Javier Villanueva, literatura

sexta-feira, 29 de maio de 2020

Los percances del amor.

Humphrey Bogart's Secret 17-year Affair with his Wig Maker

Los percances del amor.
Las relaciones entre mujer y hombre -y las de todos los tipos de amor, claro- siempre fueron un tanto complicadas.
Humphrey Bogart, - si bien era admirado por su porte recio y la mirada cínica-, tenía demasiados problemas para conseguirse una novia que le durase.
Es lo que cuenta Buggie el aceitoso (conocido fuera de Argentina como Buyi L'oleoso), personagem de Roberto Fontanarrosa.
No, lo mejor - y no solo lo políticamente más correcto- es el romanticismo.
Ser un desastre, despistado, un antihéroe total, también es siempre una salida para una buena conquista. Dicen.
Personalmente nunca me las arreglé bien con el romanticismo, ni el literario, ni el del "aproach" sentimental.
No, definitivamente, fue otra fuente de fracasos contundentes. Como el dia que, a mis 18 tiernos años, quise impresionar una linda muchacha de ojos color de miel - sí, sí, como la de la canción, sí-, y le largué unos versos, sentidos, profundos, y llenos de esperanzas:
Sos buena para el amor,
te prendés como un abrojo,
qué linda mirada tienes,
dejá que te chupe un ojo!
No tuve buen resultado, debo confesar, y el que cambió su mirada fui yo, por la piña que recibí en el ojo izquierdo.
Pasados más de 50 años de estos percances, digamos que también pasé por otros, al igual que el telegrafista, violinista y poeta Florentino Ariza, locamente apasionado por Fermina Daza que, más que despistado, va al velorio del marido de su amada para decirle a la viuda: "Fermina, esperé esta ocasión durante medio siglo, para repetir el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre".
Bueno, pero ahora ya sé que he superado todo eso y estoy en mejores condiciones, pues soy un hombre prendado: sé lavar platos sin dejar fideos ni pedazos de grasa pegados; sé hacer té y huevos pasados por agua, aparte de salchichas y, aquí va la sorpresa, mi mejor receta: arroz con pollo.
Dudo que con esas dotes, Gustavo Adolfo Bécquer, o Cortazar y su clarinete sean más hábiles que yo en los finos artes del amor.
JV. Fray Mamerto Esquiú, Catamarca. Abril de 2021.

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quarta-feira, 27 de maio de 2020

Diente por diente

Eugenia Almeida: Ojo por diente - Rubén Bareiro Saguier



En 1953 Rubén Bareiro Saguier terminaba sus estudios de derecho cuando Augusto Roa Bastos publicaba su El trueno entre las hojas y Juan Rulfo, El llano en llamas, dos libros que fueron decisivos en la formación del escritor paraguayo. 
En 1950, el poeta Hérib Campos Cervera lanzaba Ceniza redimida, un libro que contiene el poema Un puñado de tierra, resonante en la lírica contemporánea paraguaya. 
En 1952 había aparecido la novela La babosa, de Gabriel Casaccia.
Estas referencias literarias muestran cuánto que el joven abogado fue atraído por la personalidad mítica del escritor exiliado. Roa Bastos definía al Paraguay como una pequeña isla rodeada de tierra, pero fue Rubén Bareiro Saguier quien reflexionó sobre su país: Paraguay forma un grupo humano con caracteres de nación, celoso de sus tradiciones y de su independencia. Esto, que puede considerarse como un factor positivo de integración, tiene su contrapartida al establecer un aislamiento pernicioso por su impermeabilidad. Es un país aislado, y por lo tanto de escritores desterrados.
La mayor parte de la literatura paraguaya ha sido escrita en el destierro -dice Rubén Bareiro Saguier- y la que nace en el país tiene también lleva signo de un estilo impuesto por el temor: una obra no representa solo lo que dice, sino también lo que deja de decir. Es de este modo que crece, frondosa, la floresta literaria paraguaya: hacia dentro y hacia fuera. (JV)

Diente por diente

Por Rubén Bareiro Saguier
De su obra "Ojo por diente".


