretos, y simplemente esperaron que ellos mismos se animaran a comunicar oficialmente el romance. Delia por fin, se los confidenció, pero sin darle mayor importancia al asunto.
La primera preocupación de todos los que vivían en España entre 1936 y 1939, era el drama cotidiano de la guerra y lo que ya se veía venir durante el primer año como el avance lento, tenaz y, por lo tanto, incontenible de los sublevados. Sufrían con los crímenes horribles de los que eran víctimas principales los obreros, campesinos, intelectuales e incluso aquellas autoridades, civiles o militares, que se mantenían leales a la república. Ya por entonces habían asesinado a Federico García Lorca, y nada se sabía del destino del escritor Miguel Hernández y de tantos otros amigos queridos del grupo.
Por fin, cuando la situación en Barcelona se hizo insostenible, Delia y Pablo se marcharon rumbo a París. El casamiento del poeta con la esposa holandesa ya parecía totalmente disuelto y Delia, definitivamente, era su nueva compañera.
No era nada difícil descubrir la influencia decisiva que Delia tenía sobre el escritor. Por aquel entonces, ella se mantenía como una atractiva mujer de unos 50 años, con ideas muy claras, y con un compromiso de izquierda, revolucionario, muy definido. La gran mayoría de los testigos de ese inicio de romance piensan que ella fue muy importante en el giro ideológico y de posiciones políticas de Neruda, en el que fue decisivo, lógicamente, también la dramática experiencia española. A ambos lês afectaba la visión del aniquilamiento de la República, de las fuerzas revolucionarias que se habían levantado, sobre todo en Barcelona, y de la interrupción de la democracia amplia y total que se había vivido desde la caída de la monarquía, y todo esto visto como un preludio, un verdadero ensayo trágico de lo que vendría en seguida, a continuación y sin tregua, la Segunda Guerra Mundial.
Otra vez en Chile en 1940, cuenta Lola Falcon, la esposa de Luis Enrique Délano -el secretario de Gabriela Mistral que mencionábamos al principio-  parecía que los destinos del grupo estaban amarrados. Durante algunos meses compartió la pareja del diplomático su casa en Santiago con Delia y Neruda.
Fue entonces que el poeta y su nuevo amor  hicieron una  primera visita y exploración a Isla Negra, en busca de un lugar junto al mar. Fue allí que se encontraron con dos  casas construidas por el español Eladio Sobrino. Una de ellas la alquilaron para pasar los finales de semana. Ese fue el comienzo de la residencia en Isla Negra. Pero poco más tarde, Pablo fue llamado para una nueva misión consular, esta vez en México, y Luis Enrique Délano tuvo que acompañarlo para cubrir las mismas actividades que había cumplido en España, antes de la Guerra Civil.
En México las dos parejas tuvieron una convivencia aún más estrecha. Pablo Neruda no se apartaba ni un minuto de Delia. Ya había explotado el horror de la 2ª Guerra y desde la capital azteca seguían con ansiedad la resistencia gloriosa del pueblo soviético en Stalingrado, las luchas clandestinas de los guerrilleros “maquis” en pleno París contra la ocupación alemana, y los avances que parecían imparables de las tropas del Tercer Reich en medio de la devastación de Europa. Todos en la muy original micro familia formada por las dos parejas tenían una plena y total identidad de ideas. Y cuando Delia pintaba, aunque les decía que era solo una aficionada, a todos les parecía que tenía una fuerza enorme, y un sentido único de la belleza del color, a la que se entregaba como um mudo de huir de los horrores de la época.
Cuando el diplomático que en Madrid había sido secretario de la entonces consulesa Gabriela Mistral -el mismo Luis Enrique casado con la que nos cuenta estas historias- se fue como cónsul a New York, Neruda decidió cerrar su carrera diplomática y volvió a Chile. Quería zambullirse en la política y ser candidato a senador por el Norte de Chile.
Por fin, resultó elegido con muchos votos, y se puede decir que no fue fundamental la cooperación de Delia, a la que no le importaba ningún sacrificio si este le pudiera servir a su querido Pablo.
La pareja de Delia y su poeta se instaló de modo definitivo en una casa a la que Pablo llamó "Michoacan'. Los amigos llegaban, como siempre, en grandes cantidades, multitudes bulliciosas, desorganizadas, que se armaban grandes almuerzos en el patio durante el verano, sobre todo. Delia era una mujer encantadora con los invitados pero era evidente que la administración de la casa no le cuadraba muy bien. Un buen día aparecieron en el jardín un tenedor y unas cucharitas de postre. -Mira donde andan los tenedores- fue la única reacción de la dueña de casa, según relatan algunos de los testigos de la época. Pero agregan que Delia ni siquiera se agachó a levantarlos, porque ese era del tipo de detalles que a ella nunca le interesaron demasiado. Aunque muchos de los amigos sí se hacían cargo de las tareas domésticas y a nadie se le ocurriría quejarse del buen servicio y de la cordialidad que encontraban los invitados –como siempre, artistas e intelectuales- en la casa de Delia y Pablo Neruda, la "Michoacan". Y así seguía la vida, y Santiago era uma fiesta.
Allí vivió la buena de Delia hasta su muerte y llenó la "Michoacan con sus proprios recuerdos y de las remembranzas de su antiguo amor, Pablito. En cambio los otros domicílios, los de Neruda con su última esposa, Matilde Urrutia, en Isla Negra, la Chascona y la Sebastian tienen  su centro de gravedad en Pablo, y como lo previó la autora de estos recuerdos, pudieron convertirse en museos, o casas de visita pública. Pero "Michoacan" fue un reino privado de Delia. Y allí fue la reina, única por su señorío y su impalpable majestad que imponía, casi sin proponérselo jamás.
Las ideas socialistas de Delia, por otro lado, no resultaban de grandes elaboraciones ideológicas, aunque su cultura política era profunda. Más que las teorias, lo que movia a Delia era su corazón, su sentido generoso de la amistad, la fraternidad, el amor al prójimo. Admiraba la obra poética de Neruda, pero no era sectaria ni absoluta. Y amaba a Federico G. Lorca, César Vallejos, Alberti y a Machado. Pero por sobre todo, amaba la vida y quería la felicidad, la justicia y la libertad para el género humano, un mundo sin explotadores ni explotados.

J,V. Viña del Mar, enero de 2012.

Fuente: "Testimonios sobre Delia del Carril" , Boletín Primavera 1991, Fundación Pablo Neruda, páginas 33-37


Nenhum comentário:

Postar um comentário