sexta-feira, 5 de outubro de 2012

Un poco más sobre María Teresa García Banús



Antes de seguir con las entregas de la reseña autobiográfica de María Teresa, quiero ponerlos en contacto con un escrito corto sobre la misma revolucionaria, compañera de Juan Andrade, de 
autoría de Pepe Gutiérrez, de la Fundación Andreu Nin.
JV



María Teresa García Banús,
una revolucionaria en la sombra
por Pepe Gutiérrez 



Su implicación en la defensa de la Alianza Obrera, de la insurrección proletaria de Asturias,  llevaron a que Mª Teresa fuera señalada como una “roja peligrosa” por los representantes de la extrema derecha en el medio de las agencias de prensa en el que trabajaba, y en este tiempo conoció múltiples agresiones verbales y amenazas. Cuando estalló la sublevación militar, Mª Teresa se movilizó junto con los trabajadores que detuvieron el fascismo en la capital del Estado, y vivió intensamente aquella efervescencia, bastante irresponsable a su parecer porque los mismos milicianos que hacían guardia regresaban de noche a sus casas. Según contaba, el POUM estuvo entre las organizaciones obreras que trató de darle un sentido “militar revolucionario” en aquellos momentos con la ayuda inapreciable de Hypolito Etchébehere.
Ya en Barcelona siguiendo a Andrade, Mª Teresa pasó a ser una de las principales líderes y una de las más preparada s teóricamente del Secretariado femenino del POUM, amén de la única proveniente de la Izquierda Comunista. Este secretariado formalmente constituido a partir de una idea de Pilar Santiago en septiembre de 1936, se convirtió en una avanzada del trabajo femenino del POUM, por lo tanto defendió la idea de que la revolución socialista era la mejor forma de liberación de la mujer, liberación que entendían según los cánones aprendidos de Zetkin, Kollontaï, etc. Mª Teresa estaba convencida de que la mujer tenía que ser independiente del hombre, y que para ello era necesario criticar los hábitos conservadores de estos, incluyendo a los más revolucionarios. En este punto distinguía entre la equiparación que distinguía su relación con Juan a la de otras parejas del POUM.
También dirigió la revista Emancipación en Barcelona; y colaboró asiduamente en La Batalla. Su ideario quedará perfectamente plasmado en el folleto La mujer ante la revolución que, aunque redactado finalmente por Katia Landau, fue el producto de arduas discusiones en el Secretariado.
Según cuenta Solano, para ella y sus compañeras fue una suerte que Andreu Nin fuera Consejero de Justicia de la Generalitat de Cataluña durante el breve período de ascenso revolucionario de 1936, gestión por cierto sobre la que Mª Teresa siempre expresó su posición crítica. Como es sabido, Nin pudo dictar decretos estableciendo, por primera vez en España, la plenitud de los derechos cívicos y políticos para los jóvenes de ambos sexos a partir de los 18 años así como diferentes medidas destinadas a acelerar la emancipación de la mujer, entre ellas la legalización del aborto, todo en una línea de actuación plenamente coincidente con el Secretariado Femenino del POUM, y en un contexto que describe muy bien Mary Low.
Mª Teresa vivió el tema de los debates y los conflictos con Trotsky seguramente con un mayor desgarro que la mayoría de sus protagonistas. Había sentido por Trotsky una identificación y una afectividad comparable a la que sintió por Andreu Nin, y que hizo extensible a León Sedov y a Natalia. Esto saltaba a la vista cuando se engrescaba en una de aquellas discusiones sobre porqué se perdió la revolución y la guerra. En más de una ocasión le sentí contar el extremo sentimiento de angustia que le embargó cuando. a finales de agosto de 1940, en medio de tantos desastres humanos se encuentra sola, sin saber qué le ha podido suceder a Juan, en un ambiente de hostilidad en el que teme que los comunistas la identifiquen, con las tropas nazis que puede llegar en cualquier momento, encuentra un periódico atrasado en cuya portada hay una noticia que sobresale: Trotsky acababa de ser asesinado en México, y las ideas que había defendido le llegaron a parecer más imposibles que nunca.