Sí señor, ese es Dalmacio Tatú, mi vecino de la chacra a media legua de aquí. Y usted va a saber lo que pasó. Yo, señor, no soy político ni pendenciero; no me gusta la sangre de cristiano. Claro que tengo mi color, como todo el mundo. Desde que nací tengo el color que mi padre y mis abuelos me ataron como un ñudo mordido al cuello, a los huesos, a la sangre. Bueno, todos somos así; yo y mis hermanos y mis primos y mis tíos. Y lo mismo pasa con mis vecinos. Cada uno tiene su color. Con las mujeres es diferente; ellas tienen que tener el color del hombre, el del padre cuando son hijas de dominio, después cuando se arrejuntan, si que el de su compañero. Eso no quiere decir que uno ande persiguiendo al prójimo, porque no es del mismo color. 
Qué se gana con eso, sembrar más cruces al borde de los caminitos, sembrar huérfanos, hacer crecer yugos, porque cuando se suelta la persecución, los que pueden se van lejos, al otro lado del río, y los que no, se quedan a la orilla de los caminos, esperando que un cristiano caritativo les prenda una vela, para evitar que su alma ande penando por ahí, asustando a la gente y a las vacas. Ya hay bastante pobreza en este valle como para seguir haciendo caso de los que vienen de la capilla a decirnos que nuestro vecino es nuestro enemigo y que hay que matarle porque el color de su familia no es el del gobierno. Por lo que ellos se acuerdan de nosotros más que cuando necesitan; después, barriga de perro, uno se puede morir de hambre si en sus sembrados la sequía o la langosta o los granizos hacen la porquería. Nadie le da bola; qué se van a acordar…
Usted sabe, señor, aquí en este valle siempre hemos sido bastante amigos; a mí no me persiguieron mayormente cuando mandaba el otro partido, o bueno, fue soncera lo que me hicieron. Así también nosotros respetamos a nuestros semejantes que son nuestros correligionarios. Bueno, eso fue antes de lo que le cuento; los poguasú no llegaban hasta nuestro rincón, seguramente porque estaba muy lejos o porque somos pobres por aquí, y los jefes no tienen gran cosa que sacarnos. Después pasó lo que pasó y todo es diferente; ya ve lo que le ocurrió a Dalmacio Tatú. Pero él no tiene la culpa, tampoco se entremetía en política; antes era un cristiano como cualquiera, hasta que esas gentes llegaron a la región. Al principio creímos que eran evangelios, que venían a hablarnos de la Biblia y a vendernos o a regalarnos la Guía práctica de la salud, ¿sabe?, ese libro con muchas fotografías. Pero esos siempre son gringos y estos hablaban en guaraní puro, como el que más; eran de los nuestros… Venían del otro lado del río. Parecía buena gente; hablaron con nosotros, trataron de explicarnos para qué venían. No estaba mal lo que decían, pero parece que querían engañarnos con lindas palabras, como dijo el ministro. 
Usted sabe, señor, a nosotros ignorantes no es difícil jodernos; cuando un letrado sabe hablar puede darnos vuelta de todos lados. Una cosa si es cierta, todo lo que necesitaban nos pagaban; nunca nos robaron, nunca nos sacaron nada de balde, al contrario, nos daban remedio y se ofrecieron para enseñarnos a leer y todo. Y hablaban lindo; era verdad lo que nos decían para mostrarnos cómo vivíamos aquí perdidos y olvidados de los karaí, de los señores que solo se acuerdan de nosotros cuando hay elecciones… Pero, usted sabe, parece que todo era para jodernos, al menos eso dijo el señor ministro. El ministro no es un cualquiera, es un jefe, un jefe grande del Partido, y él vino a hablarnos, a nosotros, pobres campesinos. Nosotros no somos nadie, y sin embargo él vino, personalmente, a explicarnos quiénes eran los montoneros. Primero nos reunió en la Alcaldía de Pindoty y nos hizo repartir caña; después del asado nos entregó un poncho Pilar a cada uno y nos habló más de dos horas. Parece que los guerrilleros eran enemigos de la patria; que venían desde el extranjero, pagados para destruir nuestro país y nuestra religión. Nosotros no vemos mucho al Pa’í, pero creemos en nuestra santa patrona del Rosario. Nosotros peleamos en la guerra contra los invasores, y no nos gusta que nadie venga de afuera a invadirnos y a tratar de derrocar nuestro gobierno del Partido y a destruir nuestra religión. Todo eso nos explicó el señor ministro y nos hizo repartir machetes nuevitos, brillantes. 
Cuando le trajeron a Secú Quiñónez, yo no lo reconocí. ¿Usted sabe quién es? Un arriero simpático y corajudo de nuestro valle, hacia el lado de Loma Perö. No había un pedazo de su piel sin un moretón; los ojos no se le veían bajo la hinchazón de la cara monstruosa y en el lugar de la oreja izquierda había un pedazo de sangre coagulada. Eso no era un cristiano ni siquiera un animal; al animal se le degüella, se le carnea, pero no se le juega de esa manera. Era un pora, una mala visión que venía arrastrado por dos soldados de las Fuerzas. Lo tiraron delante de nosotros y si no se hubiera movido un poco y lanzado dos o tres gruñidos -le habían cortado la lengua-, yo hubiera dicho que estaba muerto. La cara del señor ministro se endureció y sus ojos brillaban como un machete cuando nos dijo que eso, y peor, nos esperaba si nos convertíamos en traidores a la patria y al partido y apoyábamos a los guerrilleros. A mí, señor, no me gustan esas cosas, pero la caña seguía corriendo y uno empieza a perder un poco la cabeza después de varias vueltas; todo el mundo puteaba contra Secú, y su primo Tanasio escupió sobre el montón de queresa tirado en el suelo… Bueno, yo no estaba muy de acuerdo, pero también grite «piiipu» cuando el señor ministro nos dijo que había que terminar con la maleza, con los yuyos venenosos de los montoneros. 
Él sabía bien que solamente nosotros conocíamos al dedillo nuestra región y que las Fuerzas no podían hacer nada contra esos hombres que como aparecidos les salían por detrás a las patrullas y se volvían a perder en el monte como pora. Era la primera vez que un jefe así, venía a hablarnos, y un ministro no se ve a menudo por estos lados; si hasta el padre viene de tarde en tarde, bautiza a los mita’í, casa a unos cuantos amancebados, cobra sus diezmos y se manda a mudar. Usted comprende, cuando el señor ministro se fue, todos estábamos convencidos. Y cuando nos dieron las armas, nos dedicamos a la caza de aquellos hombres, la mayoría muchachos jóvenes, que había venido a hablarnos de cosas raras. La violencia es como la caña, señor; emborracha, sube a la cabeza, se mete en la sangre y nos hace trastrabillar de rabia. Sin cuartel los perseguíamos; aunque traían baqueanos, como el finado Secú Quiñónez, conocíamos la zona mejor que ellos. Nos olvidamos de las cosas lindas que nos habían dicho, de sus remedios, de todo, porque nos habían convencido que eran nuestros enemigos. Yo veía a mis compañeros echar espuma por la boca, peor que los perros persiguiendo a un aguará en el monte. Los rodeamos, los encerramos, y de isla en isla en donde se escondían, los fuimos liquidando. La orden del señor ministro era que no tenía que haber prisioneros; había que matarlos allí mismo. Se pidió voluntarios para la ejecución de los prisioneros. Al principio, yo también me ofrecí; usted comprende, estaba borracho de rabia, pero cuando vi la cara triste enfrente de mí, cuando vi los dos ojos que me miraban sin miedo, ya desde el otro lado del corral, no me animé a apretar el gatillo.
No sé por qué pensé en mi madre, y en vez de la cara de ese muchacho extraño, encontré la cara de mi hijo que me miraba fijamente por esos dos ojos limpios; de mi hijo que está en el cuartel, ¿sabe?, y que debe tener la misma edad, con el bigote apenas apuntando encima de la boca. Como le dije, a mí no me gusta la sangre de cristiano, pero más de una vez, en la guerra o en alguna farra, me ocurrió participar en una desgracia; eso le pasa a los hombres, es ley de machos. Allí era diferente; nunca me sentí tan sucio como en ese momento, si hasta tenía el gusto de la mierda en la boca. Bajé mi arma. El muchacho siguió mirándome con los ojos enormes, quizá más grandes por la sorpresa; seguro que no entendía lo que pasaba. Le oí murmurar algo como «compañero… compañero…», sin cambiar de expresión. Le hice un gesto y volvimos hacia el labio del monte, yo atrás con la automática bajo el brazo, con la cabeza gacha casi a la altura del tobillo. Me sentía un miserable. Fue la primera y última vez que me ofrecí como voluntario para la ejecución. Fue en esa oportunidad que Dalmacio Tatú comenzó a destacarse. Nadie iba a decir; era un arriero callado, manso por demás, se le burlaban más bien. Las mujeres no querían salir a bailar con él porque no les decía nada y se aburrían. Nadie creyó cuando se ofreció para liquidar a mi prisionero, y después de la descarga lo vimos volver con la mirada radiante. No solo ejecutó a sus montoneros, sino que liquidó a los dos o tres que mis compañeros, como yo, no se animaron a hacerlo. 
En los dos días que duró la matación, Dalmacio pasó por las armas a quince prisioneros, y cada vez lo veíamos más excitado, más borracho de sangre, más seguro de su fuerza. Estaba desconocido: Dalmacio Tatú había abandonado el carapacho en el que se había encerrado ante nosotros para convertirse en una especie de aguará; como los zorros que se alimentan de sangre se había puesto. Al anochecer del segundo día de carnicería, Dalmacio Tatú se internó en el monte con su cliente número 16. Era un campesino de por aquí cerca, pero que había ido al Chaco argentino, él y su familia, hacía mucho tiempo, y que posiblemente los montoneros trajeron como baqueano. Nadie sabe lo que allí pasó. Escuchamos la descarga y poco después, una especie de aullido que nos puso la sangre como hielo. Algunos dicen que el prisionero dio unos pasos y le cayó encima; otros creen que el muerto se levantó y le escupió la sangre en la cara; otros si que aseguran que era su hermano. Yo no sé; la cosa es que cuando fuimos a ver lo que pasaba, Dalmacio Tatú estaba sentado en el suelo, gimiendo despacito; una mancha de sangre le subía desde el pecho por la garganta hasta la boca. El resto de la cara era una máscara amarilla, una careta de cadáver, y sus ojos, de vidrio vacío, como el del muerto acostado a unos metros de él. Ya ve usted, señor, las cosas se pagan. Ese que usted pregunta se llamaba Dalmacio Tatú; ahora es Dalmacio Tarová, el loco de Pindoty…

Por Rubén Bareiro Saguier, de Ojo por diente.
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terça-feira, 26 de maio de 2020

El Oeste y los olores de la infancia. 1ª. crónica.




El Oeste y los olores de la infancia. 1ª crónica.

Los mejores recuerdos de infancia tienen olores, sabores y colores. Pero en mi caso, sobre todo olores, y el que más se me grabó era el olor de papá cuando llegaba de sus giras al oeste. Olor a tierra y a cansancio.

Vivíamos en Catamarca - desde 1952, año de la muerte de Evita, hasta 1955, año del golpe gorila- y una vez por mes papá se iba hacia la cordillera, al oeste. Pasaba cerca de la frontera con Chile, después de ir a Belén, Londres, Tinogasta y Santa María. No recuerdo el orden de esas idas y venidas, y no voy a mirar en el Google Maps ahora para no sacarle la gracia al relato.

