Es media mañana y en el rastrojo mi padre, mis hermanos y algún peón. Con la lecherita llena de café con leche, el atadito con los jarros y el pan, cruzaba el alambrado. Por adentro, por la senda e igual que a la Caperucita, la recomendación de no distraerme acortaba el camino.
Silbando, saltando las acequias, pasando portillos, llegaba a donde estaba Rodolfo, con la pala al hombro, las alpargatas rotas, dejando ver el dedo gordo que una vez mordió una culebra; el pantalón arrollado a media pierna, mi hermano cuidaba la partija por donde pasaba el agua lenta regando la melga donde ya se abría la pequeña flor azul del alfalfa, peinando las gramillas.
¡Cuantas veces tirado de panza en el suelo bebí de esa fuente mientras miraba ese pequeño mundo de cristal donde se mojaba mi jopo que caía!
La paz de los potreros, el zumbar de las abejas, el vuelo colorido de algunas mariposas a veces hasta me hacían olvidar la honda que colgaba del bolsillo.
Así cumplía mi tarea según mi fuerza, repartiendo el desayuno.
Luis Unzaga, Catamarca 2010 .
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