El 16 de junio de 1937, cuando se inició la ofensiva estalinista contra el POUM con las detenciones de Nin. Gorkin, Andrade y demás compañeros, Mª Teresa, después  de permanecer detenida unos días, se movilizó para salvarlos codo con codo con el segundo Comité Ejecutivo del POUM. En cuanto pudo, se trasladó a Valencia, visitó a todos los altos cargos a los que tuvo acceso, y le "cantó las cuarenta", como ella sabía hacerlo, a los ministros y altos cargos socialistas a los que tanto había tratado. Especialmente sonado fue su encuentro con Julio Álvarez del Vayo que apenas unos años atrás se había mostrado entusiasmado con el trotskismo, y con la amistad de Juan y Mª Teresa, a los que colmaba de elogios y les hizo algún que otro distinguido regalo. Ella los acusaba de carecer del valor suficiente para admitir delante suya las calumnias sobre el POUM que habían aceptado aunque fuera por la vía pasiva, y los acusaba de capitular ante el estalinismo y de que se hacían cómplices de la represión.
Siguió luchando -a veces sola- en la clandestinidad hasta abril de 1938, mes en que fue detenida con un grupo de una veintena de militantes, entre los que figuraban los miembros del segundo Comité Ejecutivo del POUM. Estuvo recluida en la cárcel de mujeres de Barcelona hasta la caída de la capital catalana (Andrade y los demás dirigentes del POUM estaban en la prisión del estado de Las Corts, antiguo convento de Deu i Mata), y sus recuerdos de estas experiencias demuestran su gran talla humana. Al salir de la cárcel, no pudo enlazar con la organización de su partido, pero fue escondida en un piso del barrio de Gracia por Luisa Carbonell, amiga y colaboradora suya en el Secretariado Femenino del POUM, hasta que, después de toda clase de vicisitudes con las “banderas victoriosas” desplegadas en Barcelona,  pudo cruzar la frontera y reunirse con Juan Andrade en París. Pasó la guerra mundial en “residencia forzosa” y vigilada, y conoció toda clase de penalidades hasta que, con la ayuda de las telas facilitadas por amigos franceses del partido de Marceau Pivert, consiguió crear un “pequeño negocio” creando muñecas muy imaginativas que una amiga suya vendería en los Estados Unidos, lo que les permitió remontar una situación de extrema penuria.
Finalmente se  instaló con Juan en París en aquella planta baja por la que desfilamos tantos jóvenes. En mi primera visita recuerdo que me hablaron con indignación de que Fernando Arrabal había pasado por allí en muchas ocasiones cuando se encontraba en ruptura con el PCE, y ahora que se había hecho “maoísta” había dejado de hacerlo. Al igual que Juan, ella siguió militando en el POUM, era una de las presencias habituales en los debates, aunque en sus relaciones parecía no aceptar el justo medio, los habían como “Quique” con los que se sentía intensamente vinculados, o les separaba una maraña de disputas en las que ella misma aceptaba que lo suyo no era la diplomacia. Con los jóvenes era diferente porque aunque teníamos petulancia, no éramos tan diferentes a ellos a nuestra edad, es más, sabía que ellos habían sido mucho más drásticos. Recuerdo ocasiones en que, en su intransigencia, desesperaban con mis argumentaciones de “posibilismo” revolucionario, y hasta parecían mucho más trotskistas que Trotsky.
En los últimos años de su vida, Mª Teresa, aparte de cultivar ampliamente las relaciones con las nuevas generaciones más afines, dedicó su mayor atención a la  publicación de los escritos de Andrade, y sin ella no habrían publicados ni sus Recuerdos ni sus Notas. Solano cuenta que quería que redactara un ensayo biográfico sobre Juan y a tal punto le escribió: "No hay que hacer culto a la personalidad como los estalinistas. Andrade tenía, como todos, cualidades y defectos. No hay que transformarlo en héroe positivo". Con esto se refería a la existencia de contradicciones y flaquezas sobre las que ofrece cumplida cuenta en algunas de sus páginas. Obviamente, no se refería a ningún deshonor. Con su sordera, una vez entendió que había titulado un artículo mío sobre Juan, “Historia de una fidelidad”, y hasta que no se aclaró el malentendido pasé un mal rato. Murió sin haber podido terminar y pulir sus recuerdos que quedaron como un primer borrador, de unos recuerdos de una mujer excepcional. 

Autor: Pepe Gutiérrez de la FUNDACIÓN ANDREU NIN.


  

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