quarta-feira, 24 de outubro de 2012

Alfredo y las regletas




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Alfredo y las regletas


Pienso otra vez en las regletas de la alfabetización matemáticas de mi hermano Alfredo, y me acuerdo de nuestro paso familiar por el Águila-Saint de Mar del Plata, que resultó que termináriamos trayéndonos de allá un nuevo hermanito de tres años.

Sí, Alfredito, el mismo que un día en que venían visitas, y justo cuando se había terminado toda el agua del tanque, en pleno verano marplatense, no tuvo mejor idea que escribirse el cuerpo entero, en un largo tatuaje de las orejas a los pies con una birome negra. 

El mismo que, fanático por los autitos de juguete y por memorizar las marcas de todos los coches que circulaban por el país en los tempranos años de 1960, guardaba una montaña de sus pequeños vehículos rodados en un placard que permanentemente nos amenazaba con peligrosas avalanchas. 
Pienso que Alfredito no debe haber entendido nada cuando, en la estación de trenes del barrio General Paz de Córdoba, en vez de pedirnos un táxi, llamamos un sulky a caballo.

Y me acuerdo de cuando, ya en Córdoba, alegre y con una sonrisa al estilo Mad, entró en el living en el que estudiábamos con Carlos Asinari y nos contó, feliz: -Me peleé com Guillermito!-. Y tan feliz lo veíamos que le preguntamos: -Entonces, ¿le ganaste?- Y su respuesta rápida, sin perder la sonrisa y el aplomo: -No, me pegó por todos lados!-. Siempre el espíritu deportivo en primer lugar.
Alfredito, el primero de la familia que dominó el griego y el latín antes que el castellano: -¿Tate pío palda voch?, Quelo taté pí, Guinga no!, ¿Calet? Bonito et atito!

Nada nos podía sorprender entonces cuando un buen dia empezó a aprender a mover las piezas del ajedrez y en poco tiempo convertirse en un campeón. O cuando se puso a estudiar alemán y a los meses ya estaba embarcando en un vuelo que lo llevaría a pasar parte de su adolescencia en la antigua Alemania Occidental. 

O cuando lo veíamos tipear concienzudamente en los teclados de unas máquinas extrañas y muy enigmáticas, con unas pantallas oscuras y letritas blancas, en el comienzo nebuloso que luego se populizaría con los criptográficos nombres de “informática”, “computación”, y otras yerbas.

Creciste Alfredito, y nos separamos, y nos encontramos después en la larga emigración brasileña; y nos volvimos a separar. Pero seguimos juntos, porque el guión familiar es único, y los caminos se bifurcan, pero siempre se vuelven a entrecruzar, y la saga semilegendaria de doña Tina y el Negro, o Tatá, y sus numerosos hijos, nietos y bisnietos, nunca se corta. 
Al contrario, se rehace con cada nueva aventura, anécdota, acontecimiento feliz o no tanto; y cada miembro del clan o tribu lleva dentro de su historia a todos y cada uno de sus miembros, viejos, jóvenes o por venir. ¿No es verdad?

Javier Villanueva, 23 de octubre de 2012.


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