Mi viejo - todavía no usábamos esa palabra adolescente para referirnos al padre-, papá, iba en su camión de Águila-Saint, junto con un vendedor. Él era el gerente de la sucursal Catamarca, pero actuaba como los capitanes de antes, le gustaba estar al frente de la tropa, en la primera línea de combate, y no como los generales y comandantes de los nuevos ejércitos, que prefieren el aire acondicionado de sus oficinas. Manejaba y se turnaba con Atencio o Bebilaqua en las largas jornadas del "oeste", visitando cada cliente, dejando sus cafés, chocolates y chocolatines. Y pongo la palabra "oeste" entre comillas porque, pocos años después, al mudarnos para San Martín, en el Gran Buenos Aires, y al llegar la televisión a mi casa, aquel Oeste pasó a mezclarse con el Far West, en el que mi hermana Graciela y yo, indefectiblemente, inchábamos siempre por los indios y jamás por los cow-boys.

Pero, volviendo a los años 1952 o 1955 en Catamarca, recuerdo que los regresos de papá a casa siempre venían con dos alegrías: el olor del viejo, mezcla del polvo de los caminos y de la transpiración, aunque hubiera tomado sus baños diarios, pegadas en la ropa. Los dos últimos días no se afeitaba; como me pasa a mí ahora, afeitarse para ir a trabajar era para él un suplicio cotidiano; así que cuando llegaba del oeste, la barba nos pinchaba al darnos sus abrazos y besos. Y ahí estaba el olor a tierra de las rutas sin asfalto.

La otra alegría, que se mezcla al recuerdo de los olores hasta hoy, eran los regalos: los de Graciela no me acuerdo demasiado, aunque sí me suena haber jugado con ella con un rompecabezas de plástico ("material plástico" le decíamos en esos años, toda una novedad!) grueso, muy lleno de colores, donde las piezas se encajaban de un modo perfecto, hermoso y alegre como todo lo que ocurría en nuestros años de niños en Catamarca. Mis regalos eran siempre autitos: un autito negro y rojo es el que más recuerdo; con ruedas y llantas gruesas y anchas, con guardabarros a la moda de los años 20 o 30, equivalentes y en escala real a unos 35 centímetros, lo suficiente para que el feliz propietario del Roll Royce - creo que era ese el modelo de mi autito- pusiera el pie entero antes de entrar a su coche. Era un cochecito para armar, con tuercas y tornillos, arandelas y volante, ruedas, ejes y chasis desmontables. Armable y desarmable para todos (tal vez más para Sebita y mis nietos), pero no para mí, que lloraba y sufría amargamente porque no lograba armar el juguete. Y en este punto del relato Seba se acordará de mis avioncitos de aeromodelismo, pintados con pintura a la cal, que yo jamás entendía por que no levantaban vuelo.

Mi viejito seguramente llegaba, en esos largos recorridos hacia el oeste, hasta más allá de la frontera con Chile, por sus muchos pasos, y con seguridad que esos lindos autitos que me traía, como los rompecabezas y muñecas de Graciela, eran obra y gracia de algún contrabandista de la zona.

Otro recuerdo inolvidable era el de sus aventuras en la ruta: la del porteño llorando en lo alto de la Cuesta del Diablo - imagínense el motivo de ese homenaje al Supay- porque había fundido biela, algo que podía ser una condena a muerte en las noches heladas de la montaña. "Fundí biela, fundí biela", repetía el angustiado metropolitano, y mi viejo, como buen provinciano, le ató un cable al paragolpe y lo llevó a rastras hasta Tinogasta. Pero como buen pajuerano también, hasta sus 87 años todavía se reía a carcajadas de la cara de pavor del pobre porteño.

Y el puma durmiendo en la nieve, calentándose con el motor del camión? Sí, y pensarán Uds. "ya viene el escritor con su frondosa imaginación", pero juro que hasta el Tío Negro Unzaga le creía, porque era totalmente verosimil: papá y Guastavino - otro de sus empleados vendedores- habían parado el viaje y dormido antes de llegar a una curva en que una avalancha había llenado de nieve la ruta casi hasta la altura del camión. Sabían que a la mañana ya se habría derretido la nieve, y si otro camión viniera por atrás, vería las luces traseras y pararía a esperar el paso libre. Pero ocurre que a la mañana temprano, cuando el sol ya licuaba la nieve, papá se bajó del camión y qué halló al lado del radiador? Un puma, sí, como ya adelanté en esta crónica del felino anunciado. Mi viejo, ni lerdo ni perezoso, salió corriendo a la cabina del camión y prendió el motor sin mover la marcha. Esperó diez, quince minutos, y el puma, bastante malhumorado por tener que dejar el calor del motor y el radiador, terminó yéndose, no sin antes emitir un par de rugidos estremecedores. El viejito no era ni demasiado valiente ni mucho menos temerario. Aunque, como lo probó muchas veces, un cierto miedo justificado no se opone al coraje necesario para enfrentar situaciones de riesgo, como las muchas veces en que me protegió en los años crueles de la dictadura. A mí y a varios de mis compañeros, corriendo peligro de vida para limpiar una casa, o avisar a alguien que tenía que irse.

El olor de papá y sus recuerdos me acompañan casi a diario; a mí, a sus nietos y a los míos, sus bisnietos. La vida pasa rápido, pero deja huellas preciosas.

Fin.
Javier Villanueva. São Paulo, febrero de 2020.






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sexta-feira, 22 de maio de 2020

Suéñame, que me hace falta

Resultado de imagem para Suéñame, que me hace falta” por Alfonsina Storni


Suéñame, que me hace falta 

de Alfonsina Storni


Un día estaré muerta, blanca como la nieve,
dulce como los sueños en la tarde que llueve.


En 1920, la poetisa Alfonsina Storni — a sus veintiocho años— ya conoce todas las adversidades y las ilusiones y se afirma en su vocación de escritora en sus exitosos libros de versos: La inquietud del rosal, de 1916; El dulce daño, de 1918; Irremediablemente, de 1919; Languidez, de 1920. 

Pero también conoce la fama con algunos de sus relatos. Aunque son los libros de versos los que muestran al público a la poetisa auténtica, cuya creación funde la poesía y la verdad profunda de un ser humano, con sus frustraciones, sueños y anhelos, sus angustias y rebeldías:
Soy un alma desnuda en estos versos,
alma desnuda que angustiada y sola
va dejando sus pétalos dispersos.

Dientes de flores, cofia de rocío,

manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos encardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste:
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

Es de noche y se anuncia tormenta. Una mujer de 46 años que está hospedada en una pensión de Mar de Plata sufre de dolores terribles. La morfina ya no ayuda más. Debilitada por el dolor, llama a la asistenta del lugar y dicta una carta para su hijo Alejandro, de 26 años: 

 "Suéñame, que me hace falta. Te escribo tan sólo para que veas que te quiero".


Ya en la madrugada del 25 de octubre de 1938, la mujer sale de su habitación. La tormenta ha comenzado. Quizás ya había escogido el lugar en días anteriores. Quizás nada más caminó y lo encontró. Los suicidas siempre tienen secretos que se llevan consigo. Lo cierto es que llegó hasta un espigón y desde allí se arrojó al mar.
En las primeras horas de la mañana, unos trabajadores ven flotar un cuerpo en la playa. Lo sacan del agua, lo llevan al hospital y reconocen a la muerta como la poeta Alfonsina Storni.
Tres años antes, en 1935, a Storni le fue detectado un cáncer mamario. Los doctores la operan y pierde el seno derecho. La amputación provoca un profundo trauma en Alfonsina. Se suma en una serie de depresiones y se aísla de sus amistades. Comienza una vida en solitario y su estado de ánimo empeora cuando al cabo de poco tiempo, se da cuenta que el mal se ha extendido y que no hay cura posible. La morfina alivia sus dolores físicos momentáneamente, pero no los del espíritu.
La vida de Alfonsina Storni nunca fue fácil. Los negocios de su padre Alfonso, alguna vez prósperos, se vienen abajo cuando ella es apenas una niña. Ella se ve obligada a trabajar desde los 11 años para ayudar en la economía de la familia. Él sufre fuertes depresiones y muere cuando Alfonsina tiene 14 años.

