Alfredo y las regletas
Pienso otra vez en las regletas de
la alfabetización matemáticas de mi hermano Alfredo, y me acuerdo de
nuestro paso familiar por el Águila-Saint de Mar del Plata, que resultó que
termináriamos trayéndonos de allá un nuevo hermanito de tres años.
Sí, Alfredito, el mismo que un día
en que venían visitas, y justo cuando se había terminado toda el agua del tanque, en
pleno verano marplatense, no tuvo mejor idea que escribirse el cuerpo entero,
en un largo tatuaje de las orejas a los pies con una birome negra.
El mismo
que, fanático por los autitos de juguete y por memorizar las marcas de todos
los coches que circulaban por el país en los tempranos años de 1960, guardaba
una montaña de sus pequeños vehículos rodados en un placard que permanentemente
nos amenazaba con peligrosas avalanchas.
Pienso que Alfredito no debe haber
entendido nada cuando, en la estación de trenes del barrio General Paz de
Córdoba, en vez de pedirnos un táxi, llamamos un sulky a caballo.
Y me acuerdo de cuando, ya en
Córdoba, alegre y con una sonrisa al estilo Mad, entró en el living en el que
estudiábamos con Carlos Asinari y nos contó, feliz: -Me peleé com
Guillermito!-. Y tan feliz lo veíamos que le preguntamos: -Entonces, ¿le ganaste?- Y su respuesta rápida, sin perder la sonrisa y el aplomo: -No, me pegó
por todos lados!-. Siempre el espíritu deportivo en primer lugar.
Alfredito, el primero de la
familia que dominó el griego y el latín antes que el castellano: -¿Tate pío
palda voch?, Quelo taté pí, Guinga no!, ¿Calet? Bonito et atito!
Nada nos podía sorprender entonces
cuando un buen dia empezó a aprender a mover las piezas del ajedrez y en poco
tiempo convertirse en un campeón. O cuando se puso a estudiar alemán y a los
meses ya estaba embarcando en un vuelo que lo llevaría a pasar parte de su
adolescencia en la antigua Alemania Occidental.
O cuando lo veíamos tipear
concienzudamente en los teclados de unas máquinas extrañas y muy enigmáticas, con
unas pantallas oscuras y letritas blancas, en el comienzo nebuloso que luego se
populizaría con los criptográficos nombres de “informática”, “computación”, y
otras yerbas.
Creciste Alfredito, y nos
separamos, y nos encontramos después en la larga emigración brasileña; y nos
volvimos a separar. Pero seguimos juntos, porque el guión familiar es único, y
los caminos se bifurcan, pero siempre se vuelven a entrecruzar, y la saga semilegendaria
de doña Tina y el Negro, o Tatá, y sus numerosos hijos, nietos y bisnietos,
nunca se corta.
Al contrario, se rehace con cada nueva aventura, anécdota, acontecimiento feliz o no tanto; y cada miembro del clan o tribu lleva dentro de su historia a todos y cada uno de sus miembros, viejos, jóvenes o por venir. ¿No es verdad?
Al contrario, se rehace con cada nueva aventura, anécdota, acontecimiento feliz o no tanto; y cada miembro del clan o tribu lleva dentro de su historia a todos y cada uno de sus miembros, viejos, jóvenes o por venir. ¿No es verdad?
Javier Villanueva, 23 de octubre de 2012.
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