El 18 de Julio de 1936 comienza la Guerra Civil Española, en la cual fue asesinado García Lorca, lo que causó
profundo impacto en el ánimo y en la poesía de Pablo Neruda. Es por entonces
que inicia “España en el corazón” Su actitud de compromiso con la república
derrotada ló lleva a ser destituido de su cargo consular. Se va a Valencia y
luego a París, desde donde organiza y dirige, con Naney Cunard, la publicación
“Los poetas del mundo defienden al pueblo español”.
Pero no es de Neruda que vamos a
hablar, y sí de Delia, su mujer.
J.V.
La Hormiguita. Parte 2.
En las páginas
que van de la 33 hasta la 37 de los "Testimonios sobre Delia del
Carril", que hojeé con extrema curiosidad en el Boletín Primavera de
1991, que me prestaron en la Fundación Pablo Neruda, me entero de algo que ya
me había sospechado muchos años atrás, cuando recién llegué a Brasil, leyendo
en las entrelíneas de "Confieso que he vivido", la autobiografía
del escritor chileno. Y es que Luis Enrique Délano, -el marido de la
autora de las 4 páginas a las que me refiero-, fue nombrado secretario de la
Cónsul General de Chile en Madrid, en 1935, que era nada menos que la autora
que ganó el otro Premio Nobel chileno de literatura, la querida Gabriela
Mistral. La poetisa, que vivía sin sueldo ni apoyos de ningún tipo en
España, tuvo la muy mala suerte de perder una larga carta personal en la que
se quejaba de su vida y de la gente española –que fue publicada en la prensa
chilena-, lo que le trajo como consecuencia el traslado inmediato a Portugal
y la ira de los españoles.
Todos sabemos
bien que aquella fue una época hermosa en la historia contemporánea de
España. Era el pequeño Siglo de Oro, así llamado porque la República había
desatado de algún modo -que no tenía que ver solo con lo político o cultural,
pero sobre todo con lo social- todas las amarras de la vida, y era una fuente
de estímulos para una generación brillante de intelectuales y de
artistas de todos los géneros y estilos. Algo parecido al clima de
renacimiento que había tomado la Berlín del tiempo de la República de Weimar,
en medio de conflictos sociales y soluciones provisorias que también en la
Alemania de los años 1919 y 1933 terminó en una durísima derrota del pueblo,
de sus partidos de izquierda y las artes populares con la asunción del
nazismo.
El chileno
Morla Lynch, que oficiaba de primer Consejero de la embajada de su país,
tenía la rara virtud de lograr juntar en su casa madrileña a las grandes
figuras de la literatura y la plástica. Sus reuniones -que todavía se
llamaban tertulias- eran de un atractivo irresistible; y es que allí se leían
libros -poemas o novelas inéditos- y se adelantaban las obras de teatro y
ensayos que de algún modo irían a exponer las grandes ideas de la época.
La vida social
era una fiesta, como contaría más tarde Hemingway cuando pinta un clima
parecido en la que era la capital de la literatura norteamericana hacia 1920,
La multitud de invitados y curiosos en la casa de Morla Lynch repetia esa generación
perdida, no era más que un grupo de jóvenes artistas con todas las secuelas
de haber sobrevivido a la 1ª Gran Guerra, el hecho histórico más grande de la
época. Allí se la encuentra por primera vez a Delia del Carril, una chilena
que parecía conocer a todo el mundo de las artes y las letras, y que era
cortejada por muchos escritores, poetas y pintores que luego serían famosos.
Ella se dejaba querer y es que por aquel entonces estaba de cabeza dedicada a
una solidaridad sin límites con los muchos artistas que pasaban por serios
aprietos económicos.
Delia se
empeñaba en juntarles algún dinero, ropas y remedios. Por eso fue que
alguien la bautizó entonces como "La Hormiga" y seguro que no fue
Neruda el autor del apodo porque ya la llamaban así antes de que el poeta
chileno apareciera por Madrid, cuando la capital castellana todavía era una fiesta
a la moda Hemingway.
Cuenta Lola
Falcon, autora de algunos de los testimonios de estas 4 páginas, y lo confima
el poeta español Rafael Alberti, que Delia le preguntó un día a Lola, la
esposa de Luis Enrique Délano, al que mencione más arriba -¿Lo conoces tú a
ese tal Pablo Neruda?-. Y la verdad, escribe Lola -mujer del secretario de la
consulesa Gabriela Mistral- es que no era mucho lo que ella podría contar
sobre él en aquel entonces. Recién cuando empezaron a frecuentarse en sus
tareas del consulado es que se hicieron amigos.
Neruda, por lo
que parece, venía marcado por sus años solitarios en la lejana Asia, entre India
e Indonesia. El poeta hablaba poco, y además era muy ordenado y serio en la
rutina de sus funciones. Por aquella época lo acompañaba su mujer, la
holandesa María Antonieta Hagenaar –la Maruca- que era de alta y desgarbada según
el ojo crítico de las mujeres de su entorno, y encima, hablaba muy mal el castellano.