Alfonsina tuvo que dejar la escuela, pero en cuanto puede ingresa a la Escuela Normal para sacar un título de maestra. Debido a la pobreza, trabaja como celadora de la Escuela, pero también se dedica a otros oficios. Los fines de semana viaja a Rosario a cantar en un tabladillo, un género cercano al cabaret. Cuando se enteran en Coronda, el lugar donde estudia, sufre una humillación pública, la primera que habría de sufrir a lo largo de su vida por su forma de vida y por sus ideas.

Pero esa humillación le pesó demasiado. Se encerró en su cuarto durante varias horas y al no responder para ir a comer, entraron en la habitación. Ella no estaba, pero sí una nota que decía: “Después de lo ocurrido, no tengo ánimo para seguir viviendo. Alfonsina”. Los compañeros se asustan y salen a buscarla al Río Paraná, cercano a la Escuela. La encuentran y todo no pasa de un susto, pero seguramente la semilla del suicidio quedó metida en su cabeza desde entonces.
Ya graduada se trasladará a Rosario donde conocerá a Carlos Arguimbau, un hombre casado, 24 años mayor que ella, figura prominente de la ciudad y muy culto, que cautivaría a Alfonsina. Al saberse embarazada de él, ella decide viajar a Buenos Aires y asumir su condición de madre soltera.
Es 1912. Tiene poco dinero, está sola, y carga una maleta que más que ropa, está llena de sus versos y de libros de Rubén Darío. Se hospeda en una humilde pensión y ejecuta diversos trabajos para subsistir y mantener a su hijo que nace en abril. Trabaja como cajera en una farmacia y luego en un almacén. También hace labores de modista. Más adelante trabaja en una empresa importadora de aceite de oliva, en un cargo llamado “corresponsal psicológico” y que equivaldría a lo que hoy conocemos como marketing y publicidad. Aborrece su trabajo, pero lo necesita para sobrevivir. En los momentos en que puede, en esa misma oficina escribe un libro de versos llamado La inquietud del rosal, un libro que ella considera pésimo, pero que “escribí para no morir”.

El mencionado poemario es publicado y recibe críticas tibias, pero también causa alboroto. No era común para la época que una mujer hablara abiertamente de sus deseos amorosos, y por otra parte, Storni no ocultaba su condición de madre soltera, de lo cual habla con mucha fuerza en su poema “La Loba”.

A pesar de las polémicas en torno a sus escritos, logra entrar de a poco en el mundo de los escritores de Buenos Aires, hace amistades con varios autores, publica en diferentes revistas. Gana el respeto de algunos y la indiferencia o el recelo de otros, como fue el caso de Leopoldo Lugones. Storni le escribió varias veces a Lugones solicitándole un comentario sobre sus versos. Éste jamás contestó a ninguna de sus cartas. Ambos tendrían siempre una relación calificada de complicada y varios allegados aseguraron que dichas complicaciones se debieron al recelo y al temor de Lugones de tener en Storni a una rival literaria.
Jorge Luis Borges tampoco opinaría bien de Storni. En un artículo titulado “La lírica argentina contemporánea”, publicado en 1921, un jovencísimo y ya talentoso Borges habla con bastante desprecio de la poesía de Alfonsina.
No reaccionaría así el cuentista Horacio Quiroga. Todo lo contrario, Quiroga y Storni tendrían una amistad muy intensa, tanto que se rumoró que hubo una relación sentimental entre ambos. Pero cuando él se marchó a Misiones, en 1925, y le pidió irse con él, ella no accedió.
Ya para entonces, el público que lee los poemas de Storni crece. Se convierte en una poeta reconocida. La gente la detiene en la calle, gustan de sus versos. Trabaja mucho, no solamente en sus diversos libros, artículos y presentaciones, sino también como profesora en diversas escuelas públicas dando clases de artes escénicas, castellano y matemática. Sufre un agotamiento físico y emocional para cuyo restablecimiento le son recomendados reposos anuales, con los que comienza sus visitas a Mar de Plata y Córdoba. Son reposos que duran menos de lo debido, puesto que no puede darse el lujo de descansar un solo día: debe trabajar para mantener a su hijo.
Su poesía evoluciona: desde la obligatoria poesía amorosa que escribían las mujeres de la época y que eran llamadas “poetisas”, para calificarlas como escritoras de rango menor, Storni rompe el molde y se adentra a un estilo más vanguardista y experimental, que trasciende la anécdota personal y trabaja más con las evocaciones sensoriales; así mismo, abandona la rima para cultivar un verso de ritmo personal, más suelto.
El 19 de febrero de 1937, el suicidio de Horacio Quiroga la sacude profundamente. Quiroga había sido diagnosticado con cáncer y se bebió un vaso de cianuro. Casi un año exacto después, el 18 de febrero, se suicida Leopoldo Lugones, también amigo de Quiroga, utilizando un método similar: bebe un vaso de whisky con cianuro. Aunque durante años se rumoró que Lugones se había suicidado por frustraciones políticas, la verdad fue que se había enamorado de una muchacha varios años menor a la que tuvo que abandonar por presiones de su único hijo, Polo Lugones. Pocos meses antes del suicidio de Storni, la hija de Quiroga, Eglé, y por quien Alfonsina sentía un especial cariño, también se suicida.
Cinco días antes de su muerte, Storni había enviado un último poema “Voy a dormir”, escrito en aquel hospedaje de Mar de Plata, al periódico La Nación, un poema a forma de nota de suicidio:

Dientes de flores, cofia de rocío,

manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos encardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste:
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

Alfonsina Storni

JV. Catamarca, agosto de 2024
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terça-feira, 12 de maio de 2020

Cuando el fútbol se lo comió todo.





Cuando el fútbol se lo comió todo

Horacio Maggio, el “Nariz”, se escapó de la Esma y logró reencontrarse con su familia durante el mes del Mundial 78.

Por Nicolás Lovaisa

Horacio Domingo Maggio lleva 396 días detenido en el corazón mismo del infierno. Un infierno que incluso él, cristiano, como se define, sabe que no tiene equivalencias con el que describe su religión. “La terrible espera del juicio y el fuego ardiente pronto a devorar a los rebeldes”, dice la Biblia sobre el averno. En la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) no hay juicio. Todos son culpables y para la dictadura sólo hay enemigos, a menos que demuestren lo contrario. Lo dejó en claro el General Ibérico Manuel Saint-Jean, gobernador de facto de Buenos Aires, en mayo de 1977: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. Cuando Saint-Jean dijo esto, Horacio, el “Nariz”, para sus amigos, llevaba tres meses secuestrado.

De la Esma, Horacio piensa en escapar. En su cucheta, en esa habitación mugrienta en la que, por las noches, él y sus compañeros sienten ratas caminar sobre sus cuerpos lastimados, lee. Guarda un libro del periodista francés Gilles Perrault. La orquesta roja, publicado en 1967, cuenta la historia de una red de espionaje que se formó durante la Segunda Guerra Mundial para combatir al nazismo. En una de sus páginas, un informe policial destaca que el líder de una organización “al parecer tenía la lista completa de todas las casas con doble salida en París”.

El 17 de marzo de 1978, el capitán Jorge Acosta, alias “el Tigre”, le permite una distracción a Horacio, que se había ganado su confianza. Sale de la Esma acompañado por un militar joven, de bajo rango, con la misión de comprar lapiceras y papel para reabastecer “la Pecera”, un sector de oficinas en el que los secuestrados son obligados a producir informes de interés para los militares. Horacio desciende del auto y recuerda, inmediatamente, la lectura que lo acompañó durante su cautiverio. Identifica un negocio con dos puertas e ingresa. Se esfuma por la de atrás, mientras su custodio está en la de adelante. Enterado de la noticia y enfurecido, Acosta revisa la cama del flamante prófugo. Allí, encuentra el ejemplar del libro que había inspirado al “Nariz”.

