quarta-feira, 9 de novembro de 2011

El gordo Lowe





El gordo Lowe

– El Gordo Lowe, “ Manchón ”, gordo “Pata”. Gordo lindo...así me acuerdo de él - me dice Javier. 
- Así, porque era un pibe lindo, grandote, gorducho, boca y ojos de bebé simpático – recuerdo. Y me cuenta Javier por qué le decían “Manchón”, y es que era rengo, había tenido poliomielitis y le quedó una pierna flaquita, auxiliada por un refuerzo metálico, que de vez en cuando se le trababa. Y cómo se inclinaba para un lado cuando caminaba, decían los amigos que parecía una rueda con “manchón”. 
Lo de “Pata”, claro, era obvio, una típica maldad inocente cordobesa: o “Pata” o ”Rengo”, como lo llamaba el negro Palacio, arquitecto y también revolucionario – agrega Javier.

– Hablando de arquitectos, leí el libro que hicieron en Córdoba, en la facultad, a los estudiantes que entraron en la política revolucionaria y no pudieron recibirse. Y no me lo puedo imaginar al Gordo Lowe como a un profesional, en su mesita de dibujo, con su regla T y los escalímetros y escuadras - seguía contando Javier, que también estudió arquitectura, pero la largó antes de recibir al diploma y dedicarse al inglés que había empezado a estudiar con doña Laila Nicola, la legendaria profesora de Instituto de Lenguas Vivas.

– Sí, no me cuadra la imagen del Gordo, alto, jetón y con cara de bebé, con las hojas de papel manteca y rollos de papel vegetal.
– Y es verdad. Los que lo conocíamos al Gordo sólo lo vemos como era en los últimos años; apasionado por la política y buen orador, buenísimo – sigue Javier.

– Me acuerdo el día que empezó el noviazgo con Estela, la petiza de psicología. Nos hizo llevar un tremendo susto a todos; se habían ido de la reunión de la célula de dirección del GRS – los grupos revolucionarios socialistas- , y no aparecieron hasta el día siguiente, a la tarde, recién bañados, ella con la camisa enorme del Gordo, y él sonriente y rojo de vergüenza - cuenta Javi.

– ¡Pero loco, Javier: todos se dieron cuenta que me fui a dormir con la Estelita, che! - me largó apenas lo vi llegando y le critiqué la falla. - Claro Pata, pero podrías haber avisado ¿no?

Era así el Gordo Lowe. Cuando tuvimos la primera reunión de dirección nacional, ya con la gente del Ardes de Tucumán y Poder Obrero de Santa Fe, antes del "voto repudio", Juancito salió con un toco de billetes que íbamos a usar en la impresión de los volantes. Al Gordo no se le ocurrió mejor idea que decirle – ¡No te lo vayas a gastar todo en mujeres! ¿eh? – . ¡Justo al Juan , que era un santo franciscano, fidelísimo a su compañera! Juancito hizo cara fea y salió de la pieza llena de gente y de humo de cigarrillos.

– Lo que nunca me voy a olvidar del Gordo Arturo (así le decíamos cuando el GRS se unió a “El Obrero”) es de la moto con side-car – recuerda Javier.

– Llegaban él y Estela; y el Gordo, muy serio, pero con cara de bebé, me pasaba un paquete de volantes y una bolsita con las molotovs, y salía a más de 50 km por hora, lo que era alucinante en los años 70, siempre con el side-car levantándose del asfalto, anulando el efecto físico que justificaba el carrito pegado al lado de la moto, que era de mantenerlo en equilibrio al Gordo, que supuestamente no podría sostenerse por causa de la pierna más débil - dice Javier.

Sí, y un dia se cayó y se rayó entero las manos y una rodilla, pero sin embargo llegó feliz, porque nadie vino a ayudarlo y él, para variar, estaba con la moto llena de panfletos y de libros prohibidos. Y me hace acordar del Carlos, que el mismo día en que nos pusieron a todos los de Obras públicas en la clandestinidad por causa del copamiento del cuartel de Villa María, se chocó con su moto contra el auto de Lacabane, el gobernador interventor que Perón le había impuesto a Córdoba. Lo peor es que no sabía que ya había salido en los diarios. La voz del Interior y Los Principios habían estampado su foto en primera plana, y el chofer de Lacabane que tampoco había abierto los diarios ese día, lo auxilió después del choque, ¡y quería llévalo al hospital!.

– Bueno, pero volviendo a Lowe y su motoneta, recuerdo las barricadas del Viborazo, y el Gordo llevando mensajes y “molos” de una esquina a la otra, conectando los barrios y avisando por dónde venían los patrulleros, los carros de asalto de la guardia de infantería y la policía montada. Al final, ¡quién iría a sospechar de un gordito simpático, con cara de bebé, y encima rengo!

– ¡Gordo querido! moriste luchando, mal armado, contra una patota de milicos que había invadido tu casa. Ellos vencieron ese día, y el día en que la secuestraron a la petiza, tu mujer.

Pero los milicos perdieron poco tiempo después. Al final siete años de dictadura era mucho cuando la soportábamos, pero fue poco, en la historia, cuando la derrotamos; y volvieron los muchos exiliados, y otros, que se habían quedado en el país, salieron de a poco de la clandestinidad , y otros más -poquísimos-salieron de la cárcel y la democracia se fue conquistando, construyéndose lentamente, con dolor y dificultades.

– Pero vos, Gordo, no volviste, ni fuiste arquitecto. Aunque no hay nadie en la FAU que no te recuerde, o no haya oído hablar de vos - dice Javier y me pasa el mate dulce. Y yo le agrego que aún después de 35 años, ninguno de nosotros nos olvidamos de vos, compañero.

JV

Um comentário:

  1. pata de fierro; piñon fijo. camarada. un nudo en la garganta al recordarte. y a tu hermano el Gordo del Imaf y al enano de Derecho y al León, al Rioja, a Tato y.... siguen las firmas.....

    HASTA LA VICTORIA CAMARADAS!!!!!!!!

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