Maruca, la holandesa, y el escritor habían tenido una hija. Malva Marina se llamaba
la niña, y muy pocos la conocieron porque, como luego se supo, padecía una enfermedad
grave e incurable, de nacimiento.
Pablo Neruda y
Delia del Carril se conocieron en un restaurante, en uno de los tantos almuerzos
que a cada tanto se ofrecían para celebrar el lanzamiento de algún libro, una
obra de teatro, algún premio literario o el cumpleaños de una amiga o amigo escritor.
No eran todos los que sabían que Delia no era chilena, y si argentina, cuñada
del escritor Ricardo Guiraldes, y que
había estudiado pintura en París, además de ser divorciada, lo que no era muy
común en aquella época. Nunca hablaba demasiado de sí misma y casi siempre se
la veía muy comunicativa y aparentemente alegre.
Fue una vez u
otra –dicen los testigos que relatan las páginas del Archivo de la Fundación
Neruda- a tomar el té de la tarde con la consulesa Gabriela Mistral, que vivía
su época de infierno en Madrid, aunque nadie sabe si la amistad entre ambas
mujeres pasaría más allá de las puras formalidades.
Cuentan
también que fue una sorpresa para todos, sobre todo en un grupo tan variable
de artistas e intelectuales, ver a la Hormiguita vinculada a Neruda
sentimentalmente. Y creían al comienzo que debía tratarse solamente de una
amistad literaria, pero más tarde, cuando empezaron los bombardeos de los
militares sediciosos sobre Madrid, los diplomáticos y parte de su trupe de
amigos –entre ellos Pablo Neruda y el marido de la autora de las memorias que
leí en la Fundación- tuvieron que trasladarse a Barcelona. Les dieron un
salvoconducto a todos, y Delia también se fue a Cataluña junto con el grupo
de intelectuales y diplomáticos.
Al llegar a
Barcelona, alquilaron un departamento en el que vivían todos juntos, y por
cierto un tanto hacinados. Comían en lo que había sido una elegante mesa de
billar que, al parecer, había sido de Tulio Maqueira, que fue el primer embajador
de Chile en Paraguay, cuyo hijo alcanzaría el grado de Ministro Consejero, el
más alto de la carrera diplomática chilena.
El grupo, –generalmente
alegre, pero ahora más concentrado por causa de la guerra– cocinaba para unas
ocho personas que a veces llegaba hasta más de quince, y entre ellos estaban Manuel
Altolaguirre, Santiago del Campo y Raúl González Tuñón. Todos estaban muy inquietos
por los acontecimientos, pero todavía con la seguridad de que los
republicanos se impondrían a los sublevados fascistas.
Cuentan los
comensales del extenso grupo que algunos pocos de ellos recién se dieron
cuenta de la relación que iba afianzándose en la pareja de Pablo y Delia,
cuando un buen día se encontraron con las chinelas de ambos debajo de una de las
camas de la casa. Dicen que todos fueron muy discretos, y simplemente esperaron
que ellos mismos se animaran a comunicar oficialmente el romance. Delia por
fin, se los confidenció, pero sin darle mayor importancia al asunto.
La primera
preocupación de todos los que vivían en España entre 1936 y 1939, era el
drama cotidiano de la guerra y lo que ya se veía venir durante el primer año como
el avance lento, tenaz y, por lo tanto, incontenible de los sublevados.
Sufrían con los crímenes horribles de los que eran víctimas principales los obreros,
campesinos, intelectuales e incluso aquellas autoridades, civiles o militares,
que se mantenían leales a la república. Ya por entonces habían asesinado a Federico
García Lorca, y nada se sabía del destino del escritor Miguel Hernández y de tantos
otros amigos queridos del grupo.
Por fin,
cuando la situación en Barcelona se hizo insostenible, Delia y Pablo se marcharon
rumbo a París. El casamiento del poeta con la esposa holandesa ya parecía totalmente
disuelto y Delia, definitivamente, era su nueva compañera.
No era nada difícil
descubrir la influencia decisiva que Delia tenía sobre el escritor. Por aquel
entonces, ella se mantenía como una atractiva mujer de unos 50 años, con
ideas muy claras, y con un compromiso de izquierda, revolucionario, muy
definido. La gran mayoría de los testigos de ese inicio de romance piensan
que ella fue muy importante en el giro ideológico y de posiciones políticas
de Neruda, en el que fue decisivo, lógicamente, también la dramática
experiencia española. A ambos lês afectaba la visión del aniquilamiento de la
República, de las fuerzas revolucionarias que se habían levantado, sobre todo
en Barcelona, y de la interrupción de la democracia amplia y total que se
había vivido desde la caída de la monarquía, y todo esto visto como un preludio,
un verdadero ensayo trágico de lo que vendría en seguida, a continuación y
sin tregua, la Segunda Guerra Mundial.