Horacio huye. Recuerda su Santa Fe natal, las charlas de política en el colegio Nacional, a sus compañeros de trabajo eligiéndolo delegado del Banco Provincia, su militancia en el peronismo. A su vieja. A Norma, su compañera. A Juan Facundo y María, sus hijos.

El 12 de abril de 1978, Horacio escribe. Lo hace sin parar. Cuenta que fue secuestrado. Que lo torturaron durante 15 días. Que tuvo un paro cardíaco y que un médico lo reanimó para que puedan seguir con “la picana, la máquina y el submarino”. Que escuchó en boca de los uniformados que la manera en la que se deshacían de los cuerpos era juntando 6 ó 7 cadáveres en un auto para acribillarlos y luego incendiarlos. Que estaban tirando personas al mar. Identifica a algunos de los secuestrados con los que estuvo en la Esma. Entre ellas, las monjas francesas Alice Domon y Leonié Duquet y la joven Dagmar Hagelin. También a varios de los represores. Envía cartas a las embajadas de Francia y Estados Unidos; a la ONU; a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos; a Amnesty Internacional; a sindicatos, periodistas, empresarios y a la Junta Militar. También a dos agencias de noticias extranjeras: la Agence France-Presse (AFP) y la Associated Press (AP). Brinda su testimonio también ante el periodista Richard Boudreaux.

Horacio dice que denuncia por su “obligación moral de cristiano”, y hace llegar su texto a las máximas autoridades de la Iglesia Católica en la Argentina: Juan Carlos Aramburu, Raúl Francisco Primatesta y Vicente Zazpe. Cinco meses antes de su secuestro, los tres habían elaborado un documento en el que reflejaban su acompañamiento a la dictadura “con comprensión, a su tiempo con adhesión y aceptación”. Agregaban que “a pesar de los notables esfuerzos del Gobierno en pro del país, pareciera que hubiera una falta de autoridad”. La cúpula eclesiástica se veía ante una disyuntiva: “Un silencio comprometedor de nuestras conciencias que, sin embargo, tampoco le serviría al proceso”, o “un enfrentamiento que sinceramente no deseamos”. Dos días antes de que Horacio comenzara a redactar su denuncia, los tres se habían reunido con la Junta Militar, que les confirmó, cara a cara, que los desaparecidos habían sido asesinados. Tenían la versión del verdugo. El “Nariz” les escupió la de las víctimas. Decidieron guardar silencio.

El Mundial 78 comienza mientras la Junta Militar está abocada a contrarrestar las denuncias por violaciones a los derechos humanos. Juan Facundo Maggio tiene seis años. Sube a un auto en Caseros. Ve camiones y colectivos repletos de banderas argentinas. En un momento, el auto detiene su marcha. Se abre la puerta y lo ve: después de más de un año, su papá, Horacio, se reencuentra con ellos. En las semanas posteriores, mientras la Argentina avanza en la Copa del Mundo, intenta retomar su vida familiar: pese a ser uno de los objetivos más urgentes de la patota de la Esma, cada tarde busca a Facundo en la escuela.

La selección se queda con la copa y el título le da oxígeno a la Junta Militar. A escasas cuadras del estadio de River Plate, epicentro de la gloria futbolera, el infierno seguía funcionando. En la clandestinidad, sabiendo que su vida pendía de un hilo, Horacio celebró el campeonato con sus hijos. María recordó aquellos festejos durante su testimonio en el tercer juicio por delitos de lesa humanidad que se llevaron a cabo en aquel centro clandestino. “Ese es uno de los recuerdos que tengo —dijo durante su testimonio en el juicio oral por la Megacausa Esma—, de haber estado con mi papá en el festejo del Mundial, de haber estado con él, porque él estaba seguro de que ese día no lo iban a ir a buscar”, contó ante el tribunal la joven. No fue quietud la clandestinidad de Horacio. Por aquellos días, también juntaba cospeles y, desde teléfonos públicos, llamaba a la Esma. “Va a haber un Nüremberg para todos ustedes, asesinos”, les gritaba. 

Lo mataron el 4 de octubre de 1978. “El Tigre Acosta nos llamó y nos hizo pasar a todos, uno por uno, frente al cuerpo de Horacio”, contó Alicia Milia, sobreviviente de la Esma. Las cartas del “Nariz” sirvieron como prueba en aquel juicio y en los que siguieron. Además de su testimonio, en ellas había también mapas del mayor centro clandestino de detención que existió en el país. Horacio pudo ocultarse, pero eligió denunciar lo que pasaba. Lo hizo cuando, como canta León Gieco, “se callaron las iglesias y el fútbol se lo comió todo”.




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Antonio Candido. Um alento humanista.


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Também tive, como Elizabeth, minha amiga e autora do texto, a sorte de conhecer Antonio Candido quando a Librería Española e Hispanoamericana trouxe o FCE -Fondo de Cultura Económica do México- em 1991. E o grande professor e escritor foi convidado para a inauguração da editora em São Paulo. JV.

Elizabeth Lorenzotti

Um alento humanista

Antonio Candido se foi há 3 anos. Tive a sorte de conviver um pouco com o grande professor, que, como eu, morou em Poços de Caldas e amava. 
Seu pai médico foi diretor da Termas. Me contava historias dos antigos habitantes, que infelizmente não gravei. No seu precioso livrinho, "Teresina e etc.", escreve sobre a socialista italiana, vizinha de sua mae. Muito lindo. Disse que ela lhe indicava livros em italiano e ajudou na sua formação.
E eu nem sabia que em Poços tinha havido anarquistas, ele contou.
Mas claro, porque foi grande a imigração italiana, inclusive dos meus. Disse que o sapateiro de sobrenome Caponi sabia de cor os cantos da Divina Comedia. E recitava a quem pedisse.

Eu o conheci quando escrevi a dissertação de mestrado que se tornaria livro sobre o Suplemento Literario do Estadão, que ele fundou em 1956, junto com Decio de Almeida Prado, a quem ele chamava de "ser de exceção".
Dois seres de exceção esses. Que falta eles fazem. E num quadrinho pendurei trecho do discurso do professor, quando ganhou o Juca Pato, em 2008. Para os nossos dias, um alento humanista:

"Devo ser de fato tão antiquado, que venho sendo definido em algumas instâncias como "ilustrado", devidamente entre aspas, e como alguém preso a uma visão de tipo teleológico da história e do pensamento. Devo esclarecer que, ao contrário do que se poderia pensar, considero esta restrição um elogio. Ela quer dizer que me mantenho fiel à tradição do humanismo ocidental definida a partir do século XVIII, segundo a qual o homem é um ser capaz de aperfeiçoamento, e que a sociedade pode e deve definir metas para melhorar as condições sociais e econômicas, tendo como horizonte a conquista do máximo possível de igualdade social e econômica e de harmonia nas relações. O tempo presente parece duvidar e mesmo negar essa possibilidade, e há em geral pouca fé nas utopias. Mas o que importa não é que os alvos ideais sejam ou não atingíveis concretamente na sua sonhada integridade. O essencial é que nos disponhamos a agir como se pudéssemos alcançá-los, porque isso pode impedir ou ao menos atenuar o afloramento do que há de pior em nós e em nossa sociedade. E é o que favorece a introdução, mesmo parcial, mesmo insatisfatória, de medidas humanizadoras em meio a recuos e malogros. Do contrário, poderíamos cair nas concepções negativistas, segundo as quais a existência é uma agitação aleatória em meio a trevas sem alvorada.
É com este espírito talvez obsoleto de velho intelectual participante, como se dizia naquele tempo, que aqui estou para agradecer de coração esta desvanecedora homenagem."

Elizabeth Lorenzotti

Candido e sua mulher Gilda de Mello e Souza, outra grande intelectual
Foto Bob Wolfenson.

