segunda-feira, 9 de maio de 2011

Después de leer "El sueño del celta", releyendo a Joseph Conrad y su "Corazón de las tinieblas"




Joseph Conrad solía decir que había vivido tres vidas, una como polaco, otra como marinero, y su última etapa, como escritor. Nacido en 1857 en la actual Ucrania, en un territorio antes ocupado por Polonia, e hijo de un ardiente defensor de la independencia polaca, sus compatriotas lo criticaban por haber escrito solo en inglés y por no apoyar la causa nacional.


Es que en 1874 abandona su país rumbo a Francia y Martinica, como marinero, y cuatro años más tarde, con 21 años, se radica en Gran Bretaña. Allí aprende el idioma inglés como autodidacta y obtiene la ciudadanía.


Pero sigue en su segunda etapa, la de navegador; y va hacia el Río Congo, en el corazón de África. En 1889, después de casi 20 años en el mar, escribió "La locura de Almayer". Pero seguía indeciso entre la literatura y la aventura de ser marinero.
Lo que parecía sencillo, remontar el río del país africano -en aquel momento una simple propiedad privada del rey de Bélgica, el Congo- fueron cuatro meses de pesadilla, pero que lo inspiraron para su obra más célebre: "El corazón de las tinieblas"


En la obra, Conrad relata que más tarde, navegando en el Támesis, mientras cae el crepúsculo, Marlow cuenta su viaje a África, en busca de Kurtz, un agente comercial que envía a su compañía gran cantidad de marfil. El viaje de Marlow es una odisea: el barco en el que navega es viejo, el rio demasiado peligroso, siempre acechado por nativos que los atacan en los recodos, el calor insoportable. Pero Marlow avanza obsesionado por encontrar a Kurtz, del cual se va formando una imagen contradictoria y mitificada. Otros empleados le describen los rasgos del agente: tiene una voz profunda, una estatura elevada, ojos de mirada fulminante, mente lúcida y una voluntad indomable que le permite ser siempre el primero y juntar más marfil que todos los demás agentes juntos.
Por fin lo encontrará, enfermo en una choza cercada de cráneos humanos empalados, adorado por tribus a las que subyuga con el terror. 
El extraordinario personaje que Marlow ha ido modelando en su imaginación aparece ahora como un símbolo de la corrupción y la entrega a la barbarie, impulsado por una ambición sin límites de poder y de riquezas, enfrentado consigo mismo en la soledad y vencido por la fuerza de lo salvaje: "La selva había logrado poseerlo y se había vengado en él de la fantástica invasión de que había sido objeto. Me imagino que le habría susurrado cosas sobre él mismo que él no conocía, cosas de las que no tenía idea. Al quedarse sólo en la selva había mirado hacia su interior y había enloquecido. El  hechizo denso y mudo de la selva parecía atraerlo, despertando en él instintos olvidados y brutales, recuerdos de pasiones monstruosas".
Kurtz ha abdicado de su humanidad y se volvió un depredador que somete a castigos brutales a los nativos rebeldes: "no hay poder sobre la tierra que le impida matar a quien se le antoje". Su mundo sólo conoce ya "el horror" que son las palabras finales que pronuncia en su agonía. 
El universo de Kurtz es terrible y absurdo: indios y colonizadores pertenecen al caos, a una máquina desquiciada por la degradación. 
"Corazón en las tinieblas" es una novela puede leerse como un alegato contra la colonización del Congo, pero su reflexión moral va mas allá de ésa situación histórica concreta. Leerla después de haber leído "El sueño del celta" refuerza el optimismo al ver que de las peores circunstancias puede nacer la conciencia. Del horror de la explotación colonialista pueden surgir tantos Joseph Conrad y Roger Casement como sean necesarios para que la humanidad vea cómo está equivocada y cómo puede corregir sus errores y horrores.


Lea más en: http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com.br/search?q=conrad
Javier Villanueva, São Paulo, mayo de 2011 y junio de 2012.

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