domingo, 3 de maio de 2020

Los Palacios Barolo de Buenos Aires y Salvo de Montevideo


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Los Palacios Barolo de Buenos Aires 
Salvo de Montevideo

El Palacio Salvo de Montevideo- edificio gemelo al Palacio Barolo de Buenos Aires- se empezó a construir en el año 1923 , terminando la obra en 1928. Fue realizado por el arquitecto Mario Palanti , el ingeniero Lorenzo Gori Salvo y decorado por el pintor Enrique Albertazzi.

Los Salvo eran tres hermanos que compraron el predio en 650.000 pesos para construir una obra similar al edificio Barolo de Buenos Aires.
Allí había una confitería llamada La Giralda, en donde se escuchó por primera vez en 1917, los compases de La Cumparsita.

Durante dos años se perforó el suelo hasta llegar a una profundidad de doce metros para levantar un edificio que se compone de dos sótanos, piso bajo, entresuelo, 10 pisos altos completos , 16 pisos de torre, mas la plataforma del faro lo que hace un total de 31 pisos.

Es imposible saber la cantidad de obreros, técnicos y artesanos que trabajaron durante los años en que se levantó toda la estructura. Para su edificación se emplearon materiales tan caros como mármoles de Carrara, granito de Alemania para los arcos de La Pasiva y roble del Cáucaso para sus puertas.

Los salones del primer piso con ornamentación Art Decó fueron realizados por el pintor italiano Enrique Albertazzi, quien también trabajó en los vitrales del Palacio Legislativo.

Historia de fantasmas:

Todos los vecinos que aseguran haber visto a Don Pedro, el espectro del Palacio Salvo, coinciden en la descripción de su apariencia: es alto, elegante y siempre lleva un paraguas. También concuerdan en que es un fantasma bueno, y no le tienen miedo. Un hombre sostiene que lo salvó de las garras de un ladrón y una niña dice que la ayudó cuando caía de las escaleras.

Vecinos testimonian que lo vieron en las escaleras y en el piso siete. Las puertas suelen abrirse solas. Inquilinos sostienen que el edificio trae suerte.

Una de las más populares historias sobre el espectro del Palacio Salvo data de 1999. Ismael Rodríguez llegó al edificio a las once de la noche y subió en ascensor a su apartamento del piso siete. El largo pasillo estaba, como siempre, inmerso en la más tenebrosa de las oscuridades. Apenas introdujo la llave en la cerradura algo lo paralizó, sintió el filo de una navaja rozándole la garganta y el susurro del hombre que lo instó a abrir rápido la puerta. El delincuente no improvisaba, sabía lo que quería. “Sé que cada martes viene un hombre con un portafolio lleno de plata”, le dijo.

Era cierto. Ismael esperaba semana tras semana a un socio suyo que llegaba, desde el departamento de Canelones, para dejarle una importante suma de dinero. Intentó explicarle, sin faltar a la verdad, que ese día la persona no iría. El ladrón no le creyó y se sentó a esperar que llegara su botín.

El silencio y la tensión hacían de cada segundo una eternidad. Pasaron 45 minutos hasta que, por sorpresa, la puerta se abrió. Ambos pensaron tratarse de una corriente de aire, pero luego vieron en el pasillo a un hombre alto, elegante, vestido de negro que, pese al buen tiempo, sostenía un largo paraguas, y caminaba de un lado hacia el otro. “¿Quién es él?”, preguntó preocupado el delincuente. Ismael le dijo lo único que sabía, lo que comentaban todos sus vecinos: “Dicen que es un fantasma”. El ladrón entendió que una navaja era poca arma para enfrentarse a las fuerzas del más allá y huyó despavorido.

JV. Montevideo. Abril de 2018.

JV. Montevideo. Abril de 2018

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