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sábado, 9 de maio de 2020

El cantor de tangos, Tomás E. Martínez y el Palacio de Aguas Corrientes

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El cantor de tangos, Tomás Eloy Martínez 
y el Palacio de Aguas Corrientes

Edificio Obras Sanitarias en Mi Buenos Aires querido. Mais uma das tantas coisas belas que a força da grana ergue e NÃO destrói na Argentina.
El Palacio de Aguas Corrientes - oficialmente: Gran Depósito Ingeniero Guillermo Villanueva-, que no era mi pariente, es un edificio emblemático de la ciudad de Bs Aires.
Fue construido para alojar los tanques de agua corriente de la creciente ciudad a fines del siglo XIX, con un exterior suntuoso de materiales importados por el arquitecto noruego Olaf Boye (1864-1933) que llegó a Buenos Aires en 1885 y trabajó con los arquitectos locales Juan Antonio Buschiazzo, Adolfo Büttner y Carlos Altgelt. La supervisión del proyecto estuvo a cargo del sueco Carlos Nyströmer.
Se ubica en la Avenida Córdoba nº 1950, barrio de Balvanera y es un Monumento Histórico Nacional.

Y, "de yapa", como decíamos de chicos, en el Palacio de la Avenida Córdoba, número "año de mi nacimiento", se desarrolla una de las tragedias de la historia de El cantor de tangos, la última novela de Tomás Eloy Martínez, que tomo de La Voz del Interior:
"El cantor de tangos es al mismo tiempo una búsqueda y un desencuentro. Una búsqueda, porque su protagonista es un estudiante norteamericano que llega a Buenos Aires tras la huella de un cantor que, según dicen, es mejor que Gardel, y para encontrarlo recorre los laberintos del tiempo, el espacio y la historia porteños. Un desencuentro, porque la narración dibuja un mapa muy diferente a las postales turísticas, con más sombras que luces y donde, como dice el tango de Cátulo Castillo y Troilo (Desencuentro), se vive siempre desorientado y sin saber “qué trole hay que tomar para seguir”.
Martínez eligió la música ciudadana como eje para su nueva novela, o al menos como un disparador para trazar un recorrido por los crímenes impunes del país. Ellos son el núcleo real de esta historia en la que –como en La novela de Perón, Santa Evita o su premiada El vuelo de la reina, entre otras– se deja entrever una mirada hacia distintas formas de poder desde la ficción. Sus personajes son imaginarios, “aún aquellos que parecen reales”, aclara.
Pese a que siempre aborda temas vinculados a la Argentina, el escritor y periodista nacido en Tucumán no cree que su obra se reduzca a eso: “Todo escritor narra la realidad que conoce y, a partir de allí, las pasiones humanas y los conflictos de la condición humana. No por contar problemas argentinos dejo de contar problemas universales”, explica en diálogo telefónico con La Voz del Interior desde su casa en Nueva York. Y agrega que muchos de sus personajes “viven historias en otros lugares o de maneras poco argentinas. En el caso de El cantor de tango, se trata de un norteamericano con una mirada un tanto desviada de su propia realidad, porque pasa por alto la tragedia de las Torres Gemelas. No hace casi mención, y él viaja una semana antes a Buenos Aires”.
Esta es la primera novela que Eloy Martínez –ganador del premio Alfaguara en 2002– realiza por encargo. Liz Calder, una de las fundadoras de la editorial inglesa Bloomsbury, le propuso que escribiera un libro de cualquier género para la colección “Los escritores y sus ciudades”. Noches antes de su encuentro con ella en Londres, Martínez soñó esta novela: “Era sobre un cantor de tango del que alguien me hablaba maravillas, y al que buscaba desesperadamente para poder oír, pero no lo lograba”, explica. “La única condición para este encargo –detalla– era que el tema fuera relativo a la ciudad, directa o indirectamente. Le conté el sueño y le pareció interesante. Me propuso hacer una crónica, pero le dije que si algo iba a hacer era una novela”.
Historia de un exorcismo
El sueño, convertido en libro, tiene al estudiante Bruno Cadogán como protagonista de una historia que transcurre en la cambiante Argentina de setiembre a diciembre de 200. Bruno Cadogán persigue por un insólito derrotero de presentaciones al inhallable cantor Julio Martel.
A partir de ese hilo, primero musical pero que se abre a lo literario (las alusiones a Borges están siempre presentes, como también a El matadero, de Esteban Echeverría), El cantor de tango se nutre de otras historias, entre ellas algunas esbozadas en una serie de notas periodísticas escritas por el autor para el diario madrileño El País, o en una malograda novela –Mujer de la vida– transformada en un capítulo de este libro. Siempre desde una geografía muy porteña.
“A pesar de que, como todas las ciudades argentinas, Buenos Aires está imaginada y fundada en damero, es una ciudad laberíntica. Pero no un laberinto en el espacio sino en el tiempo, en el cual uno está en un sitio y después en otro, porque se transfigura, desfigura o figura de otra manera, en los mismos tiempos. Es esa sensación la que yo esperaba que transmitiera la novela”, explica Martínez.
El cantor de tango de esta obra parece inspirado en Luis Cardei, fallecido en 2001, y que sufría de hemofilia. Pero ni ese hecho, ni haber utilizado el nombre de otro cantante de tango, como Julio Martel, nacieron premeditadamente. “No está basado en Cardei, sólo tiene su enfermedad... y ni siquiera eso. Cardei tenía una voz muy chiquita y éste una voz dulce y extraordinaria”, explica Martínez. Y agrega que haber nombrado Julio Martel al personaje fue “pura casualidad”. “De veras –reconoce–, como ignoro tantas otras cosas también ignoraba esto, o al menos lo había olvidado. El nombre lo elegí por la eufonía, porque de algún modo quería que Martel evocara a Gardel”.
–Con la excusa de esta búsqueda ¿pretende realizar un recorrido por una historia de la impunidad argentina?
–No es lo que pretendí sino lo que el cantor de tango de algún modo canta, como una especie de exorcismo contra esa impunidad. Hay infinitos lugares, y en todos él trata de ofrecer un recital, de muerte, en un camino en el que va avanzando hacia su propia muerte. Canta en la Amia, en los laberintos subterráneos del Obelisco, en la esquina donde muere el diputado (Rodolfo) Ortega Peña, y canta también a crímenes del pasado remoto.
–La melancolía con que describe a Buenos Aires, como si dejó de ser lo que alguna vez fue o hasta lo que pudo haber sido ¿la convierte en una novela con clima tanguero?
–Supongo que la melancolía tiene que ver con un estado de ánimo durante la escritura. Creo que la ciudad a nivel de las plantas bajas se ha convertido en una especie de bazar de baratijas, pero que mantiene el esplendor del pasado en las partes más altas. Pero no es que yo sea un melancólico del pasado, creo que el mundo avanza y que las cosas no tienen por qué seguir siendo como son. Nada sigue siendo como es y nada debe seguir siéndolo.
Lugares comunes
–Habla de diciembre de 2001, de la dictadura, de Borges, de Gardel, del tango. ¿No temió caer en lugares comunes?
–No sé. Yo sentía que tenía que contar una historia, contarla tal como la estaba viendo alguien que se sorprendía por todo eso. Si incurría en lugares comunes no lo sé. Supongo que el lector me lo advertirá. No sé, dígamelo usted. ¿Usted lo cree?
–Bueno, están reunidos varios símbolos de la Argentina: la represión, el corralito, las marchas, la Amia, El Aleph, la música ciudadana...
–...faltan Maradona, Perón, Evita, la calle Corrientes. No sé, los 100 barrios porteños. El Palacio de Aguas (donde transcurre una de las tragedias) no creo que esté en la nomenclatura... me parece que son más los lugares no tan comunes. Borges entra porque la novela también plantea un diálogo con él, que no tiene que ver con la Buenos Aires de Borges sino con su literatura. Él aseguraba que los argentinos somos pudorosos, reticentes a expresar los sentimientos. Eso creó sobre el resto de la novela argentina un mandato apartado de la realidad, en la medida en que parecía que había cierto terror a expresarlos. En buena parte de la novela posterior a Borges lo que en él funciona muy bien, en sus epígonos es fatal. En El cantor de tango hay una ciudad donde los temas borgeanos, incluso un personaje tan borgeano como Bonorino (que vive en un sótano de calle Garay, bajando por 19 escalones, como en El Aleph), están cargados de sentimientos. Me pareció que era una manera de entrar en diálogo con Borges desde la literatura.
Punto y aparte
–“Santa Evita” y “La novela...” fueron reescritas entre tres y cuatro veces. También “El vuelo de la reina” que pasó de una mala novela, según dijo, a obtener un prestigioso premio. ¿Cuándo siente que una novela está lista?
–Hay un momento en que uno siente que el cuerpo sobre el que está trabajando, un cuerpo textual, está vivo. Avanzar hasta el final no significa que eso que ha nacido sea algo perfecto, sino algo que tenga que ver la luz en algún momento. Por lo general es imperfecto; por lo general me gustaría quedarme con el texto indefinidamente para mejorarlo; por lo general veo una enorme cantidad de debilidades en las novelas que escribo una vez que están publicadas. No creo que haya crítico más implacable consigo mismo que yo, con mis propios libros y nadie me va a decir cosas peores de las que me digo a mi mismo. Siempre creo que puedo mejorar un texto, pero hay un momento en que digo “tengo que dejarlo ir”. No sé cuándo, pero uno siente que el cuerpo tiene vida y sería bueno parirlo.
Las historias de Catalina Godel y Violeta Miller, incluidas en este libro, forman parte de una novela que, según Martínez, nació muerta. “Mujer de la vida, que la terminé en 1989, me nació muerta. Hacia el final de Santa Evita se cuenta que yo estaba deprimido en una cama porque una novela me había salido mal. Bueno, era esta. Ahora quedó reducida al tamaño casi de un relato independiente, pequeño”, explica. “La terminé porque había ganado una beca para eso, y creí que tenía que pagarla de alguna manera. Acabé aún decidido a no publicarla y le dije a la gente de la beca que no había salido bien, que a cada paso sentía que estaba fracasando. Alguien me contestó que por qué no contaba mi fracaso. Es lo que hice en Santa Evita”.
–¿Cómo es eso de una novela que nace muerta?
–Así como uno siente a veces que está trabajando sobre un cuerpo vivo y quiere que salga de una buena vez, del mismo modo hay conciencia, hacia la mitad de la novela, de que lo que está saliendo está muerto, que carece de la vitalidad que tiene que tener un relato de ficción. Está correcto, pero está muerto, no tiene que ver con su propio mundo.
–¿Y las termina igual?
–Mujer de la vida la terminé, otras no. La tengo aquí delante de mío, como tengo todos los cadáveres de mis novelas muertas, como señal de que también cuando se escribe se fracasa. Como en el caso de El vuelo de la reina, cuya primera versión convertí en un cuento breve, Purgatorio, y después volvió completamente diferente. Los mundos que uno escribe de una manera regresan de otra.
–¿Cuando me habla de fracasos los mide también en términos de mercado?
–El mercado nunca tiene que ver con el trabajo de un escritor. Ni antes ni durante el proceso de escritura. Es una consecuencia que tiene que ver más con los editores. Y a veces con el trabajo adicional que le piden a algunos autores, como es la venta del propio libro. De algún modo esto que estoy haciendo con usted es parte de ese proceso ilegítimo (risas), la promoción del texto.
–Para realizar las descripciones ¿recorrió cada lugar, o confía en su memoria de lo conocido anteriormente?
–Siempre he sostenido que para poder mentir bien hay que conocer las cosas como son. No se puede hacer una descripción desviada y delirante de Parque Chas, por ejemplo, sin saber muy bien cómo es. Los lugares me habían impresionado de antes, pero volví una o dos veces a cada uno. En Santa Evita está el interior del Palacio de Aguas. En el momento en que supe que este edificio barroco de Obras Sanitarias era una cáscara vacía, me impresionó muchísimo. ¡Tanta cargazón de afuera y tanto vacío adentro! Lo que menos he visitado es Mataderos, donde transcurre otro diálogo casi secreto con la literatura argentina, con El Matadero: son los bárbaros los que matan a Catalina Godel en una esquina del matadero, del mismo modo que los bárbaros hacen que reviente el corazón del unitario en el cuento de Echeverría." (La Voz del Interior, Córdoba, Argentina)

