Antes de seguir con las entregas de la reseña autobiográfica de María Teresa, quiero ponerlos en contacto con un escrito corto sobre la misma revolucionaria, compañera de Juan Andrade, de
autoría de Pepe Gutiérrez, de la Fundación Andreu Nin.
JV
María Teresa García Banús,
una revolucionaria en la sombra
por Pepe Gutiérrez
Su
implicación en la defensa de la Alianza Obrera , de la insurrección proletaria de
Asturias, llevaron a que Mª Teresa fuera señalada como una “roja
peligrosa” por los representantes de la extrema derecha en el medio de las
agencias de prensa en el que trabajaba, y en este tiempo conoció múltiples
agresiones verbales y amenazas. Cuando estalló la sublevación militar, Mª
Teresa se movilizó junto con los trabajadores que detuvieron el fascismo en la
capital del Estado, y vivió intensamente aquella efervescencia, bastante
irresponsable a su parecer porque los mismos milicianos que hacían guardia
regresaban de noche a sus casas. Según contaba, el POUM estuvo entre las
organizaciones obreras que trató de darle un sentido “militar revolucionario”
en aquellos momentos con la ayuda inapreciable de Hypolito Etchébehere.
Ya en
Barcelona siguiendo a Andrade, Mª Teresa pasó a ser una de las principales
líderes y una de las más preparada s teóricamente del Secretariado femenino del
POUM, amén de la única proveniente de la Izquierda Comunista.
Este secretariado formalmente constituido a partir de una idea de Pilar
Santiago en septiembre de 1936, se convirtió en una avanzada del trabajo
femenino del POUM, por lo tanto defendió la idea de que la revolución
socialista era la mejor forma de liberación de la mujer, liberación que
entendían según los cánones aprendidos de Zetkin, Kollontaï, etc. Mª Teresa
estaba convencida de que la mujer tenía que ser independiente del hombre, y que
para ello era necesario criticar los hábitos conservadores de estos, incluyendo
a los más revolucionarios. En este punto distinguía entre la equiparación que
distinguía su relación con Juan a la de otras parejas del POUM.
También
dirigió la revista Emancipación en Barcelona; y colaboró
asiduamente en La
Batalla. Su ideario quedará perfectamente plasmado en el
folleto La mujer ante la revolución que, aunque redactado
finalmente por Katia Landau, fue el producto de arduas discusiones en el
Secretariado.
Según
cuenta Solano, para ella y sus compañeras fue una suerte que Andreu Nin fuera
Consejero de Justicia de la
Generalitat de Cataluña durante el breve período de ascenso
revolucionario de 1936, gestión por cierto sobre la que Mª Teresa siempre
expresó su posición crítica. Como es sabido, Nin pudo dictar decretos
estableciendo, por primera vez en España, la plenitud de los derechos cívicos y
políticos para los jóvenes de ambos sexos a partir de los 18 años así como
diferentes medidas destinadas a acelerar la emancipación de la mujer, entre
ellas la legalización del aborto, todo en una línea de actuación plenamente
coincidente con el Secretariado Femenino del POUM, y en un contexto que
describe muy bien Mary Low.
Mª
Teresa vivió el tema de los debates y los conflictos con Trotsky seguramente
con un mayor desgarro que la mayoría de sus protagonistas. Había sentido por
Trotsky una identificación y una afectividad comparable a la que sintió por
Andreu Nin, y que hizo extensible a León Sedov y a Natalia. Esto saltaba a la
vista cuando se engrescaba en una de aquellas discusiones sobre porqué se
perdió la revolución y la guerra. En más de una ocasión le sentí contar el
extremo sentimiento de angustia que le embargó cuando. a finales de agosto de
1940, en medio de tantos desastres humanos se encuentra sola, sin saber qué le
ha podido suceder a Juan, en un ambiente de hostilidad en el que teme que los
comunistas la identifiquen, con las tropas nazis que puede llegar en cualquier
momento, encuentra un periódico atrasado en cuya portada hay una noticia que
sobresale: Trotsky acababa de ser asesinado en México, y las ideas que había
defendido le llegaron a parecer más imposibles que nunca.