Otra vez en
Chile en 1940, cuenta Lola Falcon, la esposa de Luis Enrique Délano -el
secretario de Gabriela Mistral que mencionábamos al principio- parecía que los destinos del grupo estaban
amarrados. Durante algunos meses compartió la pareja del diplomático su casa
en Santiago con Delia y Neruda.
Fue entonces
que el poeta y su nuevo amor hicieron
una primera visita y exploración a Isla Negra, en busca de un lugar
junto al mar. Fue allí que se encontraron con dos casas construidas por
el español Eladio Sobrino. Una de ellas la alquilaron para pasar los finales
de semana. Ese fue el comienzo de la residencia en Isla Negra. Pero poco más
tarde, Pablo fue llamado para una nueva misión consular, esta vez en México,
y Luis Enrique Délano tuvo que acompañarlo para cubrir las mismas actividades
que había cumplido en España, antes de la Guerra Civil.
En México las
dos parejas tuvieron una convivencia aún más estrecha. Pablo Neruda no se apartaba
ni un minuto de Delia. Ya había explotado el horror de la 2ª Guerra y desde la
capital azteca seguían con ansiedad la resistencia gloriosa del pueblo
soviético en Stalingrado, las luchas clandestinas de los guerrilleros “maquis”
en pleno París contra la ocupación alemana, y los avances que parecían imparables
de las tropas del Tercer Reich en medio de la devastación de Europa. Todos en
la muy original micro familia formada por las dos parejas tenían una plena y
total identidad de ideas. Y cuando Delia pintaba, aunque les decía que era solo
una aficionada, a todos les parecía que tenía una fuerza enorme, y un sentido
único de la belleza del color, a la que se entregaba como um mudo de huir de
los horrores de la época.
Cuando el diplomático
que en Madrid había sido secretario de la entonces consulesa Gabriela Mistral
-el mismo Luis Enrique casado con la que nos cuenta estas historias- se fue
como cónsul a New York, Neruda decidió cerrar su carrera diplomática y volvió
a Chile. Quería zambullirse en la política y ser candidato a senador por el
Norte de Chile.
Por fin, resultó
elegido con muchos votos, y se puede decir que no fue fundamental la cooperación
de Delia, a la que no le importaba ningún sacrificio si este le pudiera
servir a su querido Pablo.
La pareja de
Delia y su poeta se instaló de modo definitivo en una casa a la que Pablo
llamó "Michoacan'. Los amigos llegaban, como siempre, en grandes cantidades,
multitudes bulliciosas, desorganizadas, que se armaban grandes almuerzos en
el patio durante el verano, sobre todo. Delia era una mujer encantadora con los
invitados pero era evidente que la administración de la casa no le cuadraba muy
bien. Un buen día aparecieron en el jardín un tenedor y unas cucharitas de
postre. -Mira donde andan los tenedores- fue la única reacción de la dueña de
casa, según relatan algunos de los testigos de la época. Pero agregan que
Delia ni siquiera se agachó a levantarlos, porque ese era del tipo de
detalles que a ella nunca le interesaron demasiado. Aunque muchos de los
amigos sí se hacían cargo de las tareas domésticas y a nadie se le ocurriría
quejarse del buen servicio y de la cordialidad que encontraban los invitados
–como siempre, artistas e intelectuales- en la casa de Delia y Pablo Neruda,
la "Michoacan". Y así seguía la vida, y Santiago era uma fiesta.
Allí vivió la buena
de Delia hasta su muerte y llenó la "Michoacan con sus proprios recuerdos
y de las remembranzas de su antiguo amor, Pablito. En cambio los otros domicílios,
los de Neruda con su última esposa, Matilde Urrutia, en Isla Negra, la
Chascona y la Sebastian tienen su
centro de gravedad en Pablo, y como lo previó la autora de estos recuerdos,
pudieron convertirse en museos, o casas de visita pública. Pero
"Michoacan" fue un reino privado de Delia. Y allí fue la reina,
única por su señorío y su impalpable majestad que imponía, casi sin
proponérselo jamás.
Las ideas socialistas
de Delia, por otro lado, no resultaban de grandes elaboraciones ideológicas,
aunque su cultura política era profunda. Más que las teorias, lo que movia a Delia
era su corazón, su sentido generoso de la amistad, la fraternidad, el amor al
prójimo. Admiraba la obra poética de Neruda, pero no era sectaria ni absoluta.
Y amaba a Federico G. Lorca, César Vallejos, Alberti y a Machado. Pero por
sobre todo, amaba la vida y quería la felicidad, la justicia y la libertad
para el género humano, un mundo sin explotadores ni explotados.
J,V. Viña del
Mar, enero de 2012.
Fuente:
"Testimonios sobre Delia del Carril" , Boletín Primavera 1991,
Fundación Pablo Neruda, páginas 33-37
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