JV. Catamarca, agosto de 2020.
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sexta-feira, 8 de maio de 2020

Alfredo e as janelas indiscretas do Bexiga.

Bairro do Bixiga (SP) – 30 de passagem


Alfredo e as janelas indiscretas do Bexiga.

Dois anos atrás, depois de uma longa jornada batendo perna na 44ª Feria Internacional del Libro em Buenos Aires, já de saída, com quem me encontro inesperadamente numa esquina? Sim, com o Alfredo Barrionuevo, que estava relançando uma das suas obras. 
Mas não é estranho encontrá-lo assim, de supetão, depois de já té-lo visto caminhando pela Marginal do Tietê, perto do Brás, quando ainda morava em São Paulo, ou meus filhos trombar com ele nas mais diversas linhas do metrô.
Mas a melhor foi um dia em que comíamos calmamente uma pizza na famosa esquina do Bexiga, -a mais antiga, cujo nome não lembro agora- com Cristina Pacheco, e depois de três ou quatro cenas bem ao estilo "Uma Janela Indiscreta", ou "Mujeres al borde de una ataque de nervios", vimos aparecer o Alfredo, assim, do nada.
Para entender melhor o relato, imaginem que estávamos jantando, bem tarde à noitão, grudados numa janela de vidros fechados, que impediam ouvir nada do que se passava na rua. Mas nós podíamos ver tudo para fora, sim, e assim foi que vimos primeiro um casal chegando num carro, namorando cada vez mais ardentemente, beijos, pernas e mãos, até que de repente estoura uma briga: ela bate, ele bate, três ou quatro tapas cada um, numa rápida sequência, até que a moça sai do carro e ele, desesperado mexe a boca -e nós nada de ouvir nada- e, numa tentativa de abre e fecha porta, termina prendendo a mão da moça que grita -muda para os nossos ouvidos surdos- e esperneia até que ele abre a porta e voltam a se beijar apaixonadamente. 
Bom, esquecemos, chegou a pizza e, assim que vai o primeiro garfo na boca, novo tumulto, e vemos passar, a escasso metro dos nossos narizes -a essa altura nós dois já grudados no vidro, esquecidos da pizza, suando e desesperados- um homem perseguindo um outro com uma peixeira de meio metro. Nós angustiados dentro da pizzaria, fazendo caras e caretas de horror, e os outros comensais sem entender bulhufas. 
Acalmada a última cena almodovariana, a menos de um par de minutos, quem passa calmamente ao lado da janela, sempre do lado da calçada? O Alfredo Barrionuevo, é claro.
Risadas e batidas nervosas no vidro, até que saio correndo a chamá-lo e claro, tudo termina em pizza, como corresponde.

Fin.
Javier Villanueva. San Fernando del Valle de Catamarca. Agosto de 2022.


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quinta-feira, 7 de maio de 2020

Evita. La amada de los Malqueridos. 101 años.

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7 de mayo de 2020.

Evita, cumpliendo 101 años. Una piba!
Por Eduardo Galeano

“LA AMADA DE LOS MALQUERIDOS”

        “¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires. La odiaban, la odian los bien comidos: por pobre, por mujer, por insolente.
          Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos. Evita se había salido de su lugar.
La querían, la quieren los malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían. Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia. 
       Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón.
        No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina. Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando.
Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo. Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra.”