El 16
de junio de 1937, cuando se inició la ofensiva estalinista contra el POUM con
las detenciones de Nin. Gorkin, Andrade y demás compañeros, Mª Teresa,
después de permanecer detenida unos días, se movilizó para salvarlos codo
con codo con el segundo Comité Ejecutivo del POUM. En cuanto pudo, se trasladó
a Valencia, visitó a todos los altos cargos a los que tuvo acceso, y le
"cantó las cuarenta", como ella sabía hacerlo, a los ministros y
altos cargos socialistas a los que tanto había tratado. Especialmente sonado
fue su encuentro con Julio Álvarez del Vayo que apenas unos años atrás se había
mostrado entusiasmado con el trotskismo, y con la amistad de Juan y Mª Teresa,
a los que colmaba de elogios y les hizo algún que otro distinguido regalo. Ella
los acusaba de carecer del valor suficiente para admitir delante suya las
calumnias sobre el POUM que habían aceptado aunque fuera por la vía pasiva, y
los acusaba de capitular ante el estalinismo y de que se hacían cómplices de la
represión.
Siguió
luchando -a veces sola- en la clandestinidad hasta abril de 1938, mes en que
fue detenida con un grupo de una veintena de militantes, entre los que
figuraban los miembros del segundo Comité Ejecutivo del POUM. Estuvo recluida
en la cárcel de mujeres de Barcelona hasta la caída de la capital catalana
(Andrade y los demás dirigentes del POUM estaban en la prisión del estado de
Las Corts, antiguo convento de Deu i Mata), y sus recuerdos de estas
experiencias demuestran su gran talla humana. Al salir de la cárcel, no pudo
enlazar con la organización de su partido, pero fue escondida en un piso del
barrio de Gracia por Luisa Carbonell, amiga y colaboradora suya en el
Secretariado Femenino del POUM, hasta que, después de toda clase de vicisitudes
con las “banderas victoriosas” desplegadas en Barcelona, pudo cruzar la
frontera y reunirse con Juan Andrade en París. Pasó la guerra mundial en “residencia
forzosa” y vigilada, y conoció toda clase de penalidades hasta que, con la
ayuda de las telas facilitadas por amigos franceses del partido de Marceau
Pivert, consiguió crear un “pequeño negocio” creando muñecas muy imaginativas
que una amiga suya vendería en los Estados Unidos, lo que les permitió remontar
una situación de extrema penuria.
Finalmente
se instaló con Juan en París en aquella planta baja por la que desfilamos
tantos jóvenes. En mi primera visita recuerdo que me hablaron con indignación
de que Fernando Arrabal había pasado por allí en muchas ocasiones cuando se
encontraba en ruptura con el PCE, y ahora que se había hecho “maoísta” había
dejado de hacerlo. Al igual que Juan, ella siguió militando en el POUM, era una
de las presencias habituales en los debates, aunque en sus relaciones parecía
no aceptar el justo medio, los habían como “Quique” con los que se sentía
intensamente vinculados, o les separaba una maraña de disputas en las que ella
misma aceptaba que lo suyo no era la diplomacia. Con los jóvenes era diferente
porque aunque teníamos petulancia, no éramos tan diferentes a ellos a nuestra
edad, es más, sabía que ellos habían sido mucho más drásticos. Recuerdo
ocasiones en que, en su intransigencia, desesperaban con mis argumentaciones de
“posibilismo” revolucionario, y hasta parecían mucho más trotskistas que
Trotsky.
En
los últimos años de su vida, Mª Teresa, aparte de cultivar ampliamente las
relaciones con las nuevas generaciones más afines, dedicó su mayor atención a
la publicación de los escritos de Andrade, y sin ella no habrían
publicados ni sus Recuerdos ni sus Notas. Solano
cuenta que quería que redactara un ensayo biográfico sobre Juan y a tal punto
le escribió: "No hay que hacer culto a la personalidad como los
estalinistas. Andrade tenía, como todos, cualidades y defectos. No hay que
transformarlo en héroe positivo". Con esto se refería a la existencia de
contradicciones y flaquezas sobre las que ofrece cumplida cuenta en algunas de
sus páginas. Obviamente, no se refería a ningún deshonor. Con su sordera, una
vez entendió que había titulado un artículo mío sobre Juan, “Historia de una
fidelidad”, y hasta que no se aclaró el malentendido pasé un mal rato. Murió
sin haber podido terminar y pulir sus recuerdos que quedaron como un primer
borrador, de unos recuerdos de una mujer excepcional.
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