      “Parece una flaquita del montón, paliducha, desteñida, ni fea ni linda, que usa ropa de segunda mano y repite sin chistar las rutinas de la pobreza. Como todas vive prendida a los novelones de la radio, los domingos va al cine y sueña con ser Norma Shearer y todas las tardecitas, en la estación del pueblo, mira pasar el tren hacia Buenos Aires. Pero Eva Duarte está harta. Ha cumplido quince años y está harta: trepa al tren y se larga. 
       Esta chiquilina no tiene nada. No tiene padre ni dinero; no es dueña de ninguna cosa. Ni siquiera tiene una memoria que la ayude. Desde que nació en el pueblo de Los Toldos, hija de madre soltera, fue condenada a la humillación, y ahora es una nadie entre los miles de nadies que los trenes vuelcan cada día sobre Buenos Aires, multitud de provincianos de pelo chuzo y piel morena, obreros y sirvientas que entran en la boca de la ciudad y son por ella devorados: durante la semana Buenos Aires los mastica y los domingos escupe los pedazos. A los pies de las altas cumbres de cemento, Evita se paraliza. El pánico no la deja hacer otras cosas que estrujarse las manos, rojas de frío, y llorar. Después se traga las lágrimas, aprieta los dientes, agarra fuerte la valija de cartón y se hunde en la ciudad”.

Eduardo Galeano
Texto extraído de “Mujeres”
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O homem que criou a máquina que esmagou o nazismo.

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Como desagravo à figura monumental do construtor do Exército Vermelho, comparado pelos acuados militares do governo bolso (acuados pelo Bruxo Carvalho) com alguém que está mais para Rasputin que para Trotsky.

Trotsky, a quem devemos agradecer a criação do fabuloso instrumento humano que acabou com o nazismo em 1945, não merecia esta comparação. Falar que "Olavo de Carvalho é o Trotsky da direita" é como comparar uma barata com um cientista.
Sirvam as modestas linhas de um lutador que não é trotskista para reivindicar a figura gigantesca do homem que -igual que Gramsci ou Marx- a direita ignorante desconhece, mas não por isso deixa de temer:

O homem que criou a máquina 
que esmagou o nazismo.


          "En octubre de 2017 se cumplieron 100 años de la hazaña revolucionaria que determinó gran parte de los sucesos mundiales desde entonces: la revolución soviética, obrera y campesina, encabezada por el partido bolchevique dirigido por Lenin y Trotsky.
       Todo el siglo XX y los casi 20 años del XXI están marcados por las consecuencias históricas de este hito revolucionario que fue el surgimiento de la primera república de obreros y campesinos de la historia, la Unión Soviética.
          Aparte del hito histórico que representa, la revolución de 1917 tiene el privilegio histórico de tener como su principal historiador a uno de sus protagonistas centrales, León Trotsky.
      Isaac Deutscher lo cuenta al inicio del capítulo que dedica a “El revolucionario como historiador” en el 3er. tomo de su biografía de Trotsky, "Trotsky. El profeta desterrado. (1929-1940)".


Dice Deutscher:

            “Al igual que Tucidides, Dante, Maquiavelo, Heine, Marx, Herzen y otros pensadores y poetas, Trotsky alcanzó su plena eminencia como escritor en el exilio, durante los pocos años de Prinkipo. La posteridad lo recordará como el historiador, así como el dirigente, de la Revolución de Octubre. 
            Ningún otro bolchevique ha producido, ni podría producir una versión tan grandiosa y espléndida de los acontecimientos de 1917; y ninguno de los muchos escritores de los partidos anti bolcheviques ha presentado nada que pueda comparársele desde otro punto de vista. La promesa de este logro pudo discernirse en Trotsky desde muy temprano. 
           Sus descripciones de la revolución de 1905 constituyen hasta el día de hoy el panorama más vívido de aquel “ensayo general” para 1917. Trotsky produjo su primera narración y análisis de los sucesos de 1917 apenas unas cuantas semanas después de la insurrección de octubre, durante los recesos de la conferencia de paz de Brest-Litovsk; y en los años subsiguientes continuó trabajando en su interpretación histórica de los acontecimientos en los que había actuado como protagonista. Había en él una doble visión histórica: el anhelo del revolucionario de hacer historia y el impulso del escritor para describirla y captar su significado”.

J.V. agosto de 2019. Catamarca. R.A.
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domingo, 3 de maio de 2020

Los Palacios Barolo de Buenos Aires y Salvo de Montevideo


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Los Palacios Barolo de Buenos Aires 
y Salvo de Montevideo

El Palacio Salvo de Montevideo- edificio gemelo al Palacio Barolo de Buenos Aires- se empezó a construir en el año 1923 , terminando la obra en 1928. Fue realizado por el arquitecto Mario Palanti , el ingeniero Lorenzo Gori Salvo y decorado por el pintor Enrique Albertazzi.

Los Salvo eran tres hermanos que compraron el predio en 650.000 pesos para construir una obra similar al edificio Barolo de Buenos Aires.
Allí había una confitería llamada La Giralda, en donde se escuchó por primera vez en 1917, los compases de La Cumparsita.

Durante dos años se perforó el suelo hasta llegar a una profundidad de doce metros para levantar un edificio que se compone de dos sótanos, piso bajo, entresuelo, 10 pisos altos completos , 16 pisos de torre, mas la plataforma del faro lo que hace un total de 31 pisos.

Es imposible saber la cantidad de obreros, técnicos y artesanos que trabajaron durante los años en que se levantó toda la estructura. Para su edificación se emplearon materiales tan caros como mármoles de Carrara, granito de Alemania para los arcos de La Pasiva y roble del Cáucaso para sus puertas.

Los salones del primer piso con ornamentación Art Decó fueron realizados por el pintor italiano Enrique Albertazzi, quien también trabajó en los vitrales del Palacio Legislativo.

Historia de fantasmas:

Todos los vecinos que aseguran haber visto a Don Pedro, el espectro del Palacio Salvo, coinciden en la descripción de su apariencia: es alto, elegante y siempre lleva un paraguas. También concuerdan en que es un fantasma bueno, y no le tienen miedo. Un hombre sostiene que lo salvó de las garras de un ladrón y una niña dice que la ayudó cuando caía de las escaleras.

Vecinos testimonian que lo vieron en las escaleras y en el piso siete. Las puertas suelen abrirse solas. Inquilinos sostienen que el edificio trae suerte.

Una de las más populares historias sobre el espectro del Palacio Salvo data de 1999. Ismael Rodríguez llegó al edificio a las once de la noche y subió en ascensor a su apartamento del piso siete. El largo pasillo estaba, como siempre, inmerso en la más tenebrosa de las oscuridades. Apenas introdujo la llave en la cerradura algo lo paralizó, sintió el filo de una navaja rozándole la garganta y el susurro del hombre que lo instó a abrir rápido la puerta. El delincuente no improvisaba, sabía lo que quería. “Sé que cada martes viene un hombre con un portafolio lleno de plata”, le dijo.

Era cierto. Ismael esperaba semana tras semana a un socio suyo que llegaba, desde el departamento de Canelones, para dejarle una importante suma de dinero. Intentó explicarle, sin faltar a la verdad, que ese día la persona no iría. El ladrón no le creyó y se sentó a esperar que llegara su botín.

El silencio y la tensión hacían de cada segundo una eternidad. Pasaron 45 minutos hasta que, por sorpresa, la puerta se abrió. Ambos pensaron tratarse de una corriente de aire, pero luego vieron en el pasillo a un hombre alto, elegante, vestido de negro que, pese al buen tiempo, sostenía un largo paraguas, y caminaba de un lado hacia el otro. “¿Quién es él?”, preguntó preocupado el delincuente. Ismael le dijo lo único que sabía, lo que comentaban todos sus vecinos: “Dicen que es un fantasma”. El ladrón entendió que una navaja era poca arma para enfrentarse a las fuerzas del más allá y huyó despavorido.

JV. Montevideo. Abril de 2018.

JV. Montevideo. Abril de 2018
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